Saturday, January 12, 2013

FESTIVIDAD DE LA SAGRADA FAMILIA

13 DE ENERO DE 2013

Queridos Hermanos:

Al considerar la belleza y magnificencia de la Sagrada Familia, debemos ser inspirados a unirnos en la manera de lo posible, a este gran ideal de la vida familiar, en nuestra propia vida. Esta festividad además de acercarnos a la vida familiar de igual manera ilumina la vida individual.

No sólo el padre, la madre y el hijo, sino de igual manera el vecino, el amigo, el empleado, el patrón, maestro, estudiante, todos son instruidos por esta Sagrada Familia. Todos podemos encontrar inspiración de una u otra manera y para cada situación.

En pocas palabras, cada situación de esta vida, es una extensión de la familia.
San Pablo, en la epístola de este día, nos declara las virtudes necesarias en nuestra vida para cumplir cabalmente el ideal expresado por la Sagrada Familia. No duda en colocar la virtud de la caridad por encima de todas las demás. Humildad, mansedumbre etc. Son hermosamente expresadas en la Sagrada Familia para inspirarnos a practicarlas e imitar la caridad como corona de las demás.

El amor sobrepasa a todas las demás y resplandece sobre estas virtudes dándoles parte de su brillo. Es la caridad que anima a san José como Jefe de familia. Tiene no sólo el derecho, sino que trae consigo la obligación de liderar y mandar. Mandar es una obligación y derecho, no sólo un honor.

Quienes están en posición de autoridad toman parte de la autoridad de Dios y deben hacer lo más humanamente posible en el cumplimiento de esta posición viendo además sobre todas las cosas, con la caridad de Dios.

Quienes fallan en mandar y cumplir esta obligación como autoridades, son tan culpables como quienes sin ninguna autoridad pretender hacerlo. Con frecuencia vemos como la gente ignora la manera adecuada de ejercer esa posición de autoridad. Hay muchos que roban la autoridad que no les pertenece. Esto es algo repulsivo, especialmente para los sujetos de estos, que de manera voluntaria o forzados por las circunstancias, al faltarles a estos “lideres” la gracia necesaria para poder mandar.

Existen otros que aunque Dios los ha llamado a esta vocación, fallan en usar la gracia de Dios, actuando como verdaderos tiranos, o ladrones ineptos. Lo que les falta es sin duda la virtud de la caridad, así es, necesitan de igual manera las otras virtudes, tales como la humildad, la fe y el valor de sus convicciones etc. Pero sobre todas estas si sólo se amaran los unos a los otros, cada uno encontraría su propia vocación, como una verdadera razón de alegría al haberla encontrado.

San José, podemos decir que, es menor en dignidad que Jesús y María, pero es a Él quien Dios le da la autoridad. La gracia de la habilidad para mandar y dirigir tiene mucho más que ver con la gracia de esta vocación que con el intelecto o posición social.

En cierta ocasión san Francisco exclamó que estaría dispuesto, con gran humildad fielmente obedecer a un novicio de un día, que fuera puesto como su superior, de la misma manera que obedecería al fraile más sabio y experimentado que le fuera, de igual forma, puesto como su superior. No es la persona del superior, lo que es importante. Es la posición y la dignidad de esta, lo que vale.

Las formas y caminos de este mundo se alejan cada vez más, de este ideal. Lo que el mundo ve como necesario para mandar y dirigir es completamente opuesto a lo que Dios quiere.

Los superiores deben buscan ante todo, que tienen la gracia de su vocación y no haber usurpado la posición de autoridad que sustentan para después alimentar y mantener el verdadero amor por todos los a él sujetos. Una vez que la caridad ha sido establecida en ellos, no existirá la tiranía ni serán pisoteados. La caridad aleja, el orgullo, la arrogancia y todas las demás manifestaciones del abuzo de poder.

Sigue, en este poder y autoridad, en la Sagrada Familia, María santísima, esposa y madre. Es el ejemplo a seguir de todas las mujeres. No existe vergüenza ni debilidad en estar sujeta a un otro, (aún cuando parece inferior). María brilla en todo esplendor en su santidad, humildad, paciencia. Sacrificando su voluntad a la de san José, no pierde nada, gana mucho más.

Cuando san José, o cualquier otro esposo decente, autoridad verdadera, ven que su autoridad no es desafiada sino que es más bien, como la esposa que amorosamente sacrifica su voluntad por la de él, de seguro que no le pedirá nada que le pueda negar. No puede hacer otra cosa que de manera reciproca dar el amor que de ella recibe. Forman un solo cuerpo como cabeza y corazón trabajando ambos por uno mismo. Ella obedece con amor y de forma voluntaria, por lo que él es inspirado a mandar con suave amor y generosidad.

Todo es evidentemente fácil cuando esto sucede. Luego entonces, nuestro verdadero progreso espiritual brilla, sólo cuando es puesto bajo esta prueba. Dentro del fuego de la tentación y las tribulaciones; cuando parece o realmente sucede, que la cabeza está equivocada, injusta o imparcial, es cuando sujetos a esta debemos humildemente someternos por el amor de Dios y la autoridad (en todo lo que no sea ocasión de pecado).

Es esta humildad que inspira a los que ejercen la autoridad, la gran necesidad de mandar con gentileza y amor. El daño que ocasionen a los a ellos encomendados, será, si cooperan con la gracia, lo que más mueva sus conciencias, porque ante sus propios sufrimientos o tribulaciones sólo obedecieron, lo que les ha sido encomendado hacer. Por lo tanto podemos decir que las esposas pueden inspirar y dirigir a su esposo hacia Dios y Su gracia.

Todo esto es aún más perfecto en la obediencia de Jesucristo. Jesús estovo sujeto tanto a José como a María, Su obediencia fue inmediata, voluntaria y llena de amor, (el ejemplo perfecto para todos nosotros) y de esta manera acercó y unió cada vez más a Sus padres a Dios para amarlo sin límite. Obedeció con gran amor, para que le fuera ordenado, de la misma manera.

Si lo que buscamos es checar o corregir a quienes nos mandan obedecer, primero debemos revisar si estamos obedeciendo, como lo hizo Jesucristo. Si lo estamos haciendo de esta manera debemos entonces orar y esperar que Dios cambie a los que ha puesto como autoridad sobre nosotros.

No existe mayor honor que sufrir injusticias por el amor de Dios, de la misma manera no hay otra forma de cambiar o convertir a los demás.

Así sea