4 DE AGOSTO DE 2013
Queridos Hermanos:
Los Franciscanos y los Dominicos comparten una historia rica y abundante. Fueron buenos amigos san Francisco y santo Domingo, tanto que se sabe que ese último ciñó su cintura con el cordón que pidió a San Francisco.
Los ministros generales de ambas fraternidades se reunían para celebrar juntos las festividades de ambos fundadores. En la Orden Franciscana nos referimos a Santo Domingo como nuestro Padre. Ambas Órdenes son conocidas como mendigantes, es decir que sobrevivimos de la caridad de las personas. Hemos hecho votos estrictos de pobreza y no nos involucramos en el cultivo o producción de cosas materiales para nuestro sustento, como lo hacen las Órdenes más antiguas.
Hemos sido llamados por Dios para dedicar nuestra vida a Su servicio y depender completamente de Él. “El obrero es digno de su salario” Los ministros de Dios viven del altar.
En el evangelio de hoy, vemos que los obreros son la sal de la tierra. Lamentablemente hemos visto como muchos religiosos han perdido su salinidad y no sirven ya, para dar a las tribulaciones de esta vida, algo de sabor. Ya no sirve la sal. Ya no son la luz que ilumina la habitación. Y lamentablemente muchos ya no son siquiera la luz escondida bajo el canasto. La luz de la verdadera fe se ha extinguido en ellos.
Estos supuestos religiosos han perdido su sal y la luz en ellos, se ha apagado. Ya no tienen nada que dar a sus hermanos. Ahora ofrecen materialismo y oscuridad. Es verdad que debemos amara nuestro prójimo y preocuparnos por su bienestar físico, sin embargo, esto es sólo en lo superficial, de la vocación religiosa.
La verdadera sal transforma la vida y el mundo, en algo agradable al paladar, ya que en sí mismos son desagradables. Las cruces y cargas de esta vida llevan a uno a la desesperación y repugnancia.
Cuando la sal de la verdadera fe es agregada a estas tribulaciones, todo se vuelve placentero.
Jesucristo nos ha invitado a todos a cargar diariamente nuestra cruz y seguirlo. Lo cual es desagradable y difícil para nuestra naturaleza caída. La fe nos enseña que si de manera voluntaria hacemos esto, las cruces se harán más ligeras y suaves. Lo que primero repugnaba se vuelve agradable.
Esta ha sido siempre la vocación de los Franciscanos y Dominicos, casarse con sus cruces de la regla, de manera voluntaria y con alegría, hasta convertirse en ejemplo para el resto del mundo. Deben mover más con el ejemplo que con sus palabras.
Los modernistas han abandonado la fe y ahora sólo buscan el bienestar y buscan e intentan crear un cielo en este mundo, al grado de olvidarse de las cruces aquí y ahora, como la promesa futura de la felicidad del cielo.
Lamentablemente este método de tratar de eliminar las cruces y tribulaciones de este mundo, termina siempre en esterilidad. Mientras que podemos disfrazar una sonrisa y aliviar nuestras heridas en el alcohol, las drogas, y medicamentos, construyamos refugios para nuestro cuerpo, y llenemos nuestro estomago, jamás será suficiente. No hemos sido hechos para este mundo.
No podremos estar satisfechos con sólo las cosas de esta vida. Luego entonces no importa que tan buenas puedan ser las cosas de esta vida, siempre serán amargas porque la luz y sal de la verdadera fe, no las ha sazonado. Para despertar nuestro apetito por las cosas del Cielo.
Al celebrar el día de hoy, la festividad de santo Domingo y recordar su amor por Dios, nuestro fundador y la Orden. Sea posible que abracemos cada vez más fervorosos, nuestro vocación.
La Orden de los Dominicos fue encomendada la misión de predicar, malamente vemos como esta orden ha perdido su sabor y luz. Las palabras de nuestro Señor han caído a un lado de estos, que practican el humanismo materialista en lugar de la fe solida y verdadera.
Si tan sólo intentáramos adaptarnos al evangelio y orar por el auxilio de santo Domingo y todos los demás santos, nuestros ojos se abrirán paulatinamente a la verdadera luz y nuestro apetito será satisfecho (no tanto con las cosas de este mundo sino más bien con la anticipación de las cosas de la eternidad).
Que Dios, por los méritos de santo Domingo, brille la luz de la fe sobre nuestro corazón y mente y sazone nuestra porción diaria de fe en nuestras tribulaciones, para de esta manera se conviertan en gozo al recordarnos a Dios y nos haga merecedores de mayores deseos del Cielo.
Así sea