Saturday, August 20, 2011

DOMINGO DÉCIMO DESPUÉS DE PENTECOSTES

21 DE AGOSTO DE 2011

Queridos hermanos:

La pregunta que se nos hace, el día de hoy es ¿Cómo oramos?

Frecuentemente nos estamos comparando con nuestro prójimo. Vemos sus pecados y secretamente nos consideramos mejores, por no haber sido tentados con los mismos pecados que ellos o vemos sus virtudes y consideramos mejores las nuestras. En cualquiera de los dos casos cometemos un grave error.

San Agustín nos recuerda que, no existe ningún pecado cometido por el hombre, que nosotros también hubiéramos cometido si no fuera por la gracia de Dios. (Sermón 49).

Sin la gracia de Dios podemos caer en todos y cada uno de los pecados posibles. Si nos damos cuenta que no hemos caído, realmente es porque Dios nos ha protegido, en esta área. Sería tonto pensar que nosotros hemos evitado tal o cual pecado por nuestra propia fuerza o poder. No hemos hecho nada, de nuestra parte, que merezca ser reconocido. Si hay algo que a ser reconocido, depende y pertenece únicamente a Dios, quien ha obrado Su gracia en nosotros.

En lugar de menospreciar a quien ha caído y considerarnos nosotros superiores, debemos considerar que tal vez, somos tan débiles que Dios ha considerado ni siquiera permitir que seamos tentados en este tipo de cosas. Tal vez, en toda verdad, quien ha pecado sea más complaciente a Dios por haber sido tentado en la batalla que nosotros que no se nos ha dado fuerza para resistir. El peor de los pecados parece ser el que, permanezcamos complacientemente en el, en lugar de arrepentirnos y luchar el buen combate. Dios nos ha dicho que, existe mucha más alegría por un pecador que se arrepiente que por los noventa y nueve que no tienen necesidad de arrepentimiento.

San Pablo nos amonesta al otro extremo del espectro que no nos desanimemos cuando vemos que otros han recibido mejores gracias, o que consideremos que las que hemos recibido nos hacen mejores que los demás.

Es el mismo Espíritu Santo que da la gracia a uno y al otro. La da conforme a Su voluntad y no en base al mérito o demérito de la persona en cuestión. Con frecuencia observamos que Dios escoge al menos merecedor, de Sus Hijos, para exhibir las mayores gracias y dones. Con frecuencia usa a los tontos de este mundo para confundir a los sabios (1 Corintios 1:27).

De tal manera Dios se asegura de ser honrado por Sus dones y es más obvio que el instrumento tan débil que ha utilizado, no es el origen de tan magnificas o cosas maravillosas.

Vemos esto manifiesto con más énfasis en la vida de los santos, quienes al realizar los milagros siempre daban el honor a Dios y se consideraban a sí mismos a sí mismos no merecedores de tales prodigios.

De igual manera debemos nosotros aprender de los santos. También nosotros debemos evitar considerarnos superiores a los demás. Si por casualidad observamos algo, mejor en nosotros que en nuestro prójimo, en lugar de inflarnos de orgullo, debemos recordarnos constantemente que es Dios quien ha hecho esto y no nosotros.

Aún si hemos permanecido libres de un pecado u otro, hemos caído en muchos otros y hubiéramos caído también en este, si no nos hubiera preservado Dios.

La comparación que debemos hacer, no es con nuestro prójimo sino que, debemos compararnos con Jesucristo, Él es nuestro modelo: A Él nos debemos comparar. Cada uno de nosotros debemos considerarnos severamente carentes en esta comparación y debemos todos hacer como el Publicano y no como el Fariseo.

Si por alguna razón sucede que queramos compararnos con nuestro prójimo, veamos lo bueno que Dios ha puesto en ellos, y en nosotros la gracia que hemos abusado y desperdiciado. De esta manera nuestras oraciones serán complacientes y aceptables a Dios.

Así sea.