6 DE SEPTIEMBRE DE 2009
Queridos Hermanos:
“Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.”
Servir a Dios es nuestra principal obligación en esta vida. Hemos memorizado, cuando niños, el catecismo pero rara vez nos hemos puesto a reflexionar y actuar sobre las verdades profundas que este contiene y que repetimos tantas veces.
“Dios me ha creado para conocerlo, servirle y amarle en esta vida para poder ser feliz con El en el Cielo”. Esta es la razón por la cual nos ha creado y por la que nos da todos los beneficios de esta vida que a diario recibimos.
No debemos solicitar alimento, vestido o lugar donde vivir, estas son algunas de las cosas que, los que no conocen a Dios se preocupan por obtener. Dios nos ha creado y sabe perfectamente que es lo que necesitamos por lo tanto estará al cuidado de que nada nos falte. Alimenta y viste a las aves del cielo, viste los lirios del campo con mayor esplendor que la del mismo Salomón.
Dios está al pendiente de nuestras necesidades, nos da todo lo que necesitamos, pidiéndonos únicamente a cambio que lo amemos y seamos felices. No debemos preocuparnos por las cosas que los no creyentes se preocupan, porque nuestra fe nos enseña que Dios proveerá.
Por lo que si debemos preocuparnos y solicitar es el Reino del Cielo. Debemos estar siempre buscando la felicidad eterna a la que Dios nos llama. Debemos procurar traer este Reino del Cielo a nuestras vidas en la Iglesia Católica, como frecuentemente lo solicitamos en el Padre Nuestro “Venga a nosotros Tu reino”. Esta es la oración que Cristo mismo nos enseñó. Debemos buscar que se haga la Voluntad de Dios en el mundo como lo es en el Cielo donde todos están unidos en espíritu y sólo buscan la hacer la voluntad Divina.
Esta es nuestra misión, nuestra única responsabilidad.
El evangelio de este día, tiene como propósito, despertarnos de la modorra e indiferencia que envuelve al mundo de hoy.
“Nadie puede servir a dos amos” no podemos servir a Dios y al mundo. Debemos tomar una decisión, la cual ha de determinar nuestro destino final en la eternidad.
Si procuramos vivir nuestras vidas en la búsqueda y posesión de bienes mundanos, sin duda alguna que lo lograremos, sin embargo, habrá literalmente, un infierno completo en donde deberemos pagar hasta el último centavo.
Todo parece indicar que no alcanzamos a entender lo que significa la eternidad. Por siempre, por mucho, muchísimo tiempo. Con un sufrimiento doloroso esperándonos por haber servido al mundo. ¿Cómo es posible que continuemos en este sendero? ¿Cuál es el placer que el mundo nos da que valga tanto para olvidar el fuego eterno en el infierno? Mientras que por otro lado vemos lo maravillosos que son los placeres y gozos espirituales del Cielo que reciben quienes sirven a Dios, aun cuando tienen que librar batallas dolorosas y extremas en esta vida. Estos sufrimientos son insignificantes ante los gozos y beneficios espirituales que nos esperan.
San Pablo en su epístola de este día nos dice algunas de las obras mundanas: Fornicación, deshonestidad, impureza, lujuria, culto de ídolos, hechizos, enemistades, pleitos, celos, iras, riñas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, embriagueces, glotonerías y otras. Nos dice que todas estas obras no sólo nos traen como consecuencia final la condenación eterna en el infierno sino que además nos acarrean dolor y sufrimiento en el aquí y ahora. Quienes estas cosas hacen no conseguirán el reino de los cielos.
A continuación nos señala las obras que nos han de guiar por el camino del cielo: caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia, castidad. Contra estas cosas no hay ley. Todas ellas nos acarrean felicidad en el aquí, ahora y por toda la eternidad.
El mundo nos ofrece una felicidad aparente, ilusoria. No ha pasado aún el efecto del servicio mundano cuando el remordimiento y el rechazo se han hecho presentes. Los gozos mundanos son pasajeros con consecuencias eternas, si nos acompañan a nuestra tumba, habremos de sufrir las consecuencias de esta decepción por toda la eternidad.
La mortificación de nuestros sentidos, mientras estamos en esta vida, luchando contra las fuerzas de este mundo, son sufrimientos aparentes.
Al realizar los lineamientos de Dios en el Servicio de Su Reino, nos aparecen las privaciones y sufrimientos como algo ligero y pasajero, insignificante, al considerar la recompensa que experimentaremos en el gozo y alegría de servir a Dios.
Con esto en mente, las cruces se han de convertir en alegría y placer. Nos encontraremos ante los dos mejores mundos que podemos encontrar en nuestra vida: La gloria del Reino de los Cielos, en esta vida, haciendo Su voluntad en la Iglesia Católica y los gozos de la eternidad, en la felicidad sin fin y sin límite del Cielo.
Que así sea.