Saturday, June 8, 2013

DOMINGO TERCERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

9 DE JUNIO DE 2013

QUERIDOS HERMANOS:

Nosotros, como seres humanos formamos un ciento o decimo de la creación racional de Dios. El noveno coro de ángeles en el cielo representa para nosotros las nueve monedas o las noventa y nueve ovejas. Sin el hombre, el rebaño de Dios está incompleto.

Cristo ha venido a regresarnos al lugar adecuado que Dios ha designado para nosotros. En este sentido Cristo es tanto el pastor como la mujer. Somos la oveja perdida y la moneda extraviada.

Jesucristo dejó a todos los ángeles seguros en el cielo para venir a rescatarnos. Al regresarnos a SU rebaño ni nos castiga ni regaña. El pastor no golpea a la oveja ni la arroya, sino más bien, la toma entre sus brazos y la coloca diligentemente sobre sus hombros. Hemos estado mucho tiempo alejados del rebaño y estamos agotados en nuestro delirio.

Hemos estado buscando la alegría y felicidad, hemos estado buscando nuestro hogar, pero en todos los lugares equivocadas.

Esto nos ha reducido a la lamentable condición de oveja perdida que es presa fácil de los lobos rapaces (demonios). Incapaces de encontrar la salida o regresar por nuestra propia fuerza, Jesucristo lo hace todo por nosotros.

Nos redime, pagando el precio de nuestros pecados, sobre la cruz. Nos nutre y da fuerza por la gracia de los Sacramentos. Lo único que debemos hacer es de manera paciente y voluntaria recibir las ministraciones de Jesucristo. Esto deberá hacer el número suficiente de hombres para llenar y completar el cielo.

Los que se salven completarán el diez o ciento, que se requiere para completar el número de habitantes del cielo para que este completo, perfecto.

Jesucristo de la misma manera se nos presenta como la mujer que busca la moneda extraviada. Nosotros. En la cual está impresa la imagen del Rey. Sobre nuestra alma esta la marca imborrable de Dios, puesta ahí al momento de nuestro bautizo. Ilumina la luz de la fe en toda la casa, para que podamos ser encontrados. Cuando la luz de la fe brilla sobre nosotros seremos capaces de discernir la imagen de Dios dentro de nosotros. A pesar de haberlo ofendido tanto, Su imagen permanece en nosotros.

Algunos de los Padres de la Iglesia representan para nosotros a Cristo como el Pastor, y la mujer como la Iglesia, Dios viene a este mundo a salvar lo que estaba perdido, la humanidad. La cual es encontrada y salvada, cuando el número de los elegidos se complete. La Iglesia brilla la gracia de Dios sobre las almas, limpia las conciencias y corazones exhibiendo los pecados y la maldad en nuestra alma. A través de esta luz y limpieza, la Iglesia nos encuentra y regresa a la unidad con los ángeles en el Cielo.

Mientras es verdad que todo depende la gracia de Dios y que no hay nada que logremos hacer nosotros por mérito propio para recibir estas maravillosas gracias, es de igual forma verdad que debemos cooperar con la gracia que ya se nos ha dado, para recibir gracias mayores.

Debemos permitir que el pastor no sólo nos encuentre, sino que debemos además permitirle que se acerque a nosotros y nos levante llevándonos en hombres con el resto de Su rebaño, al cielo.

En muchas ocasiones los pecadores no desean ser encontrados y acercados a Dios, mucho menos ser colocados sobre Sus hombros para ser llevados a una vida de santidad. Al acercarse Dios a su conciencia ellos corren para el sentido contrario rechazando la gracia de Dios.

Si consideramos la ministración de la Iglesia, exponiendo y elucidando las verdades de fe y con frecuencia exhibiendo los males de nuestra vida invitándonos al arrepentimiento y unión a Su Cuerpo Místico, con frecuencia los pecadores se rehúsan escucharla, incluso al grado de rechazarla.

Deciden rechazar la luz que ella resplandece convenciéndose muchas veces a sí mismos que esa luz es la oscuridad; y la oscuridad de su vida desordenada y perversa se engañan diciendo que es la luz. Al rechazar la luz y la verdad se rehúsan a ser encontrados y regresan con los demás y dejar de ser contados como los que completan la totalidad.

No es suficiente creer, ya nos lo dicen las Sagradas Escrituras, la fe sin obras está muerta. Cristo nos dice que si creemos en Él guardaremos Su Palabra, etc. Etc.

Debemos detenernos por un momento a descansar, para que logremos ver la verdad de lo que está pasando. El pecador debe hacer una pausa en sus pecados, para que deje de correr salvajemente en su pecado, en esta pausa, el Pastor podrá acercársele, y la luz de la Santa Madre Iglesia, brillar sobre nuestras vidas y pueda descubrir la desesperante situación que todo pecador se encuentre.

Además no debemos temer a que se acerque el Pastor, sino más bien darle la bienvenida, sabiendo que viene a ayudarnos y salvarnos. Los falsos placeres del pecado deben ahora ser odiados por habernos alejado tanto de Dios, para que nuestro amor por Él empiece a crecer.

La luz de la verdad que nuestra santa madre Iglesia resplandece sobre nosotros y nuestras vidas que no nos dejen ciegos y llenos de temor, sino más bien, debemos recibirla y buscarla para que nos ilumine cada momento y partícula de nuestra alma, para que toda mancha de maldad sea expuesta y humillada, arrepentida y confesada para que de esta manera sea arrancada de raíz, para que deje limpia nuestra morada.

Por último, debemos correr con gran fe, esperanza y caridad a los brazos de Cristo, para de igual forma regresar a una vida noble y santa dentro de la Iglesia, renovando la imagen de Dios sobre nuestra alma con los Sacramentos.

Al alcanzar este estado final por amor a Dios y la Iglesia seremos como Cristo, buscando a nuestro prójimo que ha caído y se ha extraviado, para regresarlo al amor de Dios y la Iglesia.

Así sea