19 DE ENERO DE 2013
Queridos hermanos:
Constantemente pedimos por el “pan nuestro de cada día” en la oración del Padre Nuestro. Al hacer esto recordamos que, no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Necesitamos, no sólo alimento para nuestro cuerpo sino aún algo más importante, necesitamos la alimentación de nuestra alma, el alimento espiritual que nos ha de nutrir y transformar.
Los vasos de piedra son considerados fríos e insípidos; como lo es considerada nuestra instrucción espiritual que es duradera. Estos contienen las verdades sobrenaturales que a primera vista parecen ordinarias.
La Iglesia es el símbolo de estos vasos de piedra, es duradera, guarda y distribuye verdades sobrenaturales que da a beber a todos los asistentes a la boda del Cielo. Esta bebida, aparece en primer término como simple agua, por lo que, es vista como insignificante y simple. Sin embargo, si observamos con cuidados nos daremos cuenta que las verdades simples y humildes son las más importantes y profundas; el agua es entonces convertida en vino.
En todos los niveles de nuestra vida espiritual nos daremos cuenta que encontraremos todo lo necesario en estos vasos de piedra, La Iglesia. Para quienes están fuera de esta, los vasos aparecen de manera insignificante y vacios, nada para sostener su alma.
Para los principiantes en la fe, los encuentran refrescantes, pero conteniendo simple agua. Conforme vamos madurando en la fe y la vida espiritual, descubrimos la belleza y gozo, del vino que alimenta el alma.
La Iglesia tiene siempre algo para todos y estamos obligados a buscar en ella “el pan nuestro de cada día”
Muchos entran a la Iglesia y la encuentran vacía porque sus almas así lo están. Con frecuencia nos preguntamos si tales personas tienen algún tipo verdadero de fe, o por qué se molestan a acercarse a la Iglesia. El hueco de los vasos de piedra se puede encontrar en todas las Iglesias falsas, donde en su multitud de seguidores se encuentra esta gran vanidad y vacio. Tienen edificios impresionantes pero vacios de cualquier nutriente verdaderamente espiritual. Hay incluso quienes no ven mucha diferencia entre la verdadera Iglesia y las falsas, por estar buscando solamente en lo superficial y vacio de los edificios.
Algunos entran a la Iglesia y sólo pueden saborear agua. El desarrollo espiritual ha pasado por la etapa vanidosa, y encuentran verdadero refrigerio en la doctrina, como lo hacen con el agua; pero el gozo y alegría que acompaña al vino, nunca lo alcanzan.
Hay muchos que tienen un “conocimiento” superficial de la doctrina de la iglesia y con frecuencia dicen tales cosas como “ yo conozco mi fe” y no ven la necesidad de estudiar y prepararse más allá de este conocimiento, lo que aprendieron en sus catecismo, cuando niños, les parece suficiente.
Este “conocimiento” no es amado y cuando piensan estar saboreando el vino de la verdadera doctrina, lo único que los alimenta es simple agua, que sólo humedece su necesidad por una bebida mucho mayor, pero lamentablemente no desean seguir avanzando.
Estos son los “niños” de la Iglesia, que no están preparados para cosas mayores, son fácilmente engañados y arrastrados por las falsas doctrinas y tentaciones, de los anzuelos de vanidad y vacio que enseñan los herejes.
El mejor vino está reservado para lo último, para los adultos, maduros en su fe. Para alcanzar este nivel debemos pasar primero por la vanidad vacía de las falsas religiones, encontrando la verdadera doctrina de la Iglesia.
Al recibir la verdadera fe, buscamos la frescura de sus aguas, somos materialistas y mundanos, ansiosos por bendiciones materiales. Pensamos que esto es suficiente. Este conocimiento no es suficiente, debemos amar. Al aumentar nuestra fe en nosotros, debemos amar cada vez más. El joven adulto, por así decirlo, busca saborear el vino del amor verdadero en la fe. Es aquí donde Cristo transforma el agua en vino. Mientras mayor es el amor, más placentero se vuelve este vino.
En el transcurso de nuestra vida espiritual nos damos cuenta que el vino se agota, muchas veces se termina sin que nos demos cuenta, alcanzamos una llanura, un estancamiento. Caemos en un conformismo al ver las cosas desde un punto de vista mundano. El vino se ha agotado para todos los que se encuentran en esta situación. La cual se vuelve, muy peligrosa toda vez que, cuando la fe ha perdido su sabor y valor tenemos el peligro latente de perderla. La Palabra de Dios deja de alimentar nuestra alma.
Los demonios se encuentran ansiosos por eliminar y callar este amor, logrando en ocasiones que este vino se termine y nos regrese a la fe que no es otra cosa que el total abandono y vacio.
En la vida espiritual nos encontramos en muchas ocasiones con una resequedad y obscuridad. Muchas veces nos toma de sorpresa, olvidándonos de pedir y suplicar a Dios nos la regrese. Es aquí donde entra la Madre de Dios. Si María santísima es invocada, amada y honrada por nosotros, y compañera de nuestra vida, ella se encargará de ver que el vino nunca nos falte. Ella está al pendiente de nosotros mucho antes de que el vino empiece a terminarse, ella conoce nuestro corazón y sabe cuando se está secando, será Ella la que acuda a Su Hijo para decirle. “ya no tienen vino”.
Así sea.