Saturday, September 3, 2011

DOMINGO 12° DESPUÉS DE PENTECOSTES

4 DE SEPTIEMBRE DE 2011

Queridos Hermanos:

Con frecuencia escuchamos que, debemos amar a nuestros enemigos y hacer el bien a quienes nos persiguen.

En el evangelio de hoy, nuestra Santa Madre la Iglesia nos recuerda una vez más, abrir nuestro corazón a nuestro prójimo.

Debemos tener el cuidado de no condonar el mal o apoyar (ni real ni aparentemente) a estos malhechores en su maldad. Al mismo tiempo, sin embargo, se nos ordena amarlos y buscar lo que es mejor para ellos. Ante el mal y pecado de los demás debemos orar y laborar en que obtengan estos su salvación a través del arrepentimiento y la gracia.

Las obras corporales de misericordia se nos han dado como guías en esta materia. Debemos estar preparados siempre para hacer lo que se nos pida para ayudar a nuestro prójimo. Es realmente difícil discernir a quien ayudar y con cuanto, toda vez que no queremos convertirnos en facilitadores. No queremos desearles ¡Buena suerte! a los herejes y cismáticos a menos que nos convirtamos en cómplice de sus culpas.

Sin embargo, por esta misma razón no queremos verlos perderse por toda la eternidad.

Mantengamos en mente las obras espirituales de misericordia y aprendamos a amonestar al pecador con misericordia.

Los errores del humanismo se han desarrollado de manera galopante y son ahora la corrupción de las obras de misericordia que Dios nos ha dado para practicarlas los unos con los otros. Amar a nuestro prójimo y buscar su salvación nos exige que le prediquemos la verdad y lo asistamos en cada manera posible para que pueda conocer la verdad.

Es completamente en contra de la voluntad de Dios, buscar ayudar al budista a ser mejor budista, o al musulmán ser un mejor musulmán etc. Este no es el amor a nuestro prójimo que Dios quiere practiquemos.

Aparece un gran deseo en este humanismo del mundo de hoy estimulado por el ejemplo de gente como la Madre Teresa de Calcuta quien hizo estas ideas humanistas suyas y quien abiertamente las promovía.

No se dedicó a convertir a nadie a la verdadera fe, sólo buscó hacerlos mejores humanistas.

Existe un gran paralelo en esto, con el evangelio de hoy. La gente pasando por un lado del hombre herido sin ayudarlo.

En el humanismo de hoy, somos testigos de la profundidad en la que se encuentran sumergidos los pecadores, en los errores del paganismo, la herejía y el cisma, sin embargo, muy alejados de darles la ayuda que necesitan para salvar su alma, pasamos de lado y peor aún los estimulamos a continuar en su maldad.

Dejándolos de esta manera, espiritualmente moribundos ante las enfermedades de su alma.

Los misioneros no se envían para hacer mejores humanistas o mejorar las necesidades físicas de la gente, sino que son enviados antes que todo a que lleven la salvación a quienes aún no la conocen. Para salvar lo que estaba perdido como lo hace nuestro Señor.

El mejoramiento material de sus vidas se lograra como el resultado de su cooperación con el avance espiritual que se les ofrece. La ayuda ofrecida al cuerpo es el reflejo de la recibida espiritualmente.

Ofrecer ayuda material, vacía de la ayuda espiritual es convertirse en cómplice en la maldad. El verdadero amor a nuestros enemigos es buscar para ellos el arrepentimiento y la salvación en la Iglesia verdadera: Una, Santa Católica y Apostólica.

No nos engañemos al creer que Dios está contento con este humanismo.

Este no es el verdadero amor.

No es suficiente y con frecuencia se convierte en origen de grandes males.

El verdadero amor nos obliga a no sólo ofrecer un vaso de agua a alguien que tiene sed, sino que nos exige más, hacerlo por o en nombre de Jesucristo. Acudir a la ayuda de unos y otros lo hacemos por el amor de Jesucristo.

De esta manera, la caridad es el reflejo de Jesucristo y motiva a otros a hacer lo mismo, a buscarlo y encontrarlo.

Tales acciones dan más que el agua para el cuerpo, dan la bebida de la vida eterna que viene de Jesucristo Nuestro Señor.

Así sea