Saturday, January 21, 2012

TERCER DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA

22 DE ENERO DE 2012

Queridos Hermanos:

El día de hoy nuestra Santa Madre la Iglesia, nos muestra, dos de los milagros realizados por Nuestro Señor Jesucristo. La salud del leproso y la el sirviente del centurión.

La lepra la vemos como un símbolo de pecado y todo lo que este hace al alma.

Mientras que el centurión se nos presenta con fe y esperanza y todo lo que estas virtudes son capaces de obtener.

Es verdad que el leproso también tenía fe, sin embargo debe ser considerado por nosotros meditar un poco sobre la terrible enfermedad de la lepra y como simboliza el daño del alma.

El leproso estaba marginado de la sociedad y obligado a vivir alejado de los que están sanos. El pecador, de igual forma, se aleja espiritualmente de los demás porque el pecado te separa y aleja del Reino de Dios.

Hasta que cada pecado es limpiado y purificada el alma, no podremos entrar al Cielo. El pecado es el obstáculo a la sociedad y a la unión con Dios.
La lepra era una de las enfermedades más repulsivas y que desfiguraban a quien la padecía.

Toda la piel se cubre de yagas que no sanan de ninguna forma. La carne muere y se va desprendiendo en pedazos, sufriendo la persona que la padece en gran dolor y humillación. De la misma manera el pecador ha desfigurado su alma y la ha hecho aún más repulsiva que el cuerpo del leproso. El leproso con frecuencia trataba de esconder sus lesiones de los demás.

Lo mismo hace el pecador, monta un espectáculo que pretende esconder lo horrible que luce su alma. Mientras que por fuera está limpio dentro de sí y sus entrañas están corroídas y decrepitas.

Son, como nos lo dicen las Sagradas Escrituras, sepulcros emblanquecidos, llenos de podredumbre por dentro (San Mateo 23:27), de la misma manera el pecador su apariencia es hermosa cuando esta todo podrido y carcomido por dentro.

Existe la cura para el leproso de la misma manera como la existe para el pecador. De la misma manera, como le dice Cristo al leproso que se presente ante el sacerdote, de igual forma le dice al pecador que se presente ante este. Cuando el sacerdote expresa las más hermosas palabras de la absolución, toda la corrupción y podredumbre es eliminada. De la misma manera que sucede con el leproso. Se le da una vida nueva al leproso, como se le da al pecador arrepentido, por el sacerdote, en el sacramento de la penitencia.

No olvidemos la fe del centurión, reconociendo que Cristo es Dios y por lo tanto todo poderoso, se presenta ante Él en nombre de su sirviente. Esta es una manifestación muy profunda de confianza y fe en el poder de Dios al decirle.

“Señor, tan sólo di una palabra y mi sirviente sanará” humildemente ha pedido y reconocido ser, no merecedor, pero su fe y confianza en Dios lo han llenado de esperanza y valor para pedir.

Es la fe que se expresa en el pedir que sea más valiosa y creo yo, la de mayor importancia en nuestros días. Estas palabras son tan importantes que Nuestra Santa Madre Iglesia ha puesto en nuestros labios todas y cada una de las veces que acudimos a recibir a Nuestro Señor en la Sagrada Comunión.

Hay muchas cosas más que decir sobre este tema, pero el espacio me limita. Ya que me gustaría dirigir la atención a la situación actual de la Iglesia.

Una gran cantidad de católicos están muy alejados de los sacramentos, verdaderos y seguros, para sanar y nutrir su alma. La distancia y la no frecuencia, de ser capaces de alimentar y nutrirse espiritualmente, y no poder recibir estos sacramentos, son motivo de gran tristeza para nosotros.

Con frecuencia aquellos de poca fe se llenan de ansiedad y desesperación en lo que a su alma concierne. Debemos sin embargo, mirar al centurión, y considerar que aunque no podamos acudir a Cristo físicamente, Su gracia es capaz de venir a nosotros. Dios es todo poderoso, y no está limitado por el tiempo ni el espacio, como nosotros.

Con tanta tecnología moderna que nos ha dado Dios, en verdad, no estamos tan alejados de Su Iglesia. Aún mucho antes de toda esta tecnología, sabemos que nuestra alma siempre estuvo protegida y no estuvo limitada del todo. Hemos aprendido a hacer actos de contrición aún si no podemos acudir a la confesión, y hacer comuniones espirituales.

Hemos aprendido a hacer ofrendas por la mañana y expresar nuestro deseo de asistir espiritualmente a l santo sacrificio de la misa que se celebre en cualquier parte del mundo, y recibir las gracias e indulgencias, que logremos recibir cada día.

No olvidemos la espiritualidad que hemos recibido de la Iglesia y que se nos ha manifestado de manera extraordinaria por el centurión, en el evangelio de hoy.

Unirnos espiritualmente con los verdaderos ministros de Dios, cada día, y durante este, ofreciéndonos nosotros mismos y orando a Dios, conocedores por nuestra fe, que no es necesario que Él venga a nosotros, sino que tan sólo diga una palabra y sanará nuestra alma.

Así sea.