Saturday, December 19, 2009

DOMINGO 4to. De ADVIENTO

20 DE DICIEMBRE DE 2009

Queridos Hermanos:

Una vez más, nuestros pensamientos son dirigidos hacia san Juan Bautista y su predicación sobre la penitencia, enfática, todos debemos hacer penitencia. Bautizó a las personas como manera de señalar la limpieza y eliminación de las manchas del pecado, al iniciarse en la verdadera penitencia, alejarse del mal.

Vivía en el desierto y su vestimenta era de piel de camello y ceñida su cintura con piel. Su alimentación era basada en miel y langosta. Por lo que podemos deducir que su predicación no era la de un hipócrita, predicaba con el ejemplo y ejercía mayor disciplina y penitencia rigurosa sobre si mismo mucho mayor, a la que pedía a quienes lo escuchaban.

Hoy en nuestros días, tenemos nuestra conciencia, esa voz que nos está llamando constantemente a la penitencia. La que podemos comparar al niño insistente y que en ocasiones se vuelve fastidioso ya que no se detiene, hasta que logra su objetivo.

Nuestra conciencia no puede ser ignorada. Es mejor para nosotros establecer una buena amistad con esta, lo más pronto posible, para evitar un largo y prolongado periodo de mancha y dolor sobre nuestra conciencia y toda la carga del pecado impuesta sobre el pecador, haciéndolo desdichado, infeliz, y descontento con todo a su alrededor.

Nuestra Santa Madre la Iglesia, también predica la penitencia, nos manda predicadores que nos anuncian la necesidad de la penitencia y el cambio del pecado a la vida. Nos señala de igual forma festividades y tiempos que nos predican una y otra vez la necesidad de la penitencia. Tenemos en primer lugar el Adviento y la Semana Santa, que nos recuerdan la necesidad de esta penitencia tan indispensable para nuestro bien.

Las Festividades de Nuestro Señor, Nuestra Santísima Madre y los santos, todas nos llaman a la necesidad de purificar nuestras almas para poder gozar únicamente de su compañía por toda la eternidad, porque nada manchado por el pecado, puede entrar en el reino de los cielos.

Dios nuestro señor, de igual forma, nos predica esto de manera directa en los diferentes acontecimientos de nuestras vidas. Existen enfermedades peligrosas, desastres naturales, levantamientos políticos, dificultades económicas etc. Todas las cosas de este mundo suceden por la mano de Dios, incluyendo estas grandes cruces. Al ser forzados a cargar con ellas, estamos siendo preparados en el camino de la penitencia.

Sin embargo, con todos y cada uno de estos predicadores de la necesidad que tenemos de hacer penitencia, parece que cada vez hay menos penitentes.

Muchos se engañan a sí mismos al pensar que no tienen necesidad de hacer penitencia; se imaginan que al no haber robado, matado o cometido adulterio etc. no tienen necesidad de arrepentimiento y consecuentemente hacer penitencia. Nunca se han detenido a examinar cuidadosamente su conciencia para verdaderamente comparar sus vidas al modelo que Cristo nos ha dejado de sí mismo y Su Palabra.

Muchos olvidan sus pecados de pensamiento y omisión. El examen de conciencia está limitado muchas veces a las palabras y acciones, lo cual es sólo el principio, de lo que sería un buen examen. Existen, probablemente, más pecados cometidos con el pensamiento, que jamás podríamos imaginarnos. Dios todo deseo lo toma por hecho y

¿con qué frecuencia fallamos en hacer lo que debemos hacer?

Existen muchos que piensan que tendrán tiempo después para hacer penitencia y que pueden vivir en su pecado todo el tiempo. Los jóvenes piensan que pueden vivir pecando, que ya cambiarán cuando se casen y que entonces, vivirán una vida virtuosa.

Ninguno de nosotros sabemos cuánto tiempo más tenemos de vida, muchas veces son los pecadores, quienes son llamados a rendir cuentas, y en algunas ocasiones en el acto mismo de cometer tal o cual pecado, sellando con esto su eterna condena en el infierno.

Quien desea continuar viviendo en sus pecados constantemente estará amontonando más de estos, uno tras otro el resto de su vida. Al vivir de esta manera se desarrolla un hábito cada vez más difícil de eliminar. Como vive el hombre ahora, es probable que, de esa misma manera haya de morir. Si vivimos en el pecado, en este perecemos.

El tiempo de penitencia es ahora, podemos convertirnos en amigos de Dios en este momento, si así lo deseamos. El siempre está esperando nuestro verdadero arrepentimiento, lo único que nos detiene somos nosotros mismos. Algún día estaremos, cara a cara, frente a nuestro salvador, quien nos recibirá con un fuerte abrazo o a quienes rechazará mandándonos al fuego eterno.

La decisión es nuestra, podemos acudir a un padre amoroso dispuesto a perdonarnos o enfrentar a un justo Juez.

Quienes no sean purificados y verdaderamente arrepentidos de sus pecados y reconciliados con Dios escucharan de manera irrefutable las palabras de “apartaos de mí, no te conozco”

Hagamos penitencia de una buena vez, y empecemos ahora a caminar por el sendero que ha de salvar nuestra alma inmortal.

Así sea.