Saturday, August 13, 2011

DOMINGO NOVENO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

14 DE AGOSTO DE 2011

Queridos Hermanos:


En el Evangelio de hoy vemos como, la tristeza y el enojo, de nuestro Señor Jesucristo está manifiesto, el uno al lado del otro. Jesucristo en una actitud tierna y compasiva, contemplando Jerusalén, ve la ciudad y la gente a la que, Dios le ha concedido tanto, en Su Divinidad ve toda la maldad que carcome la ciudad y su gente. Puede ver, cómo será destruida en un futuro, por su maldad.

El deseo de Jesús es unir a toda esta gente, victimas del pecado y, llevarlas a la tranquilidad y felicidad eterna, sin embargo estas personas no lo permiten. No escuchan, no lo siguen, no se le unen. Habiéndoseles dado el libre albedrio, tiene que respetarlo. Por lo tanto lo último que le queda hacer, es llorar sobre estos.

Lo amargo y doloroso de estas lágrimas sólo puede medirse por el amor que Dios nos tiene. Me atrevo a decir que sólo los que han reamente amado y perdido a alguien, puede entender en una pequeñísima cantidad el dolor que sufrió nuestro Señor en esta ocasión.

Después de esta conmovedora y sentimental escena, se nos muestra a Jesús en el templo donde, tomando un látigo en sus manos expulsa, a los agiotistas y vendedores.

Cuando esas almas no pudieron ser ganadas por amor, la siguiente opción es, ser detenidos de sus caminos pecaminosos, por la fuerza. Lo que para muchos parece ser un acto de ira y violencia es en verdad un acto de amor y misericordia.

Al expulsar a los profanadores del templo, Jesucristo los previene de acumular más pecados en su ya sobrecargada conciencia. Fueron prevenidos de no ofender más a Dios y ganarse el peor lugar del infierno. Podemos ver que aún en esta ira no hay odio sino amor y compasión.

San Pablo, en la epístola de hoy, nos da un ejemplo similar sobre los Israelitas, el mal que han cometido y el castigo que caerá sobre ellos. Para prevenirnos y ponernos alerta de lo que puede sucedernos también nosotros.

No han visto ni recibido a Jesús, nosotros Si. Han experimentado el amor de Dios pero parece haber sido ignorado o tan ciegos que parece no haberlo visto. Fue necesario que Dios les diera un castigo para detenerlos en sus caminos de pecado.

Con nosotros, Dios espera mayor entendimiento y amor, por lo tanto mayor cooperación con Su gracia y amor. Esas cosas han sucedido para nuestra formación y ejemplo. Por lo tanto, estamos llamados a aprender de los errores de los demás.

Si el amor no es suficientemente fuerte para motivarnos, entonces Dios nos ofrece el temor al castigo; ya lo ha hecho sobre nuestros antepasados y quienes lo han ofendido con el pecado.

En ambos casos es un acto de misericordia y amor de parte de Dios hacia nosotros que, de alguna manera u otra nos lleva a Él con amor y bondad y nos detiene en nuestros caminos pecaminosos, con el dolor y el sufrimiento. Se nos han dado ambos ejemplos de esto en la Misa de este día.

Si nuestro corazón es tan frio y calloso que el ver las lágrimas de Jesucristo no nos mueven a abandonar el vicio y procurar la virtud, por lo menos el temor de Su ira y castigo deberían al menos mitigar el castigo eterno que estamos preparando sobre nosotros.

Busquemos ablandar nuestro corazón y espiritualmente arrodillarnos, a un lado de nuestro Señor, al llorar por Sus hijos. Contemplemos Su amor por nosotros y su ardiente deseo por unirnos a Él, para nutrirnos y protegernos como la gallina protege sus pollitos.

Meditemos, como este amor de Jesucristo, lo ha llevado a dar su vida misma en la muerte sobre la cruz, para que nosotros logremos vivir. Con esta actitud debemos ser capaces de realizar los actos más perfectos de caridad y contrición, porque la vista de tan grande amor por nosotros no puede tener otro efecto más que forzarnos a de manera reciproca imitar tal amor. En este estado, procuraremos amar como hemos sido amados.

Al aceptar Su sacrificio y amor por nosotros, seamos motivados a ofrecerle nuestro amor y sacrificio por Él.

Así sea