11 DE SEPTIEMBRE DE 2011
Queridos Hermanos:
Todos y cada uno de nosotros somos recipientes de la bondad y misericordia de Dios. Si tan sólo consideráramos de manera honesta nuestra vida, veríamos que hemos recibido realmente mucho.
Nuestra existencia misma habla volúmenes del amor de Dios hacia nosotros. Ha pensado en nosotros desde la eternidad. Nos ha traído a la existencia. Nos ha redimido con su valiosísima, propia sangre.
Nos inunda con un sin número de bendiciones todos los días. Sin embargo frecuentemente somos ingratos y nos volvemos en Su contra como los nueve leprosos en lugar de dar gracias a Dios, como lo hizo uno de ellos.
Nuestras costumbres sociales y humanas entran en shock y repulsión por la ingratitud, pero cuando a Dios se refiere y a nuestra alma parece un poco más aceptable.
Nuestro mundo y sociedad materialista nos hacen pensar que todas las cosas buenas que recibimos, son de alguna manera, no regalos, sino el pago o beneficios que hemos merecido o ganado con nuestro esfuerzo.
Muchos de nosotros oramos como los niños mimados que actúan como si Dios fuera nuestro sirviente que debe cumplir nuestras órdenes y cumplir nuestros caprichos.
Cuando Dios no corresponde con nuestros deseos empezamos a dudar Su existencia y nos alejamos de Él. Cuando nos manda o permite algunas cruces o cargas para ponderarnos, lo acusamos de injusto con el pensamiento de que no hemos hecho nada para merecer eso.
Pretendemos reconocer a Dios como Dios. Sin embargo, nos comportamos más bien como si nosotros fuéramos dios y Dios la creatura y servidor. Nuestras acciones sugieren que El existe sólo para nosotros, en lugar de nosotros para El.
Nos comportamos como si se nos hubiera dado el corazón sólo para desear y la lengua sólo para pedir. Hay mucho más recompensa, para el corazón y la lengua, si sólo pudiéramos amar.
Enfoquemos nuestra atención, por esta ocasión, en la gratitud y la acción de gracias. Si realmente amamos, nuestra lengua y corazón estarían constantemente desbordándose con los sentimientos de acción de gracias. El amor mueve nuestra atención hacia el creador y dador de todos los bienes.
Aún en los momentos más difíciles siempre hay algo por lo que debemos estar agradecidos, y el corazón que realmente ama, ve esto de inmediato y es atraído hacia estos sentimientos que ya dijimos, la gratitud, acción de gracias e incremento de este amor.
La presencia y bondad de Dios siempre está con nosotros. Aún delante del pecado, Dios permanece presente ayudándonos con Sus dones para evitar caigamos. Es Su gracia la que causa dolor en nuestra conciencia, o el disgusto que le sigue a la realización de nuestros abusos o negligencias.
El mismo dolor y malestar que sentimos, en nuestro pecado, es un gran regalo de Dios que debemos recibir siempre y ser más agradecidos. Dios no desea ni busca nuestra condenación sino más bien nuestra eterna felicidad con El en el cielo.
Dios quiere que le pidamos todo lo que necesitamos y deseamos. El desea que acudamos a ÉL constantemente, cuando lo hacemos en el Padre Nuestro, por nuestro pan de cada día. También desea que seamos afables y agradecidos al conocer Su bondad y Sus dones.
La acción de gracias y la adoración, son también razones para orar. Debemos tener cuidado de no confinar nuestra oración sólo a esas peticiones.
En cada petición debemos de igual forma agregar el agradecimiento. Debemos dar gracias a Dios por las cosas que nos ha dado y por las que no nos ha permitido, teniendo siempre en mente que Dios nos da y niega las cosas sólo para nuestro beneficio personal.
ÉL desea al final de todo nuestra salvación en el Cielo.
Cuando recibimos algún beneficio de Dios es relativamente fácil darle gracias, sin embargo, la verdadera prueba de este amor y gratitud es cuando somos capaces de ser agradecidos por las cruces y dificultades que recibimos o que agradecemos cuando no se nos ha cumplido alguna petición que le hemos hecho.
Debemos estar mucho más agradecidos porque Dios sabe lo que es bueno y para nuestro propio beneficio, Dios nos da Su gracia en ambas formas al responder nuestras peticiones y al rechazarlas.
En todas las ocasiones y situaciones de nuestra vida debemos imitar al leproso, uno entre diez, es decir; regresar siempre a dar gracias y alabar a Dios.
Así sea.