16 DE DICIEMBRE DE 2012
Queridos Hermanos:
El mismo San Juan Bautista que escuchamos a Jesucristo Nuestro Señor, exaltar, el domingo pasado, es el mismo que se nos presenta humildemente en el evangelio de este día. Dice de sí mismo que es la voz que clama en el desierto. La voz que antecede al Verbo (en tiempo, más no en eternidad) y no es nada sin la Palabra. Así como el sonido sale de las palabras, de la misma manera San Juan precede a Jesucristo. Luego entonces San Juan Bautista es nada sin Jesucristo. Dice, incluso que, no es digno no siquiera de desatar la correa de sus sandalias.
Jesucristo pone las cosas en claro cuando nos dice lo que debemos hacer: “aprender de mi que son dócil y humilde de corazón” (san Mateo). Esto, lo supo y entendió san Juan desde el principio. Por otro lado, los judíos aceptaban y estaban listos para aceptarlo como profeta, o Elías, aún como el mismo Cristo.
San Juan llevó una vida exacta y perfecta, ante los ojos de los hombres. No hubo nadie que pudiera encontrarle falta alguna. Era descendiente de familia real y Sacerdotal. Preparo todo para llevar una vida de mortificación y penitencia, en soledad, comiendo langostas y miel, cubierto con piel de animales y ceñido con cinto de piel.
Jesucristo por comparación nació de humilde ascendencia. Su padre era un humilde carpintero. Cristo comía y bebía de manera pública y alimentaba a las multitudes. Razón por la que algunos judíos rechazaban a Jesucristo y aceptaban a San Juan Bautista.
San Juan, de manera correcta, rechazaba toda alabanza humana y de este mundo para abrazan de manera total la humildad. Vemos en esto claramente que no debe ser aceptada, ni buscar, ni tomar en cuenta el aprecio de este mundo, es como nos lo dice Salomón, “Vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Ecc: 1:2). No es el juicio del mundo el que debemos complacer, no siquiera el nuestro, sino es Dios quien juzga y es a ÉL al que debemos complacer.
San Gregorio nos amonesta cuando nos dice: “Debemos detenernos a pensar con cuidado y atención, como el hombre santo de Dios, para poder protegerse a sí mismos en la humildad, cuando conoce muchas cosas muy bien, se preocupa por mantener en la mente lo que no sabe, para que de esta manera, se acuerden de sus propias limitaciones y por otro lado no se eleven mas allá de sus posibilidades por las cosas en la que se ocupa su mente.
El conocimiento en sí mismo es una virtud, mas la humildad es la protectora de esta. Por lo tanto, para el futuro, ser humildes en sus mentes en relación a lo que puedan saber, para que la virtud del conocimiento no haya guardado el mal de la vanidad y sea envuelta por esta.
Por lo tanto queridos hermanos, cuando hagáis algún bien, traer a la mente los pecados cometidos, para que cuando de manera discreta estas pensando en el mal que pudieras haber hecho, vuestra mente de manera indiscreta se vaya a regocijar en el bien hecho.
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Por lo tanto, estimen a vuestro prójimo ser siempre mejores, especialmente los que sean extraños, aún esos mismos que ven hacen mal, porque no sabéis el bien que les espera. Busquen todos ser dignos de estima, mas ser como si lo ignoraran, no vaya ser que al manifestarla de esta manera la pierdan.
De igual manera lo dice ya el profeta: “Ay de los que son sabios a sus ojos y son prudentes delante de sí mismos (Isaías 5:21). San Pablo nos dice: No seáis prudentes en vuestra apreciación” (Romanos 12:16).
En contra de Saúl que se hizo orgulloso se dijo: “Cuando eras pequeño en vuestros propios ojos, no fuiste hecho cabeza de la tribu de Israel” Es decir de manera abierta: cuando te ves a ti mismo como joven, te situé sobre los demás, pero ahora que te vez como un gran hombre, para Mi tu eres visto como un niño.
David por el contrario, sosteniendo como insignificante la dignidad de su reinado, danzó alrededor del Arca de la alanza diciendo: “danzaré yo y aún más vil que esto quiero parecer todavía y rebajarme más a tus ojos” (2 Reyes 6:22).
Quien ha sido exaltado por romper las mandíbulas de leones, tener más fuerza que el oso, ser escogido de entre sus hermanos mayores, para ser ungido en lugar del rey rechazado, derribar con una piedra el guerrero más temido por todos, tener todo el poder que puede desear un rey, derrotar a todos los enemigos del rey, recibir el reino como promesa, poseer a todo el pueblo de Israel sin ningún desafío, (1 de Reyes 17:37; II de Reyes 12:7; 1 de Reyes 17:25,28,49; II de Reyes 7: 12,16) y aún con todo esto se despreciaba a sí mismo, y confesaba ser insignificante ante sus propios ojos.
Por lo tanto si los hombres santos, aún después de hacer grandes cosas, se consideran indignos, ¿Qué debemos decir de quienes, sin fruto de virtud, están consumidos por el orgullo? Ninguna obra, aunque sea buena, es insignificante a menos que sea cubierta por la humildad. Una buena acción realizada con estruendo, denigra más bien al hombre en lugar de enaltecerlo.
Quien reúne la virtud sin humildad, es sólo polvo en el viento, y cuando cree que posee algo, por eso mismo es alucinado y hecho peor.
En todas las cosas que hagas, por lo tanto, queridos hermanos, abrazaos a la humildad, como raíz de toda buena obra. No pongas atención a las cosas que son mejores que los demás, sino en las que son peores; para que mientras mantienen el ejemplo de los que son mejores que ustedes mimos, puedan, con humildad, ser capaces de ascender a cosas mejores, por la bondad de la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a quien se debe dar todo el honor y la gloria por siempre.
Así sea.