2 DE DICIEMBRE DE 2012
Queridos Hermanos:
San Ambrosio, nos dice en su comentario al evangelio de este día que, muchos perderán, al ser apostatas,de la Fe Cristiana: “ La brillantez de la fe será opacada por la nube de la apostasía…” al igual que el eclipse lunar que, por razones de ponerse, la tierra entre la luna y el sol, desaparece de la vista, de la misma manera, la Iglesia Católica, cuando los vicios de la carne se oponen en el camino de la luz celestial, ya no puede recibir el esplendor de Su luz Divina, del sol, Jesucristo Nuestro Señor.
Y en la persecución fue invariable el amor de esta vida que se antepuso en el camino del Divino sol. De igual forma, las estrellas. El decir, el hombre, envuelto en las alabanzas de los demos cristianos, caerán, como la amargura de la persecución que se aglutina, que debe pasar, sin embargo, hasta que el número de los elegidos sea completado. Se prueba a los buenos y los malos son exhibidos.
Jesucristo vino la primera vez a salvar nuestra alma, esta segunda venida será para encargarse de nuestro cuerpo. Quienes no han permitido que las tinieblas de este mundo les opaque la luz de la fe, en su alma, encontrarán que sus cuerpos serán elevados al glorioso estado, conforme al regreso de Cristo nuestro Señor.
Este mundo y todo lo creado en ella, fueron hechos buenos y son buenos. Es debido al desorden de nuestras almas que tomamos estas cosas y las convertimos en algo malo para nosotros. La comida y la bebida, son algo bueno, pero cuando el desorden y la glotonería, acompañadas de la ebriedad reinan en nosotros, se convierten fácilmente en un mal para nosotros.
La propiedad y el dinero son algo bueno en sí mismos, pero cuando el desorden de la avaricia reina en el alma se convierten en un gran mal para esta. El matrimonio y la reproducción de las especies, es algo bueno en sí, pero cuando el desorden de la lujuria y perversidad reina en el alma, se convierten en algo malo.
Mientras permitamos que la luz de Dios brille sobre nosotros y este mundo, todo se convierte en algo bueno y para nuestro bien. Usamos todo en su propia dimensión y medida. Toda la creación nos lleva a nuestro creador. No estamos atados ni regidos por bienes materiales, las usamos sin apego, o como nos lo advierte san Pablo: “las usamos como si no las usáramos”.
El problema surge cuando hacemos de todas estas cosas como algo del que no podemos prescindir de estas y no como meros instrumentos de acercarnos a Dios. Este mundo y todo lo mundano es sólo un medio para alcanzar a Dios, los medios son ese mundo físico.
El destino final es el cielo y el camino a llegar a este es el mundo. Este mundo no es nuestro hogar, luego entonces es un gran desorden querer quedarnos en este y olvidarnos del cielo como nuestro destino final, buscando nuestra felicidad donde no la habremos de encontrar.
Es como aquel hombre que trabaja y busca hacerse una finca en el mejor de los lugares, adornándola con los mejores muebles, para decidir pasar a vivir al patio trasero, expuesto a los elementos y calamidades del tiempo, sin disfrutar lo que ha dejado dentro de su casa.
Hay muchos que nunca disfrutan del hogar celestial porque quedan distraídos ante la belleza del paisaje de este mundo. Es hermoso y placentero, pero no es nuestro hogar. La belleza y alegría del patio posterior no se puede, jamás, comparar con la belleza, comodidad y alegría de la Mansión del Cielo.
Quienes hacen de la naturaleza un dios, o este mundo o buscan la felicidad en cualquier parte de este mundo, están un poco miopes. Fijándose en las cosas materiales de este mundo sus ojos se han quedado opacos a las cosas espirituales que se encuentran justo enfrente de ellos y a todo su alrededor.
En este desorden nuestro, Dios nos muestra Su misericordia. Nos pone dificultades e inconveniencias en todas estas cosas. Siempre les falta algo y están incompletas. Veos que todo se deteriora ante nuestras manos y propios ojos.
Mientras que muchos se quejan de esto, deberíamos más bien estar agradecidos a Dios por todos estos “problemas”, como se les conocen, para voltear nuestra mirada a cosas mejores y no perecederas.
La cruz de este mundo nos produce dolor y sufrimientos, pero es también placentera y hermosa. Es este estado de ser mixto, tanto gozo y comodidad mientras que es al mismo tiempo carga y dolor, que nos lleva paso a paso hacia algo mucho mejor y eterno. Si enfocamos nuestro corazón y mirada sólo sobre las creaturas, se nos vuelven oscuros y nublados todo lo que tiene que ver con Dios y la eternidad.
Las creaturas son vistas con gran esplendor y claridad mientras que Dios va desapareciendo paulatinamente.
Lo opuesto sucede precisamente cuando nos enfocamos de todo corazón sobre Dios y las cosas espirituales, las cosas de este mundo se vuelven insípidas y son luz, ya no son atractivas.
En este adviento se nos invita a mirar más allá y prepararnos para la venida de Cristo Nuestro Señor. Al hacer esto, necesariamente perderemos interés por las cosas de este mundo, sacrificamos estas cosas insignificantes en un intento por llenar lo que sacrificamos con un deseo ardiente de las cosas eternas y espirituales.
En lugar de acumular cosas de este mundo y buscar nuestra felicidad en ellas, empezamos o continuamos construyendo tesoros en el Cielo.
San Gregorio nos dice: “quienes aman a Dios, por lo tanto, están destinados a ser felices, y alegrarse por el fin del mundo, ya que muy pronto se encontraran con quien ellos aman y hacer a un lado lo que nunca amaron” por lo tanto que desaparezca de los fieles que desean ver a Dios que deban sufrir sobre los golpes de este mundo, que sabemos ha de terminar en estas catástrofes. Porque está escrito:
“quien sea que se considere amigo de este mundo, será enemigo de Dios (San Juan 4:4). Por lo tanto quien no se alegre ante el inminente fin de este mundo, sólo testifica que es amigo del mismo, y consecuentemente se expone y declara enemigo de Dios”
Amen.