2 DE JUNIO DE 2013
Queridos Hermanos:
Nuestro Señor ha invitado a Sus elegido a La Cena. Sus elegidos son todos aquellos que han recibido la gracia de la Fe. En el mundo de hoy esto lo vemos en los católicos. En tiempo de Cristo nuestro Señor, los fieles de las tribus de Israel.
Es una Cena, el último alimento del día, y no a una comida, a la que nos invita Jesucristo. Evidentemente es Él que invita a Su Cena. Esta cena es el Reino de Dios en la tierra, la verdadera Iglesia Católica. Es la última oportunidad de salvación. Fuera de la cual no hay salvación. Quienes rechazan asistir y rechazar recibirlo en sus cuerpos en la Sagrada Eucaristía, no tienen vida en ellos.
En estos últimos días, Nuestro Señor, nuevamente nos invita a la Iglesia y comprobar la bondad de Dios. Desafortunadamente, la mayoría de quienes han recibido esta invitación la han rechazado, creyendo tener cosas más importantes por hacer o que encontrarán mayor felicidad en las cosas de este mundo.
San Gregorio nos dice que los apetitos de nuestro cuerpo están ordenados de manera que deseamos mucho lo que no tenemos, y que una vez que lo hemos obtenido pierden todo o la mayor parte de apetencia.
Los tres ejemplos que nos da el evangelio de hoy, nos refieren estos apetitos: Lujuria (me he casado y no puedo asistir), avaricia (he comprado una granja y debo ir a verla), y la curiosidad (he comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlas). Las cinco yuntas representan a los cinco sentidos, que usualmente vienen en pares.
En la búsqueda de estos apetitos debemos todos confesar que el gozo esta primero en la “anticipación” más que en la “participación” de estos. Alguien en cierta ocasión menciono que los placeres del cuerpo son el 95 % anticipación y sólo el 5 % participación.
Por lo tanto este deseo ardiente de nuestros apetitos carnales es una ilusión de nuestra naturaleza caída y débil. El malestar que acompaña la saciedad es una confirmación constante de esta verdad. Si somos inteligentes descubriremos rápidamente, basándonos en nuestra propia experiencia, lo que san Agustín busca prevenirnos y evitar que aprendamos en malas experiencias. Nuestro corazón está hecho sólo para Dios: “nuestro corazón no descansará hasta descansar en Ti”
Estas atracciones falsas, de los apetitos carnales y nuestra propia estupidez de rechazar aprender de los errores de los demás y experiencias propias son suficientemente malos. Pero lo que es peor es que ante la presión por alcanzar estos apetitos carnales nos olvidamos por completo de los bienes espirituales. Frecuentemente somos como el perro que se traga su propio vomito, o el tonto que constantemente hace lo mismo esperando resultados diferentes. Los apetitos carnales se mantienen ofreciéndonos la felicidad pero invariablemente y siempre nos decepcionan.
Los apetitos espirituales por otra parte trabajan de manera diametralmente diferente. Cuando consideramos, ante todo el gozo del alma aparenta tener muy poco o nada de atracción. La anticipación parece marcar sólo el “5 %” de gozo o satisfacción. El otro 95 % del gozo y satisfacción sólo llega con la “participación”.
Todos los que han acudido a la invitación de la Cena, empiezan en este mundo a saborear algunos deleites espirituales. Al así hacerlo los apetitos, deseos, del alma se incrementan. Mientras más los recibimos más fuerte es nuestro deseo por más. No existe la saciedad ni el malestar para nuestra alma.
Mientras que en nuestro cuerpo estamos inclinados más a creer en las ilusiones y decepciones delo material e ignorar las promesas y gozos del mundo espiritual. Es sólo cooperando con la gracia de la fe que podemos alejarnos de los gozos y anticipaciones de los placeres del mundo. Para acercarnos a participar de los dones espirituales.
Muchos no pueden hacer a un lado sus apetitos carnales para buscar alcanzar la Cena Espiritual al ver la soledad de esta y, los pecados de los siervos que los han invitado. Con que frecuencia escuchamos decir a la gente que ya no acuden a la iglesia y los sacramentos por culpa de este a aquel sacerdote. Matan de hambre su alma porque detestan al mensajero. El siervo no es el Amo. La Cena no la da el siervo sino Dios.
No rechacemos a Dios y Su gracia, por las faltas de Sus siervos.
Si quienes hemos sido invitados no acudimos a esta, seremos eternamente excluidos. Por lo tanto se nos negara por siempre los gozos espirituales y los placeres de este mundo probarán muy pronto lo que realmente son, ilusiones. Lo que nos dejará por siempre atormentados y con un remordimiento sin fin. Y muchos de los que despreciamos y vimos como inferiores, tomarán nuestro lugar.
Los pecadores y menospreciados de este mundo llenos de miseria, sufrimiento y bajeza, después de que realmente sean humildes, serán quienes llenen el salón de esta Cena.
Nuestros pecados y miseria espiritual no son obstáculos tal vez sean un beneficio si realmente nos arrepentimos y humildemente perdimos perdón. Nuestra miseria si cooperamos con los ministros de Dios, puede ayudarnos a ingresar a la Cena que nos espera en el Cielo.
Aprendamos a rechazar los apetitos y placeres de este mundo y nuestra carne. Para acudir con humildad a los placeres del espíritu. De esta manera jamás sentiremos la falta de saciedad, sino que estaremos siempre repletos de gozo y desearemos siempre más y mayor alimento espiritual.
Así sea