24 DE JULIO DE 2011
Queridos Hermanos:
Nuestro Señor Jesucristo, multiplica Su gracia de la misma manera como ha multiplicado las piezas de pan y pescado, a que hace referencia el Evangelio de hoy.
Quienes aman a Dios y se alimentan diariamente con Su palabra lo siguen diariamente de la misma manera que la gente de que nos habla el Evangelio de este día. Ellos lo seguían de manera física, nosotros debemos hacerlo espiritualmente.
Su presencia es tan real al católico de hoy como lo fue para la gente que lo seguía cuando estuvo presente y caminando por este mundo.
El amor de Dios hacia nosotros es el mismo que manifestaba a la gente que lo seguía en aquel entonces. Los alimentaba con Su palabra y con pan, sin embargo indicaba que hay, un pan mucho mejor al que estaban recibiendo. Se nos ha dado la oportunidad de probar de este pan celestial en la Sagrada Eucaristía.
Jesucristo permanece presente en la sagrada ostia hasta que la forma (color, sabor, forma, etc.) del pan permanece. Se encuentra presente tanto en su Humanidad como en Su Divinidad. Este es el pan que se nos ha dicho, nos dará la vida eterna y formamos parte de este. Nos ha dicho también que quienes tomen Su cuerpo y beban Su sangre tendrán vida eterna.
Empezamos recibiendo Su gracia al momento de ser bautizados. Desde ese momento nos convertimos en verdaderos hijos de Dios y toma especial cuidado de nosotros, especialmente de nuestra alma. En cada etapa de nuestra vida se nos dan los sacramentos para alimentarnos y darnos la gracia y fuerza necesaria para la vocación o etapa a la que hemos entrado. Sobre todos los demás sacramentos, está el más necesario, la Sagrada Eucaristía, con la que nos alimentamos y nutrimos de Dios mismo. Entramos no sólo en comunión espiritual con Dios sino que también entramos en una profunda comunión física.
Lo recibimos en nuestro cuerpo para poder transformarnos en Él.
Con la frecuencia que recibimos a Jesús en nuestro cuerpo, en la Santa Comunión, Su presencia entre nosotros se incrementa, a lo contrario de lo que sucede con la alimentación natural. En la Santa Comunión tenemos a Cristo vivo en nosotros para de esta manera llevarlo al resto del mundo.
Existen varios peligros muy serios a los que debemos estar alertas al prepararnos a recibir a Nuestro Señor en la Sagrada Comunión. San Pablo nos previene de no recibirlo de manera inapropiada ya que si lo hacemos, sólo estaremos recibiendo nuestra propia destrucción – condena- Dios ha proveído un medio para limpiarnos y prepararnos humildemente, para recibirlo sin ser condenados.
Ese medio es el sacramento de la Penitencia (Confesión). Un medio tan sencillo, en el que humildemente confesamos ante el ministro de Dios, nuestros pecados y recibimos el perdón de Dios, por medio del Sacerdote. De esta manera estamos listos y preparados para recibir a Dios en la Santa Comunión, aún en estado indigno, pero en un estado receptivo a la gracia.
Para quienes verdaderamente aman a Dios, se dan cuenta que nunca pueden recibirlo lo suficiente y siempre están ansiosos para recibir, no sólo Su palabra sino a Jesucristo mismo en la Santa Comunión.
Dios en Su generosidad ha provisto otro medio para satisfacer este amor –la Comunión Espiritual. Si no nos es posible recibirlo físicamente en la Santa Comunión, podemos hacerlo por medio del amor y el deseo. Con un simple acto de la voluntad, podemos hacer un acto de contrición, podemos hacer un acto de fe, esperanza y amor y en esta disposición de nuestro corazón humildemente hacemos camino para pedir la gracia de la presencia de Dios en la Santa Comunión.
Dios, que lee el corazón del hombre, toma estos deseos por obras. Es al mismo tiempo una situación aterradora que el hombre que llena de lujuria su corazón es ya culpable de adulterio, pero también es un consuelo pensar que el hombre que procura la gracia y presencia de Dios será recompensado espiritualmente con eso que desea.
Pidamos a Dios cada vez que lo recibimos, por los que no les es posible hacerlo para que, también ellos se beneficien de gracias similares. Existen muchos que a consecuencia de la gran apostasía y la falta de verdaderos sacerdotes no tienen la oportunidad de recibirlo como lo hacemos nosotros.
Sin embargo siempre se les está recordando que no están tan lejos de la Iglesia de Dios ya que El está presente en todas partes y Su gracia no está impedida por tiempo o espacio. Para hacer estas comuniones espirituales se requiere de una gran fe pero es igualmente recompensado con grandes gracias.
Al ser más que una familia, un solo cuerpo en Cristo, es bueno para nosotros hacer oración siempre los unos por los otros, al recibir a Nuestro Señor, ya sea de manera física en la Sagrada Eucaristía o en la comunión espiritual.
Así sea.