24 DE OCTUBRE DE 2010
Queridos Hermanos:
Dar al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios. De la misma manera podemos decir que estamos compuestos de cuerpo y alma, luego entonces nuestras deudas son dobles. Una a Dios y al espíritu y la otra para el cuerpo y el mundo. El mundo, tal y como lo conocemos esta en un gran desorden. Este mundo desordenado no es nuestro hogar. Es un gran lugar con muchas cosas buenas, pero no es nuestro destino final ni hogar permanente. El desorden de este mundo se origina en el pecado original. Somos hechos para gozar de un lugar perfecto, razón por la cual tenemos este deseo constante de buscar un lugar cada vez mejor.
El Cesar representa para nosotros el gobierno o el mundo en este estado de naturaleza caída. Le debemos mucho a este mundo (aún con todas las imperfecciones que este tiene). Por lo que debemos ocuparnos en algún tipo de trabajo donde además, debemos esforzarnos para apoyarnos, mantener y mejorar este mundo y la sociedad. De igual forma debemos entender que nada es permanente en este mundo (no será siempre de esta manera). Todo es pasajero. De esta manera, mientras que el mundo es un regalo de Dios y es importante para Él como para nosotros, debemos entender que ocupa un segundo lugar en nuestra mente y corazón.
El primer lugar en nuestra mente y corazón le pertenecen a Dios y a nuestro hogar eterno en el cielo. Esto es lo único que puede llenar el deseo de nuestro corazón.
Hemos sido creados para Dios y para permanecer en este lugar perfecto que llamamos Cielo, donde existe el orden y el amor verdaderos. Por lo tanto enfoquemos todos nuestros esfuerzos sobre este objetivo y no en las cosas pasajeras de este mundo.
Nuestros tesoros deben estar depositados en el Cielo. Todo lo que atesoremos en este mundo está destinado a perderse (consumido por el oxido, la polilla o los ladrones)
Todo es pasajero, sólo lo que queda en el cielo será permanente y constituirá nuestra eterna felicidad. Las grandes mansiones que construimos en este mundo no son nada comparadas con la mansión que nos espera en la eternidad con Dios Nuestro Señor.
Debemos tener mucho cuidado de no perder de vista esta mansión celestial, mientras nos ocupamos por obtener y mantener un lugar donde vivir y por nuestra sobrevivencia en este mundo. Todo lo que en este mundo está, no es otra cosa que como dice el sabio:
“Vanidad de Vanidades y todo es Vanidad”.
Todo es perecedero, vacio y no puede satisfacernos de ninguna manera sin importar que tanto nos esforcemos en que así suceda o que tan refinado esto sea. Si gastamos todo lo que somos y tenemos en esto, habremos desperdiciado y perdido todo, porque todo es vano.
¿De qué le sirve al hombre, ganar el mundo entero si pierde su alma?
¿Tal vez debemos inclinarnos a, dedicar todo lo que tenemos y todo lo que somos, a obtener lo eterno?
Esto parece una gran idea, pero el mundo no nos dejara ir tan fácilmente. Dios nos ha ordenado, preocuparnos por nuestro cuerpo y laborar en este mundo. No podemos caer, así por nomas en la eternidad. Este mundo es el lugar de prueba donde podemos mostrar a Dios todo nuestro amor al amar a nuestro prójimo aún en medio de las grandes imperfecciones que todos tenemos.
Todos pueden amar lo perfecto pero se requiere de gran humildad y fe para amar lo menos perfecto. Los demonios pudieron fácilmente adorar y honrar a Cristo en Su Divinidad; fue su humanidad que colocó el obstáculo. Su orgullo les impedía amar a alguien que fuera menor al espíritu. (Alguien, menos que ellos).
Esto es exactamente lo que se nos ordena cuando se nos dice que debemos amarnos los unos a los otros como Cristo nos ha amado. Existen muchos que pueden estar (por lo menos desde nuestra perspectiva defectuosa) por debajo de nuestro nivel, sin embargo debemos amarlos tal y como nos amamos a nosotros mismos. Esta situación atrapó a todos los demonios en el Infierno y nos llevará a todos nosotros si seguimos sus pasos.
Los bienes de este mundo no son para toda la multitud. Dios ha dado más a unos que a otros, para permitirnos amarnos los unos a los otros y probar este amor al mostrarnos generosos al dar y recibir libremente en toda simplicidad y humildad.
No podremos llevarnos nada y no hace bien a nadie acumular riquezas. Debemos compartir las bendiciones que Dios nos da para nuestra existencia en este mundo.
Pero esto no es todo, debemos de igual manera compartir, los unos con los otros, los dones espirituales que Dios nos ha dado. Porque Dios tiene todo y no necesita de nada, es la razón por la que podremos ofrecerle todo lo que hacemos con nuestro prójimo en Su nombre. Le regresamos a Dios lo que le pertenece al amarlo y obedecerlo cumpliendo Su palabra, amándonos los unos a los otros y practicamos no sólo las obras de misericordia sino también las espirituales, tal y como nos ha ordenado.
Así sea