28 DE ABRIL DEL 2013
QUERIDOS HERMANOS:
Nuevamente cambiará el tiempo litúrgico, de la Pascua al tiempo de Pentecostés. Con cada cambio se nos recuerda del cambio similar en la vida de Jesucristo y de la Iglesia.
Jesucristo está preparando a los Apóstoles, ante su Ascensión al Cielo y la venida del Espíritu Santo.
El cambio tiene siempre un elemento de temor, a lo desconocido. Jesucristo remueve algunos de estos temores, de sus Apóstoles. De igual forma nuestra santa Madre a Iglesia nos prepara a lo desconocido. Pasamos en este tiempo litúrgico, año tras año, y este temor al cambio es relativamente bien conocido, al pasar el tiempo. Hay sin embargo, un cambio en nosotros, a lo menos en sentido material y lo que sería más importante en nuestra vida espiritual.
Al irse terminando el tiempo de la Pascua, la alegría de la Resurrección de Nuestro Señor se empieza a desvanecer para dar lugar a Su gloriosa Ascensión. Esta pérdida de la presencia física humana de Nuestro Señor, es necesaria tanto para los Apóstoles como para nosotros mismos. Debemos seguir en un sentido amplio, espiritualmente a los apóstoles.
Iniciamos con el adviento y la espera del Salvador. Este se cumple con el Nacimiento de Nuestro Señor. Hemos nacido en pecado y caemos miserablemente todos los días, mas por el Bautismo recibimos a Cristo Niño en nuestra vida. Al acercarnos a la Epifanía nuestra fe trae la revelación de Cristo más claramente y la alegría llena nuestro corazón, al irnos acercando paso a paso cada vez más, y lo más importante incrementando nuestro amor por Dios.
Se nos recuerda de Jesucristo, niño, perdido en el templo, al permitírsenos caer para que Cristo nos de capacidad para levantarnos con mayor fuerza. No se encuentra muy alejado de nosotros, lo encontramos nuevamente para fortalecernos y renovar nuestra fe, amor y alegría.
Después nos acercamos al tiempo de penitencia, y se nos presentan los dolores y sufrimientos que hemos causado a Jesucristo, al amarnos tanto. Vemos Sus sufrimientos y nuestra atención se centra en nuestros pecados, faltas y caídas, que fueran las meras causas de Su sufrimiento. Lo seguimos al Calvario, en espíritu de penitencia y mortificación, arrepintiéndonos y confesando nuestros pecados, derramando lagrimas de contrición. Para experimentar la alegría de haber sido perdonados nuestros pecados, al hablarnos nuestra madre la Iglesia, de la Resurrección.
Nuevamente Jesucristo se vuelve a esconder, está a punto de ascender al Cielo. Empezamos a sentir esta ausencia, antes de que se vaya. Se ha entregado a nosotros en la Sagrada Eucaristía y nos ha prometido el don del Espíritu Santo. Hemos experimentado el pecado y el perdón en muchas ocasiones y esperamos haber aprendido de todas las caídas y hacer buen uso de este mal aprendiendo la humildad y no confiar en nosotros, e incrementando cada vez más nuestro amor por Dios para que llene nuestro corazón. Estamos en cierta manera destetados de la leche espiritual y comida suave para poder recibir cada vez más comida espiritual solida.
Tememos este progreso y estamos prestos a sostenernos en los placeres de infantes, que ya conocemos, por temor a las dificultades que la madurez espiritual nos traerá. Nuestra fe nos recuerda que Dios está con nosotros, jamás nos dará más de lo que podemos soportar. Como le dice a San Pablo: “Mi gracia, te es suficiente…”
Al acercarnos a Pentecostés, hacemos la transición espiritual de la adolescencia a la edad adulta. Cuando el Espíritu Santo viene a nosotros en el Sacramento de la Confirmación, dejamos muchos de los gozos fáciles y consuelo de jóvenes, para transformar esta inmadurez en algo poco a poco más maduro y adulto espiritualmente hablando.
Los temores de las dificultades se alejan al alimentarnos cada vez más, la Gracia de la Caridad. Con la gracia de Dios estamos dispuestos a aceptar, abrazar y amar las cruces de esta vida. En esta madurez, somos inspirados a seguir a Nuestro Señor al Calvario al grado de derramar nuestra sangre con Él. Sufrimiento, sacrificio y la misma muerte pierde todo sentido conforme el Dios del Amor, llena nuestro corazón más y más.
Este Dios del amor ha convencido a este mundo de la maldad del pecado, de la justicia y del Juicio. Al ser envueltos de este Espíritu Santo, vemos de igual manera las calamidades de los pecados del mundo, para rechazarlos. Vemos la justicia en todo lo que hace Dios, en las cruces, sufrimientos y miseria de este mundo, así como el aparente éxito del mal. Juzgamos este mundo malvado que guía y conduce a tantos de este mundo al infierno. Vemos el éxito temporal de este mundo, al ver que esta pobre gente sólo busca el éxito material a expensas del bien espiritual.
Dios es bueno y justo, les da lo que desean aquí y ahora, más deben pagar con el Infierno. No lo aman ni desean estar con Él, por lo que serán separados por siempre de Dios.
Que este ciclo del tiempo Litúrgico nos estimule en nuestro crecimiento y progreso espiritual para que madure y crezca nuestro amor por Dios. No debemos temer subir al siguiente escalón espiritual, más bien con fe y esperanza crecer en la Caridad, día con día y en toda temporada.
Qué Así sea.