21 DE OCTUBRE DEL 2012
Queridos Hermanos:
Leemos en el Evangelio de hoy que cuando le fue presentado, al rey quien le debía diez mil talentos, no estaba molesto, sólo mandó que fuese vendido él, su mujer, hijos y todo cuanto tenía, para que el siervo, pudiera hacer el pago de su deuda.
El rey estaba dispuesto a perdonarle su deuda sólo quería que el sirviente se diera cuenta y entendiera la magnitud de esta y en segundo lugar para que pidiera misericordia o clemencia.
Esta sentencia estuvo rodeada de toda misericordia. Otro ejemplo de esto, lo vemos en san Pablo cuando pide que un hombre sea entregado al demonio, para la destrucción de la carne, para que el espíritu pueda salvarse. (1 Cor. V,5) de igual manera nos trata Dios, nos habla de las calamidades del fuego eterno, después de que nos presenta las multitudes de nuestros pecados (deudas).
Hace esto por misericordia, está listo a perdonarnos. Pero antes que todo, desea que conozcamos la magnitud de nuestros pecados, para que logremos entender la abundancia de Su misericordia y en segundo lugar desea que seamos humildes y pidamos perdón. Por lo tanto podemos decir que esta primera condena no es para nuestra ruina sino más bien para nuestra salvación. Dios nos impone esta sentencia no por odio sino por mera misericordia, porque desea perdonarnos si de manera humilde oramos y pedimos perdón con el firme propósito de enmienda.
Hubo de igual manera, una segunda ocasión en la que el siervo es presentado ante el rey, el cual, ahora sí se manifiesta enojado y sólo busca justicia sin misericordia. Después de que el siervo ha sido liberado de toda su deuda, por la gran misericordia del rey, no muestra este ningún tipo de compasión ante su criado, que le debía una cantidad insignificante.
Esta poca muestra de caridad después de haber recibido él, abundantemente perdón y justificación por su deuda, es la razón del gran enojo y molestia del rey. De igual manera juzgará Dios a todos los que no se corrigen y continúan en sus pecados, cuando todo el mundo sea llamado a rendir cuentas de sus actos, ya no habrá misericordia sino justicia. Dios mostrará su enojo en esta ocasión, la sentencia será final, definitiva y por toda la eternidad.
Existe otro punto que debemos considerar. El rey perdonó con gran facilidad las ofensas en su contra más no así las ofensas cometidas en contra del otro siervo. Dios está dispuesto a perdonar las ofensas en Su contra y pide la reparación de nuestras ofensas en contra de nuestro prójimo.
“Si vas pues a presentar una ofrenda ante el altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu ofrenda” (San Mateo V, 23,24)
San Juan Crisóstomo dice: “Pero yo os digo que quien repudia a una mujer –excepto en caso de fornicación – la expone al adulterio y el que se casa con la repudiada comete adulterio. “ (San Mateo V, 32) y a través de san Pablo de igual manera declara: “que si algún hermano tiene mujer infiel y está consciente en cohabitar con él, no la despida” (1 Cor. VII, 12) si es una adultera, dice, que la despida, si es incrédula, que no la despida, si ha pecado en contra tuya, aléjala de ti, si ha pecado en contra Mía, retenla. Es decir que cuando se ha pecado gravemente en contra de Dios, somos perdonados, pero cuando se comete el pecado en contra de nuestro prójimo, aunque hayan sido menores y pocos, no los perdona sino más bien los entrega al castigo”.
Hemos sido recipientes de una gran cantidad de gracias de parte de Dios, especialmente en nuestro Bautismo, en el Sacramento de la Penitencia, se nos ha borrado el gran castigo eterno que merecemos por nuestros pecados. En la Sagrada Eucaristía recibimos a Dios mismo en nuestro ser. Etc. Etc.
Es preciso que entendamos claramente que Dios está dispuesto a perdonarnos todas las ofensas cometidas en Su contra más fácilmente que las cometidas en contra de nuestro prójimo. Tomemos nota y busquemos la forma de corregir todas las ofensas cometidas los unos contra los otros y estar dispuestos a perdonar a todos los que nos ofenden de la misma manera que deseamos ser perdonados por Dios. Y poder decir de manera sincera: “perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”
Que así sea