Sunday, June 14, 2009

SEGUNDO DOMINGO DESPUES DE PENTECOSTES

14 DE JUNIO DE 2009

Queridos Hermanos:

El evangelio de hoy nos presenta una parábola para la edificación de los Fariseos con quien ha sido Jesucristo invitado a comer. En esta ocasión, Nuestro Señor, busco instruirlos sobre el Reino de Dios.

No debería existir ninguna dificultad para nosotros poder entender esta parábola. Cristo es la persona que hizo la gran fiesta y mandó a sus sirvientes llamar a todos los que fueron invitados. Los apóstoles son Sus sirvientes. Las tribus de Israel los invitados que rehusaron asistir. Los gentiles (otras naciones) son los que han sido llamados a tomar los lugares de quienes rechazaron asistir a esta gran cena, que simboliza a la Iglesia misma o al Reino de Dios.

La intención de Jesucristo era mostrar tal y como son los fariseos mismos, si sólo hubieran querido, ellos mismos, ver. Eran los que fueron invitados pero rechazaron ir. Las tres excusas diferentes que señalan concuerdan con lo que dice san Juan: “todo lo que está en el mundo es concupiscencia de la carne, de los ojos y de la vanidad de la vida”. Uno dice, me acabo de casar, es decir la concupiscencia de la carne; otro dice he comprado cinco yuntas de bueyes, la concupiscencia de la vista; y la vanidad de la vida esta simbolizada en la compra de la granja, lo que alegan en su justificación: dame te ruego, por excusado. (San Agustín, de Verb. Dei.)

Estos Fariseos fueron invitados a pertenecer a la Iglesia, tenían en su posesión la invitación, por escrito, contenida en las Sagradas Escrituras. Cristo mismo, vino a ellos y los invito de manera personal, envió a Sus apóstoles, quienes también fueron rechazados. Ahora bien, para vergüenza y escarmiento de los fariseos, quienes habían sido primeramente invitados, son ahora rechazados: “ninguno de estos hombres que habían sido invitados, probaran de mi cena”

Se llenaron de tanta vanidad y orgullo que empezaron a amar el mundo en que vivían, mucho más que el mundo que se les preparaba y les hablaban las Sagradas Escrituras.

Poseían este depósito se les leían y predicaba sobre todo esto, sin embargo, no estaban tan interesados como aparentaban estarlo. Les interesaba más aparecer santo que serlo, más conocedores que practicantes de los que enseñaban, consecuentemente fueron presas fáciles de las trampas de sus debilidades. Se dieron por completo a la concupiscencia de la carne, la vista y vanidad de la vida. Se convirtió en su prioridad más que en buscar y lograr el Reino de Dios, fueron incapaces de ver “los bosques por los árboles”. Concentrados en sí mismos que, no vieron la gran oportunidad que Dios ponía en sus vidas y la salvación eterna de sus almas.

Los fariseos de hoy día rehúsan entrar a la Iglesia aún cuando tienen la invitación en sus manos. Fueron remplazados y la cena (cielo) fue llenándose de invitados, por quienes no habían sido originalmente llamados.

San Pablo se disciplinaba y esforzaba por mantener su cuerpo sujeto, no sea que predicando a otros se perdiera el mismo. Sabía el final de los fariseos, y se preocupaba por no terminar en las mismas condiciones.

Hoy vemos repetirse la misma historia. Hay muchos que han nacido en la verdadera fe. Se les ha dado la invitación, la fe, los sacramentos, pero la han puesto a un lado para poder atender los placeres de este mundo, la concupiscencia de la carne, la vista y la vida. Casi todos los que se glorían en el nombre de cristianos o católicos han empezado a inventar excusas, para ser remplazados por otros a ocupar su lugar. ¿De qué sirve predicar y poseer el Evangelio, si se está lleno de concupiscencia y vanidad?

Dios rechazará a los grandes y poderosos y elevara a los humildes y sencillos. Quienes tiene la verdadera fe han recibido la invitación, pero si hacen todo esto a un lado para alcanzar las vanidades de este mundo, se darán cuenta rápidamente que han sido excluidos de la gran cena en el Cielo y serán remplazados por nuevos invitados.

Por lo tanto, mantengámonos fielmente humildes y obedientes para no ser rechazados del Cielo. Más bien por el contrario ser encontrados dignos herederos de esta magnífica cena, por toda la eternidad.

Así sea.