Saturday, February 9, 2013
DOMINGO DE QUINCUAGÉSIMA
10 DE FEBRERO DE 2013
Queridos Hermanos:
En el evangelio de hoy, nos damos cuenta como, Nuestro Señor Jesucristo, está preparando a sus discípulos, antes de Su crucifixión y muerte. De la misma manera nuestra Santa Madre la Iglesia, nos prepara a nosotros para la Semana Santa.
Los apóstoles no comprendían lo que Jesús les estaba diciendo. No podían imaginar que nuestro Señor Jesucristo sufriera tanto y tuviera que morir. Fueron testigos de las grandes maravillas y prodigios que Nuestro Señor había hecho por la gente. ¿Cómo puede morir quien es todo poderoso, capaz de hacer todas las cosas?
Lamentablemente, aún hoy en nuestros días, las cruces, el sufrimiento y dolor permanecen como misterio para nosotros, como lo fue en aquel tiempo para los apóstoles. Fue solo después de la Gloriosa Resurrección de Cristo, que empezaron, los apóstoles, a entender. Tal vez, lo mismo sucede con nosotros, nuestro entendimiento será completo cuando nuestra fe sea confirmada por medio de alguna manifestación maravillosa de Cristo. Con toda esperanza, deseamos que esto suceda antes de que sea demasiado tarde para salvar nuestra alma.
El ciego que se encontraba postrado al lado del camino, sin ver las maravillas que hacía Jesucristo, creyó. Su fe lo ayudo. Muchas veces nosotros, nos comportamos como este pobre hombre, cegados e incapaces de ver la verdadera luz de Dios.
Este hombre estaba obligado por las circunstancias a pedir limosna, comida y todo tipo de necesidades de esta vida, para poder vivir.
En nuestras oraciones, con frecuencia parecemos limosneros, pidiendo para las necesidades de este mundo. No es este el problema, sino nuestro apego a estas cosas. Nuestro amor por estas nos dejan ciego ante la Verdadera Luz. Suplicamos en nuestras oraciones, pero lo hacemos por las cosas equivocadas. No sabemos, qué es, por lo que debemos suplicar en nuestras oraciones. Razón por la que no sabemos por qué nuestras oraciones no son respondidas o con respuestas diferentes a las esperadas.
Nuestra fe es débil por lo tanto siempre estamos incompletos. Debemos buscar primero el Reino de Dios. Con frecuencia nuestras oraciones son obscuras y no muy claras. Pedimos con nuestra mente pero nuestro corazón esta distraído en otra cosa. Los pecados que hemos cometido vienen y nos acosan perturbando nuestra oración, cuando queremos hablar con Dios.
Todos esos obstáculos nos ocultan a Jesucristo. Nuestro amor por las cosas de este mundo, nos calla de la misma manera que la multitud callaba al ciego. Se interponen en nuestro camino, callando con frecuencia nuestras oraciones. La lección que debemos aprender del ciego, que nos relatan las lecturas de hoy, es que, debemos perseverar hasta el final.
Cuando nuestros pecados y el amor de las cosas materiales traten de detener nuestra unión con Jesucristo, es cuando debemos orar y suplicar con mayor esfuerzo. Debemos suplicar a Dios no al mundo, debemos vencer el clamor de las multitudes con una mayor determinación de nuestra parte, especialmente con quienes tratan de alejarnos de Dios.
Si suplicamos con fuerte voz y de manera perseverante, Jesucristo sin duda se detendrá y permitirá que nos acerquemos a Él. Para luego hacernos Jesucristo, la pregunta más importante: ¿Qué desea de mí? Este es el momento en el que no debemos fallar. El mendigo en todos y cada uno de nosotros está dispuesto a pedir, dinero, poder, prestigio, cosas materiales y mundanas. Esto no es lo que debemos buscar. Dios conoce nuestras necesidades materiales. Todo esto lo puede proveer, de manera fácil. ¿De que nos sirven todas las cosas materiales, si no tenemos ojos o luz para poder verlos? Si no podemos ver, no podemos apreciar la belleza ni la bondad de estas.
Sin la Luz de Dios no podemos avanzar en la vida espiritual. Nuestra fe debe crecer al grado de considerar las cosas materiales sin valor si nos falta la vida sobrenatural. Debemos valorar más la luz que las cosas que ilumina. Debemos amar más a Dios creador que todas Sus creaturas creadas juntas.
Nuestra oración debe ser, Señor, haz que vea. Debemos hacer a un lado nuestro deseo por las cosas materiales para poder ver a Dios. Una vez hecho esto, podemos ver todas las cosas creadas por él y apreciarlas de manera apropiada. Seremos llevados con san Pablo, que nos dice, que hace uso de las cosas de este mundo, sin usarlas, para apreciar todas estas maravillosas creaturas, en Dios por Dios y para Dios.
A este nivel, todas las cosas materiales y mundanas dejaran de ser una sombra que impida ver de manera clara a Dios Nuestro Señor. Más bien, se convertirán, estas cosas materiales en lentes especiales que nos ayudarán a ver más claramente y entender mejor lo que es de Dios. Veremos, claramente con una nueva luz, a Dios y al mundo.
En este tiempo de Penitencia es donde empezamos nuestra oración como el ciego. En la penitencia hacemos a un lado las cosas materiales y enfocamos toda nuestra atención en Jesucristo. Cada vez más y más, debemos, en este tiempo de penitencia, exclamar el auxilio de Dios, callando las pasiones y cosas de este mundo. Pidiendo a Dios que nos de lo que más falta nos haga, la luz del alma para ver la verdad y acudir a la vida eterna.
El resto de nuestros días en este mundo, no debemos detener esta suplica, por la gracias y luz espiritual, de Dios. No nos detengamos por los demás ni por nuestros pecados del pasado, sino más bien con un mayor fervor busquemos a Jesucristo.
Mientras mayor sea nuestro amor y fervor por Dios; el amor de las cosas de este mundo y atracción al pecado será cada vez menor.
Así sea.