Saturday, May 1, 2010

DOMINGO 4to. DESPUÉS DE PASCUA

2 DE MAYO DE 2010

Queridos Hermanos:

Una gran tristeza llenó el corazón de los apóstoles, nos relata la lectura del día de hoy, al anunciarles Nuestro Señor Jesucristo Su separación de estos; nos señala también que, Jesucristo les ofrece una razón de esperanza. Es necesario que El vaya al Padre para que pueda venir el Espíritu Santo y al recibirlo serán iluminados y fortalecidos.

Esto nos ofrece la oportunidad de considera la virtud de la Esperanza.

Como podemos ver a nuestro alrededor esta virtud ha sido orillada al extremo opuesto. Pecamos en contra de esta virtud ya sea por depender demasiado sobre ella, como si fuera algún tipo de magia o ignorándola como si no tuviera ningún valor.

La osadía es un pecado en contra de la esperanza. Este pecado nos lleva a colocar una confianza irreal en la misericordia de Dios. Tenemos una gran expectativa por el futuro pero no hacemos nada para lograrlo nosotros mismos. Ponemos toda la responsabilidad sobre Dios, olvidándonos de que Dios ayuda a quien se ayuda a sí mismo. Cuando seamos tentados a este extremo debemos recordar que: “Una fe sin obras es una fe muerta”.

Dios nos ha dado un cuerpo, tiempo, voluntad, inteligencia y un objetivo que alcanzar. Espera que pongamos todo esto en práctica para alcanzar aquello que esperamos lograr. Es una tontería pensar que no tenemos nada que hacer para lograr nuestras metas y creer que con el sólo hecho de tener fe, es suficiente. Si nos sentamos a esperar y no hacemos nada, nada se realizará.

En el nivel de lo aparente tal “fe” será algo bueno. Somos embaucados nosotros mismos con la idea de que “todo depende de Dios” o adoptamos una falsa humildad, diciendo que no podemos hacer nada más que esperar. Sin embargo tal actitud es un insulto a Dios. El nos ha dado las herramientas y habilidad para desear y lograr, nos ha dado el libre albedrio y espera que anhelemos y escojamos lo que es bueno y al así hacerlo, alcanzar el bien con todos los dones y beneficios que ya hemos recibido.

Sepultar estos dones que Dios nos ha dado, con la esperanza de que esto le agrade y nos recompense por nuestra inactividad y flojera, es algo verdaderamente vergonzoso.

Tal osadía parece ser más abundante entre los modernistas y liberales, tanto en el campo religioso como secular. Su “optimismo” irreal es en cierta manera repulsivo, para cualquier persona pensante. ¿Cuánto más lo será para Dios?

Al otro lado del espectro vemos, el vacio opuesto, en contra de la esperanza: La desesperación.

Este pecado es igualmente peligroso, ilógico y repulsivo.

Cuando volteamos a nuestro alrededor vemos toda la maldad que hay en el mundo. Según percibimos la dimensión del problema y sus consecuencias tanto espiritual como material somos tentados a la desesperación, los problemas son tan grandes que todo parece indicar que no importa lo que hagamos, todo será inútil, en contra de la gran ola de maldad. La tentación es que darnos inmóviles.

De igual forma se sepultan, con este vicio, nuestros talentos y dones y permanecemos pasivos sin ningún beneficio ni servicio.

Quienes caen en esta trampa frecuentemente se convierten en una carga para los demás, con sus constantes quejas de los problemas existentes en la religión, política, salud, educación etc. Pareciera como si todo estuviera mal y no pudiéramos encontrar la solución a todo esto. Una gran cantidad de grupos políticos y religiosos caen en esta forma actitud. Se sientan a esperar que las cosas cambien y se mejoren; pidiendo a Dios les diga cuándo va hacer algo al respecto.

Otra forma de desesperación es la que concluye que Dios no puede o no va ayudar. Tal fue la situación de Judas y algunos otros que lo imitaron. La dimensión del problema dicen estos, es demasiado grande para Dios. Luego entonces dejan de vivir literal o figurativamente.

Debemos estar siempre alertas sobre estos pecados. No permitamos, jamás, que crezcan en nuestro corazón ningún pensamiento de timidez ni desesperación. Debemos estar convencidos que Dios hace todo lo posible para salvarnos y que no existe la posibilidad en que el hombre no pueda trabajar y conseguir su salvación.

Debemos estar siempre alertas de no caer en una falsa confianza o en la osadía. Dios desea de antemano que todos los hombres se salven, con la única condición de que lo amen y cumplan sus mandamientos.

Debemos rechazar toda frivolidad y presunción, confiando siempre en Dios y haciendo el bien. Debemos aplicar Su gracia para la adquisición de la virtud y servirle fielmente todos los días de nuestra vida. Sólo de esta manera descansara nuestra esperanza en una base solida. “la fe sin obra es muerta”. De esta manera obtendremos lo que esperamos con fe – el perdón de nuestros pecados y la vida eterna.

Así sea.