19 DE AGOSTO DE 2012
Queridos Hermanos:
Quienes han recibido la gracia de la fe verdadera y conocen a Cristo, como lo hicieron los apóstoles, es a quienes Jesucristo se dirige y dice:
“Bienaventurados los ojos que ven lo que veis vosotros”
No se refiere a los ojos del cuerpo sino a los del alma, que contempla y sostiene a Jesucristo con fe, esperanza y caridad, como miembros de Su cuerpo místico. Esto es posible solo en la Iglesia católica, donde podemos claramente verlo y ser verdaderamente bendecidos. Los Padres de la Iglesia nos dicen, al explicarnos la parábola de este día, que el hombre que cae victima de los ladrones, representa a toda la humanidad.
Tras la caída de Adán, hemos caído todos en manos de ladrones (demonios) que nos han despojado de todo merito, hiriéndonos con el pecado y dejado medio muertos (sin vivir en la gracia, ni completamente muertos en el infierno).
Jesucristo es el Samaritano que viene a salvarnos. El sacerdote y el levita (la ley y los profetas) se acercaron al hombre caído, mas no pudieron ayudarlo. Solo Cristo que ha venido desde Jerusalén (cielo) quien es que puede y verdaderamente ayuda nuestra naturaleza caída.
Jesucristo vacía en nuestras heridas, el aceite de la compasión que sale de su naturaleza humana, de la misma manera que lo hace con el vino purificante de Su naturaleza Divina.
Tanto el vino como el aceite (naturaleza humana y divina) son necesarios para curar nuestras heridas, recibidas como consecuencia de nuestra naturaleza caída por el pecado.
Carga Cristo, con nuestro castigo, mas no con nuestra culpa, al morir por nosotros. Sin embargo, no se detiene ahí, nos lleva a la posada (la Iglesia) donde nos deja al cuidado de los Obispos y sacerdotes para que nos mantengan sanos hasta Su regreso. A la Iglesia se la ha dado las dos monedas (el Antiguo y el Nuevo Testamento) para ser utilizado en el cuidado y la salud del hombre caído.
Se le ha prometido además, a la Iglesia, que cualquier cosa más allá y sobre todo lo demás, que dedique al cuidado de las almas, Cristo la recompensara abundantemente, a Su regreso, al final de los tiempos.
Nosotros como miembros del cuerpo místico de Cristo, debemos acudir a la búsqueda de nuestros hermanos caídos, como Él lo ha hecho. Porque somos uno con El, y de esta forma sean sanados con las oraciones y sacrificios de los demás miembros.
Debemos ser para el mundo, tanto como el buen samaritano y la posada, donde descanse, el hombre caído y pueda recuperar la salud.
Conforme vamos por la vida, no hagamos duro nuestro corazón, hacia las necesidades de los demás, sino más bien, ayudando por medio del amor que nos gustaría a nosotros recibir.
Debemos ayudar no solo a las necesidades del cuerpo y las materiales, sino y aun mas, en las necesidades espirituales de esta vida.
Hay en este mundo muchos heridos, por el demonio, que debemos buscar y ayudar a sanar llevándolos al rebaño de la Iglesia. Tanto a los no bautizados como a los que lo están y han sido cautivados por el gran numero de religiones falsas, diseñadas para engañar y desviar a los que posiblemente deberían salvarse.
Hay que buscarlos y ofrecerles el medicamento que ha de sanarlos, como lo son los sacramentos de la Iglesia.
Tal parece que la mayoría ha ya rechazado a Cristo, o continúa haciéndolo ahora con su Cuerpo Místico, como a Su esposa, La Iglesia, sin embargo, esto no es excusa para detenernos en la búsqueda, de quienes necesitan nuestra ayuda y nos es posible auxiliar.
Cuando los miembros de nuestra propia familia (los que buscamos auxiliar primero) rechazan estas gracias, ofrezcámosla a otros, tal y como lo ha hecho Jesucristo y Su Iglesia.
Jesucristo es el buen Samaritano para toda la naturaleza caída por el pecado y ha venido a curarnos y salvarnos. Lo ha demostrado al derramar Su gracia sobre nosotros, guiado hacia la Iglesia para que seamos alimentados de su doctrina, y de igual forma nutrirnos con los Sacramentos.
Nos pide la Iglesia a todos y cada uno de nosotros, ser como el buen samaritano, imitando a Jesucristo según nuestras posibilidades y habilidades. Debemos rescatar a los que están agonizando en las religiones falsas y espiritualidad equivocada.
Traigamos estas almas a la Iglesia para que sean elevadas y alimentadas con la verdadera doctrina y que los mantenga vivos en la gracia de los verdaderos sacramentos.
Que así sea.