Saturday, December 11, 2010

DOMINGO 3ro. DE ADVIENTO

12 DE DICIEMBRE DE 2010

Queridos Hermanos:

El día de hoy se nos hace un llamado a regocijarnos, porque la venida de Nuestro Señor Jesucristo esta cada vez más próxima. Nos preparamos a celebrar Su nacimiento, mientras que al mismo tiempo esperamos su regreso. Las mismas manifestaciones por el deseo de recibirlo, que se escuchaban en los fieles del antiguo testamento, nuevamente las escuchamos hoy día. Constantemente repetimos las últimas palabras de la Biblia.

¡Ven señor Jesús!

Nuestros corazones se llenan de júbilo y alegría con esta anticipación.

Esta alegría se ha perdido en tantas personas mundanas, al buscar la falsa alegría en el modernismo y el materialismo, consecuencia de la comercialización que se ha hecho del nacimiento de Cristo que, ha distraído a la mayoría de la alegría y anticipación de Su venida.

Vemos más allá de su venida, el fin del mundo, sin embargo vemos de igual manera, Su regreso e incremento de Su presencia en nuestro corazón y alma. La vida espiritual nos enseña que nunca amamos a Dios lo suficiente. Siempre hay más espacio para amarlo e invitarlo a que tenga presencia más intima en nosotros. Siempre estamos en unión intima con Dios pero no siempre está El en nosotros, tenemos la tendencia a olvidarnos de Él entre todas nuestras ocupaciones y preocupaciones de este mundo.

Para que todo esto que deseamos suceda verdaderamente debemos aprender a imitar a San Juan Bautista, como nos lo dice el Evangelio de hoy. Realmente se humilla y se proclama a sí mismo la voz que clama en el desierto, se manifiesta insignificante ante Jesucristo Nuestro Señor cuando dice:

“Él es el que vendrá después de mí, el que ha existido antes que yo; de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado”

Podemos decir, luego entonces, que Jesucristo ha estado entre nosotros, en nuestras iglesias, en nuestra vida diaria, pero no lo hemos reconocido. Lo hemos ignorado al grado de que ha alejado de nosotros Su presencia, en muchas iglesias muy a pesar de su hermosa arquitectónica. Estos edificios, ausentes de la presencia sacramental de Jesucristo se han convertido en verdaderas ruinas, quien se atreva a hablar del verdadero Jesucristo en estos lugares, es como la voz que clama en el desierto. Nadie lo escucha o peor aún nadie pone atención a sus palabras.

Y donde esta Cristo, como lo vimos la semana pasada, muy pocos acuden a Su llamado para escucharlo y verlo. Sus una vez hermosas iglesias sin Su presencia están ahora vacías, tal vez llenas de gente pero sin Su presencia y gracia. Mientras que por otra parte, Sus humildes iglesias, con un número reducido de fieles, están llenos de la gracia y presencia de Dios.

El número reducido de almas que encuentran Su iglesia y Su presencia Real, deben hacerse como san Juan y verdaderamente humillarse. Deben conocer su miseria y el vacio que poseen sin la presencia de Cristo quien ha de venir a llenarlos con Su gracia.

Debemos, sin embargo, sacar todo lo mundano de nosotros, todo el materialismo, todo el modernismo, todo el consumismo. Para luego purgarnos nosotros mismos. En este estado de humildad nos convertimos en receptáculo de la gracia y presencia de Cristo. No hubo espacio para Él en las posadas ni en los hogares de muchas personas, toda vez que se encontraban inmersas en las cosas de este mundo.

Hubo lugar para Cristo Nuestro Señor en el humilde establo porque estaba vacío de todo orgullo y vanidad mundana. En este vacío humilde, vino Jesucristo a dar alegría y plenitud. Lo mismo desea hacer hoy con nuestra alma y con toda nuestra vida.

Debemos escuchar la voz de San Juan Bautista, clamando en el desierto de nuestra alma. Debemos fortalecer nuestra vida misma. Debemos reconocer nuestra miseria ante Jesucristo N.S. y permitirle que entre y sea el centro de toda nuestra vida.

Conforme más nos entregamos mas posesión toma de nosotros Jesucristo Nuestro Señor.
Nuestro objetivo es alcanzar el estado de vida del que habla san Pablo cuando nos dice que: no es el (san Pablo) sino Cristo que vive en El. Esa es la meta, que Cristo viva en nosotros.

Después de aprender a ser humildes y eliminamos todo lo que no es compatible con la presencia de Jesucristo, digámosle: “Ven señor Jesús” y regocijémonos en la anticipación de Su presencia.

Deseamos Su presencia con nosotros ahora y buscamos y anhelamos Su regreso a este mundo al final de los tiempos.

Que así sea.