12 DE MAYO DE 2013
QUERIDOS HERMANOS:
Cuando Jesucristo vino a este mundo en la Encarnación, tomo nuestro cuerpo y sangre, sin separarse de Su Padre Celestial. Él y el Padre son uno sólo. Cuando vemos al Padre vemos de igual manera al Hijo. Lo opuesto es igualmente verdadero. Cuando Jesucristo ascendió al Cielo, no nos abandonó, sino que permanece con nosotros. Es Uno con nosotros.
Jesucristo ha tomado nuestra humanidad a lo más alto del Cielo. Cuando Él va, la humanidad va con Él. Porque es la cabeza de esta. (Tanto como Dios nuestro creador, como Dios nuestro Redentor).
Por medio de Jesucristo, no sólo se han abierto las puertas del Cielo, para la humanidad, sino que además, el hombre es invitado a ascender con Jesucristo a lo más alto del Cielo.
Mientras Jesucristo caminó por este mundo, realizó muchos milagros dando testimonio de Su Divinidad. Sin embargo, les fue difícil a los apóstoles, a sus discípulos y aúna nosotros, concebir esta Divinidad, por lo que se unen en su humanidad. Fue necesario que Jesucristo los dejara y que viniera, el Espíritu Santo sobre ellos para que entendieran mejor y apreciaran la divinidad de Jesucristo.
San León el Grande dice: “Fue entonces, mis carísimos, el Hijo del hombre, el Hijo de Dios, fue conocido de un amanera más perfecta y santa. Cuando fue tomado hacia la majestad de la gloria del Padre, y en una manera más inexplicable hacerse presente para nosotros en Su Divinidad, al hacerse más remota Su humanidad.
Para iniciarse una fe más instruida, en la que se una más a aquel Hijo que es igual que el Padre, sin la necesidad de tocar la substancia física en Cristo, en la que es con el Padre. Al permanecer la naturaleza de Su cuerpo glorificado, la fe los creyentes empieza a ser llamada con el Unigénito, que es el mismo con el Padre, para que pueda ser sentido, no sólo por la mano de nuestro cuerpo sino de un amanera más espiritual de entenderlo”.
“Por esto eso que el Señor, le dice a María Magdalena, cuando, representando a la Iglesia, se acerca para tocarlo: No me toques, porque o he ascendido a mi Padre”, es decir no quiero que me abordes de manera física, para que me conozcas. Deseo que esperen para lo mejor, estoy preparándoles algo extraordinario. Cuando haya ascendido a mi Padre podrán tocarme de manera más perfecta y verdadera. Porque conocerán lo que no tocan y creerán lo que no ven”.
Los apóstoles vieron ascender a Nuestro Señor al Cielo y se les instruyó que en la misma manera regresará a este mundo. Desde ese momento hasta el final de los tiempos, los verdaderos fieles esperan Su regreso. Resucitarán los muertos, reanimados con su alma, para estar frente a Jesucristo como nuestro juez. Los que lo han amado se regocijarán por la llegada de ese día. Quienes han creído y visto por la fe, verán ahora en la carne. El cuerpo místico de Jesucristo (la Iglesia) se unirá a Su Cabeza, Jesucristo.
El mundo se renovará o re-creará. Nuestro cuerpo será como el de Jesucristo, con todos sus atributos Gloriosos, con los demonios y toda maldad expulsada, la tierra finalmente cumplirá el deseo su Creador. El Paraíso se extenderá con todo su esplendor y gloria para llenar la tierra.
Siempre se han regocijado los santos con la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo, ahora nos toca a nosotros. Que maravilloso habrá sido caminar, escuchar, tocar y caminar con nuestro Señor, cuando estaba en la tierra, entonces nuestra fe tendrá el obstáculo de la humanidad de Jesucristo constantemente en el camino de ver Su Divinidad.
Dios ha escogido el tiempo exacto y perfecto para nuestra vida. La historia nos dice que Cristo es verdaderamente Hombre y nuestra fe nos dice que es verdaderamente Divino. Al contemplar SU Divinidad y gloria llena nuestro corazón con alegría y nos prepara para hacer todo lo que necesitamos para seguirlo.
Como recompensa por esta nuestra fe, se nos da la esperanza de ver la gloria de su presencia Humana y Divina, por toda la eternidad. Nuestra alma estará llena de todo lo anhelado, y nuestro cuerpo lleno de todo lo que pueda desear.
Al ir Cristo, nuestra cabeza, al Cielo, sentimos una cierta perdida y por lo tanto, tristeza. Mientras que al mismo tiempo, existe un gran regocijo al saber que Jesucristo está con ÉL Padre, donde pertenece; y que muy pronto, si somos fieles y los amamos, estaremos algún día con ÉL por toda la eternidad.
La tristeza es rápidamente mitigada porque tenemos la promesa de Cristo, del Espíritu Santo. Por medio del cual, como Tercera persona de la Santísima Trinidad, obtenemos todas las gracias que necesitamos para creer y obrar para hacer de esta gloria futura, un gran gozo en el presente.
Así sea