Saturday, September 24, 2011

DOMINGO 15° DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

25 DE SEPTIEMBRE DE 2011

Queridos Hermanos:

El día de hoy somos testigos de un gran milagro. Jesucristo Nuestro Señor resucita al hijo de la viuda. Se lo regresa a su madre, para aliviar su dolor y sufrimiento.

Hizo esto por compasión y amor ante el sufrimiento humano, pero algo más importante, lo hizo para probar Su Divinidad. Como Dios, no hay nada que no pueda hacer, todo lo puede, porque es Dios.

Mientras que la resurrección de los muertos, es algo maravilloso, debemos recordar y considerar que, también nosotros un día, resucitaremos de esta muerte física. Es una resurrección mucho más maravillosa e importante que debemos tener en cuenta, la resurrección espiritual.

Las sagradas escrituras nos hablan de dos muertes, una física (muerte del cuerpo) y la otra espiritual (muerte del alma) a la primera, todos estamos sujetos, es algo que no podemos evitar en esta vida. La segunda muerte, por lo tanto, es completamente evitable, si sólo cooperamos con la gracia de Dios.

Todos y cada uno de los pecados mortales destruye la vida de la gracia en el alma y, por lo tanto, lamentablemente la dirige a su muerte espiritual. Jesucristo Nuestro Señor restauró la vida sobrenatural en muchas ocasiones y más aún dio ese poder a Sus sacerdotes para que hicieran lo mismo en Su nombre, a través del Sacramento de la Penitencia. Este es un milagro aún más maravilloso que, restaurar la vida físicamente.

Tanto cuanto tenemos temor de la muerte física, debemos más bien tener temor de la muerte espiritual. No podemos evadir la primera – es inevitable. Si estamos en estado de gracia la primera muerte la recibimos como una cosa buena y más aún, como una bendición, ya que nos libera de este mundo y nos manda al otro que es incomparablemente mucho mejor.

Muchos santos, como san Pablo, anhelaban dejar esta vida para poder entrar en la otra.

Para ellos la primera muerte era liberación de la prisión de este mundo y la libertad para entrar al Cielo. Más allá de ser una maldición, la muerte para ellos, era un gran privilegio.

En lugar de temer por nuestra vida y muerte física de nuestro cuerpo, debemos tener mucho más temor por la muerte de nuestra alma. No hay nada más delicado y que debemos temer hacer que, cometer un pecado mortal, ya que con esto destruimos la vida de Dios en nuestra alma.

La muerte de nuestra alma es una muerte eterna en el Infierno, la muerte de nuestro cuerpo físicamente es sólo una circunstancia temporal, porque al final de los días todos los cuerpos que existen y existirán, serán resucitados para ya no morir esta muerte física. Los justos entrarán (cuerpo y alma) a la felicidad eterna en el Cielo, mientras que los malvados entrarán (cuerpo y alma) al eterno castigo en el Infierno.

Si sólo nos pusiéramos a considerar lo que significa la “eternidad” veremos qué tonto es el intercambiar un momento pasajero de placer en esta vida por la miseria eterna en la otra.

Al restaurar la vida física a este joven, Jesucristo le ha dado una segunda oportunidad para merecer la felicidad eterna del cielo, o por lo menos tratar de incrementar sus méritos para este. Es sólo en esta vida que podemos merecer o incrementar los derechos para la eternidad.

Una vez que hemos muerto físicamente ya no podremos incrementar ni merecer nada más. Nuestras obras serán por completo selladas para siempre.

Los que están en el purgatorio sufren no para incrementar o ganar más méritos sino para purgar hasta la más mínima mancha considerada por el pecado que sujeta sus almas. Quienes están en el purgatorio entrarán al Cielo sin lugar a dudas, una vez que sus imperfecciones hayan sido purificadas.

A nosotros también se nos han dado segundas oportunidades en esta vida; al igual que al joven de que nos habla el evangelio de hoy. Tal vez no se nos ha restaurado la vida físicamente pero se nos han dado los Sacramentos.

Es una gran ventaja para nuestra alma que participemos de una manera especial en el Sacramento de la Penitencia, si tenemos la desdicha de caer en el pecado mortal. Es a través de este sacramento y por medio de él que, nuestra alma puede ser restaurada y nos sea permitido empezar de nuevo.

Hagamos uso frecuente de este sacramento hubiéramos caído o no en pecado mortal, para limpiar hasta la más mínima e insignificante mancha del pecado en nuestra alma, para que nos ayude ahora y en la eternidad.

Así sea