10 DE MARZO DE 2013
Queridos Hermanos:
Jesucristo Nuestro Señor, es el punto de partida de la historia.
Leemos en la epístola a los Gálatas, como nos lo recuerda San Pablo, al señalar que hay dos tipos de hijos, o dos senderos diferentes. En el evangelio de hoy, vemos igualmente como de manera simbólica, Nuestro Señor Jesucristo, está enseñando lo mismo.
San Pablo habla del hijo de la esclava y del hijo de la mujer libre.
En el Antiguo Testamento eran esclavos de la ley y obedecían por temor servil y la coacción, mientras que en el Nuevo testamento ya se habla de una libertad y obediencia, por medio del amor o temor filial.
Hay una gran diferencia entre estos dos aunque a simpe vista parezcan iguales. Un tipo de obediencia es sin mérito y molesta, el otro está lleno de mérito y está acompañado de placer y satisfacción. Todos estamos obligados a obedecer la cuestión aquí es como lo vamos hacer. Todos eventualmente caemos en esta obediencia a la voluntad de Dios.
Los buenos son recompensados con el cielo por su fiel y amorosa obediencia. Los malos, por otra parte, obedecen la voluntad de la Justicia de Dios cuando son castigados y deben sufrir. Son en esta vida miserables por su actitud servil. Es voluntad de Dios el que por no obedecer, sean ellos mismos, los que introduzcan su propia miseria.
Cristo descendió de la montaña de la Antigua Ley, de la servil y dureza de la ley y entro al desierto que estaba vació de esta ley para instituir e invitar a una nueva ley. La ley de la Caridad. La Ley que está disponible para todos sin importar la condición social, riqueza, ni descendencia. Son invitados tanto gentiles como israelitas.
La antigua ley está representada por las cinco piezas de pan, como los cinco libros de esta Ley. Los dos pescados representan el Antiguo y Nuevo Testamento juntos. Las doce canastas que sobraron representan a las doce tribus de Israel, como los doce apóstoles.
Antes de la venida de Jesucristo Nuestro Señor la ley era una carga pesada sobre la gente, porque actuaban como esclavos, en su obediencia a la ley. Razón por la cual muchos rechazaban a Dios y se refugiaban en falsos dioses. Estos son los hijos de la eslava nacidos en cautiverio.
Jesucristo puso los cinco panes (Antigua Ley) en las manos de Sus apóstoles, para que los distribuyeran y de ahí que hubo suficiente para todos y cada uno, quedando además un poco extra.
En la Nueva Ley donde somos hijos más que esclavos y, tomamos la Ley de Dios con amor y devoción filial, encontramos regocijo y satisfacción en esta Ley. Nos satisface y aún queda más, extra. Podemos ahora ver con los ojos abiertos, como la ley propició y señaló el camino y la llegada de Cristo. La ley se nos da ahora no por una tribu, sino que es por una familia cuidadosamente escogida para esta función. Los apóstoles no son elevados a un sacerdocio mundano por su ascendencia y nacimiento sino más bien son elevados a un sacerdocio eterno según el Orden de Melquisedec
Deben ofrecer un sacrificio incruento de pan y vino, un sacrificio que es limpio y hermoso, que atrae el amor y gozo de todos los que lo reciben dignamente.
Este tiempo de cuaresma penitencial es impuesto a nosotros por la Ley de la Iglesia. Tenemos la opción de ser hijos de la esclava o de la mujer libre. Es decir que podemos hacer la penitencia sin querer y renegando como la gente de la Antigua Ley (los esclavos del pecado), donde no se encuentra nada que alimente nuestra alma, sin recibir ninguna recompensa con esto; ya que la obediencia es obligada; o podeos entrar a esta penitencia de manera voluntaria y con alegría como hijos verdaderos hacer lo que nos pide el Padre, obedecerlo con amor para encontrar alegría y bendiciones abundantes en nuestra penitencia.
Los esclavos no encuentran nada y obedecen de manera mecánica y sin ningún mérito. Los hijos obedecen con total entendimiento y amor. La ley dada y obedecida por los esclavos, no la entienden porque el significado les está oculto, por no saber amar.
Mientras que la ley que se le entrega al hijo es clara y comprensible, ya que se le explica al haber caridad en su corazón, la cual no existe en el esclavo.
La libertad de los hijos no es liberal, como muchos piensan erróneamente. Los hijos verdaderos aman a su Padre (Dios) y madre (La Iglesia) no obedecen por exigencia sino por amor. Quienes tienen verdadera caridad y son por lo tanto, verdaderos hijos, son libres y reconocen a Dios y Su Iglesia, rechazan los falsos dioses (ídolos) como a las falsas iglesias.
La verdadera Iglesia, obispos sucesores de los apóstoles, es el único lugar donde podemos encontrar el alimento de nuestra alma, con el milagro de este pan dador de vida que jamás se termina y siempre hay un poco más que lo suficiente.
Procuremos ser siempre verdaderos hijos de Dios, reconociendo siempre la verdadera Iglesia, por medio de la cual Dios alimenta nuestra alma. Para lograr esto necesitamos tener verdadera caridad (un amor por Dios y la Verdad, sin ningún otro compromiso).
Para lograr esto necesitamos humildemente reconocer quienes verdaderamente somos y centrarnos en la oración y la penitencia, para no ser engañados por falsos maestros.
Esta oración y penitencia la hacen con amor, todos los hijos de la mujer libre.
Seamos siempre entregados a Dios con alegría, para ser de esta manera encontrados merecedores y dignamente, ser llamados hijos y no esclavos.
Que así sea.