12 DE JULIO DE 2009
Queridos Hermanos:
Cristo Nuestro Señor alimentó a cuatro mil personas con un alimento simple pero sustancial; pan y pescado. Observen que no lo hizo con delicatesen ni lujos.
Frecuentemente esperamos que Dios nos de lo que creemos ser lo mejor y, como niños mal creados, estamos tentados a reclamar que no se nos ha dado a nosotros, como a nuestro prójimo.
El regalo más precioso que nos da Dios, viene a nosotros en la presentación más humilde y discreta. Debemos aprender a valorar las pequeñas cosas que Dios nos da, si queremos cosechar la gran abundancia de los beneficios de Su bondad.
Los siete panes y las siete canastas representan los Sacramentos y en cada sacramento vemos que Dios usa medios comunes y sencillos para otorgarnos grandes beneficios espirituales.
Si consideramos la Sagrada Eucaristía veremos que, Dios se esconde bajo la apariencia de Pan y vino. Debemos apoyarnos en nuestra fe para ver y apreciar su presencia y el valor de los dones que nos ha hecho. Al negar lo que nuestros sentidos nos dicen y creer lo que la fe nos está dictando abrimos para nosotros una gran oportunidad de recibir una cantidad inimaginable de bendiciones de y en estos sacramentos.
No estamos recibiendo simple pan para nuestro cuerpo sino que recibimos el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de nuestro señor Jesucristo, para que alimente nuestra alma. Este tremendo regalo, Dios ha querido esconderlo ante nuestros ojos, bajo las simples formas de pan y vino. El orgulloso, vanidoso y pretencioso no puede ver esto, porque sus vicios lo mantienen ciego a la simple verdad y consideran, a lo que tienen verdadera fe, como simples o fanáticos, cuando en realidad ellos son precisamente eso que ven en los demás; toda vez que sólo creen lo que pueden ver y entender. De manera obstinada niegan todo lo que no pueden entender o que requiere de un poco de fe para lograrlo. Y si pueden llevar esta premisa a su conclusión lógica verán que no pueden aceptar nada, incluso lo que ven con claridad, porque no pueden jamás entender todo y en todo momento.
La fe nos hace libres porque podemos ver los límites de nuestros sentidos y entendimiento y sólo nos queda aceptar que existen verdades y realidad más allá de nuestra capacidad de entendimiento.
No necesitamos ver o entender, para conocer que, ciertas cosas existen y de esta manera ser capaces de trabajar dentro de los límites de la verdadera realidad. El no creyente constantemente se está golpeando la cabeza en la pared por su falta de fe. Se pasea de un lado al otro pensando que ha hecho algún progreso y presume de sus “logros” cuando en realidad ni siquiera a rascado la superficie de la verdad.
Jesucristo, sus apóstoles y todos los santos vivieron en la pobreza y se les humilló como alguien sin ningún valor. El rico, come grandes manjares y en medio de grandes lujos y espectáculo, mientras que el pobre de Lázaro no podía ni siquiera calmar su hambre con las migajas que caían de la mesa de este hombre. Sin embargo vemos que, en la eternidad, Lázaro está satisfecho con los beneficios celestiales mientras que el rico sufre la condena eterna, el hambre y el dolor.
Dios da su gracia al manso y humilde de corazón. Quienes están felices en las cosas simples y sencillas encuentran grande recompensa y felicidad en esta vida y evidentemente en la eternidad.
Debemos notar que en el evangelio de hoy se nos señala que, algunos fragmentos fueron recogidos, nada se desperdicio, cada pedacito es valioso porque es un regalo de Dios.
Notemos con que cuidado recogieron el más insignificante pedazo de pan y con qué ligereza y descuido muchos católicos tienen por el Santísimo Sacramento.
Los pobres reciben con un gran gozo, aprecio y gratitud, el regalo más insignificante que se les da, mientras que el rico desprecia todo lo que se le presenta, como algo muy inferior a su categoría o merecimiento.
La Sagrada Eucaristía es amada, aceptada y recibida por el humilde y sencillo de corazón; mientras que el orgulloso la rechaza, desprecia y se mofa de ella. Jesucristo da gracias a Su Padre por haber escondido este tesoro al orgulloso y manifestárselo a los humildes.
Sobró muchísimo pan después de que comieron todos. He aquí la forma en que Dios da Su misericordia y amor a los que le pertenecen. Nos dice san Buenaventura que: “si podas un árbol, crecerá mucho mejor, de la misma manera el rico se hace de mas si poda sus riquezas, dando limosna a los pobres”. Lo mismo sucede en este sacramento, Dios se entrega a nosotros como alimento, si lo recibimos correctamente la gracia de Dios crece abundantemente en nosotros hasta convertirnos en El. Lo recibimos bajo la apariencia de pan y vino mientras Su gracia crece en nosotros sin límite alguno. Jamás podremos numerar la gran cantidad de beneficios que recibimos de este sacramento cuando lo recibimos de manera correcta.
Aprendamos a valorar y amar todo lo que Dios nos da, aún lo que a simple vista parece poco e insignificante, pero más aún tengamos un gran valor y aprecio por los Sacramentos por medio de los cuales Dios nos da sus más valiosos dones y gracias, escondidos bajo el velo aparente de lo insignificante y común.
Así sea.