Saturday, November 17, 2012

DOMINGO 25to. DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

18 DE NOVIEMBRE DE 2012

Queridos Hermanos:
El día de hoy, tomamos en consideración la forma en que las grandes obras inician de una manera pequeña y en ocasiones insignificantes. La semilla de mostaza y el grano de levadura, son pequeñas y por ende humilde, sin embargo, contienen un gran potencial. Mostrándonos con esto, nuevamente como Dios exalta a los humildes y humilla a los orgullosos.

La Iglesia Católica se encuentra en esta situación de humildad, cuando Cristo nos dice: “El Reino de Dios es como…” nos encontramos en el estado de semilla, el potencial total, crecimiento y desarrollo, sólo será verdaderamente visto, en la eternidad del Cielo.

Vemos, de igual forma, que la semilla debe morar a sí misma, enterrada para que pueda desarrollarse en l gran planta, que ha sido designada ser. Lo mismo sucede con el grano de levadura que es sepultada o escondida dentro de la masa de harina. Para poco a poco influir y cambiar la harina hasta ser transformada en una nueva levadura.

Lo mismo sucede con la Iglesia, debe transformar a todo el mundo. Se encuentra a si misma sepultada en este mundo, rodeada de todo tipo de maldad y pecadores. Es su misión en toda verdad y fe difundir el Evangelio de la humildad de Cristo Crucificado, transformando la maldad en bondad y al orgulloso en humilde. Su misión es unir a los hombres individuales, en un solo Cuerpo de Cristo, así como la levadura se une al trigo en una sola masa.

Al considerar la parábola de hoy, nos damos cuenta de una gran información relativa a la parábola de la semana anterior. Vimos como los berberechos crecen junto al trigo, lado a lado. Hoy vemos que el pecador debe convertirse o cambiar a humilde y recibir la vida, como miembros del Cuerpo Místico de Jesucristo.

La Iglesia que en ocasiones aparece como pequeña e insignificante, para en la eternidad ver algo realmente sorprendente y diferente. Comparada con las megas iglesias de los herejes, la Iglesia católica parecería insignificante, sin embargo, en este estado humilde, promete una gran recompensa en la eternidad. Reincorpora a todos los que quieran seguirla a Ella y en Cristo, dándoles vida.

Los demás sin importar que tan grandes aparezcan serán todas destruidas y muertas.
Vemos en la vida de los santos, especialmente en los más humildes y apartados del mundo, que atraen a los hombres buenos y que al verlos y escucharlos son poco a poco transformados en imitadores de sus virtudes.

Si consideramos la humildad de San Francisco, casado con las virtudes de la pobreza, castidad y obediencia, buscando morir a sí mismo, se dio cuenta que en lugar de morir realmente vivía, en Cristo. Sus seguidores inmediatamente empezaron a multiplicarse, cada uno de estos buscando imitar y seguir los pasos de este hombre simple y humilde.

Esta alma humilde ha sido multiplicada muchas de las veces. Muchas almas han entrada a la Orden Franciscana, para desarrollar e imitar las virtudes de San Francisco de Asís en sus vidas.

No es nuestra intención ni lo fue de san Francisco convertirse en un falso dios. Esto es verdaderamente repulsivo para cualquier alma verdaderamente humilde. San Francisco sólo buscó imitar a Cristo y lo hizo muy bien.

Llevó incluso, las llagas de nuestro Señor Jesucristo, en su cuerpo. Por lo tanto podemos decir que al seguir e imitar a san Francisco estamos siguiendo e imitando a Cristo Nuestro Señor.

Cristo es como la semillita de mostaza o la levadura escondida en la harina. Humillado y muriendo en la cruz sólo para desarrollar en el hombre, una unión más con El mismo. Desde su lecho de muerte y estado de desconocido surge y es elevado a las Alturas.

Todos los que cree y son bautizados completan lo que faltaba (Col 1, 24) transformando su muerte pecaminosa en miembros vivientes de Cristo, en un sentido, creciendo en el Cuerpo de Cristo.

Todos y cada uno de nosotros logramos esto cada vez que nos acercamos más a Él y le permitirnos transformarnos. Debemos tomar nuestra cruz diariamente, muriendo humildemente a nosotros mismos para poder seguir a Cristo de manera perfecta al calvario.

Es esta forma de morir a nosotros mismos que nacemos a la vida eterna señala la Oración de San Francisco De Asís.

No podemos voltear a ver a Cristo como lo hacen los protestantes que señalan que Cristo ya ha hecho todo, sin dejarnos nada por hacer, sólo necesitamos creer. La gloria del nombre Cristiano sin ser como Cristo es una ilusión vana y vacía.

De igual forma vemos muchos religiosos que se glorían en el nombre de su fundador, pero que no logran jamás imitar el espíritu de estos. Ni siguen el espíritu religioso, o a Cristo. Ninguno de estos tiene vida en sí mismos aunque aparezcan en una gran cantidad o prósperos, más que los religiosos verdaderos o católicos verdaderos.

Dios no está interesado por la cantidad numérica de este mundo sino en su calidad. Un alma que en toda humildad esta imitando y siguiendo a Cristo en su sufrimiento y muerte, vale mucho más que todo el mundo viviendo en pecado, en la vanidad y orgullo.

Por estas almas, vemos que Dios puede hacer grandes obras, como lo hizo con San Francisco de Asís. Tanto a Su Iglesia en este mundo como de manera individual a la gente que forma parte de Su Cuerpo Místico. Las cuales son como la semilla de mostaza. Todo el que se una a estos recibirá la vida y entrara por el mismo camino, de la virtud de la humildad, muriendo a sí mismos. Cualquier otra forma es una decepción diabólica.

No podemos salvar esta vida si queremos la vida eterna (San Lucas 9, 24). No podemos entrar a la Iglesia o vida religiosa sin tomar el espíritu de la Iglesia o la Orden a la que se ingresa. No podemos servir a dos amos. (San Mateo 6,24).

Si vamos a permitir a Cristo vivir en nosotros, muriendo a nosotros mismos, debemos ser como Él para atraer a otros a Él, tal y como lo hizo san Francisco y los demás santos.

Así sea