Saturday, January 16, 2010

2do. DOMINGO.DESPUÉS DE EPIFANÍA

17 de enero de 2010

Queridos Hermanos:

El primer milagro público de Nuestro Señor fue realizado para honrar el sacramento del Matrimonio. Bendijo esta unión no sólo con su presencia, sino con un milagro y Su gracia.

Cristo ha dado sus dones no sólo para honrar el contrato matrimonial sino que lo elevo al grado de Sacramento. Y al final de los tiempos todos aquellos que han recibido este sacramento según la ley de la Iglesia (ley de Dios) reciben estas bendiciones y gracias de Dios.

Mientras escribo estas letras estoy consciente de la gran cantidad de matrimonios que han fallado, en vivir bien este ideal. Frecuentemente rechazamos aceptar cualquier responsabilidad por este deterioro. Queremos vivir en un error “sin falta”, esta actitud nos lleva a culpar a Dios de todas las cosas negativas que suceden. Después de todo es Dios el responsable de la unión y es Él, quien los ha unido. Y si esto no funciona, debe ser porque El no nos ha dado lo que requerimos para que esto funcionara.

Tal actitud es absurda, sino blasfema. Las gracias están disponibles, los milagros de igual forma, la felicidad al alcance de todos. Dios de manera abundante provee más de lo necesario. Dios es un Dios de bondad y amor. Es extremadamente generoso.

Los problemas matrimoniales descansan sobre los hombros del esposo y de igual manera sobre la esposa. Las gracias que Dios envía son, abusadas, rechazadas y negadas.

Muchos reciben este santo sacramento con una mentalidad y planes, completamente hedonista. Y cuando estos planes son frustrados, de inmediato quieren disolver este vínculo sacramental e intentarlo de nuevo con alguien más.

La pregunta obvia es:

¿Cómo podemos obtener los placeres y felicidad que Dios desea para nosotros en el estado matrimonial?

La respuesta parecería un poco contra intuitivo para la mayoría en el mundo y posiblemente esta sea la razón por la cual es raramente realizada. Para obtener placer debemos estar dispuestos a soportar el dolor y sufrimiento; y para disfrutar la felicidad debemos estar dispuestos a soportar la tristeza. Jesucristo nos dice esto claramente al decirnos que, tomemos nuestra cruz diariamente y lo sigamos, porque El hará estas cruces livianas y dulces y que encontraremos descanso en nuestras almas.

El esposo y la esposa deben morir a sí mismos para poder vivir el uno para el otro.

Deben estar dispuestos, preparados y capaces de sacrificarse a sí mismos y sus gustos y placeres temporales por el bien del otro. Una vez que esto se ha puesto en práctica, encontramos que se realiza una maravillosa transformación. Al sacrificar nuestra propia voluntad y deseos por el otro, encontramos más paz y placer que obtendríamos si hiciéramos nuestra voluntad, porque “es dando, como recibimos”

Esta negación de nosotros mismos no es sólo del uno para el otro, sino que, se debe extender hasta Dios. El es una parte integral de cada matrimonio. Los esposos no sólo se sacrifican a sí mismos por el amor del uno para el otro, sino y más importante, se sacrifican el uno para el otro por el amor de Dios. Deben practicar y vivir la verdadera humildad.

No es tan importante, que tan dispareja sea la unión, si realmente cooperan con la gracia de Dios pueden recibir las gracias necesarias no sólo para disfrutar una unión de paz en este mundo sino y más importante pueden recibir la felicidad eterna con Dios en el cielo.

La clave está en que debemos aceptar nuestras cruces y sufrimientos de manera voluntaria y con alegría por el amor de Dios y nuestra esposa-o

Y para asegurar esta actitud de auto sacrificio, Dios frecuentemente nos da hijos para obtener este amor y voluntad de sufrir por el amor de los demás. Los hijos son amorosos (especialmente para con sus padres) y, de manera natural, sin ninguna consideración, los padres empiezan a hacer todo lo que está a su alcance por el bienestar de sus hijos, aún a costa de su propio bienestar, placer, salud y sus propias vidas. Este es el amor que Jesucristo tiene para nosotros al venir a este mundo y morir por nosotros en la cruz, para salvarnos.

Los padres al cooperar con la gracia de su vocación, aprenden el amor que Dios tiene por nosotros, y practican este amor para sus propios hijos.

En todo esto podemos ver y apreciar el amor de Dios hacia nosotros y la gran cantidad de gracias que derrama sobre nosotros en el sacramento del Matrimonio. Transforma las amargas aguas del dolor y sacrificio en el vino más dulce y placentero de la alegría y consuelo.

Así sea.