Saturday, April 11, 2009

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

12- ABRIL 2009

Queridos Hermanos:

El día de hoy, celebramos la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Este día es central para nuestra fe. Si Cristo no hubiera resucitado nuestra fe sería en vano. Sin embargo, ha resucitado y las pruebas son irrefutables.

La misión de nuestro Señor ha sido concluida. El precio de nuestra redención ha sido pagado. Nacemos con la deuda a Dios y El la ha pagado con su sufrimiento y sacrificio en la Cruz. Realmente tenemos motivos para alegrarnos en este día y cantar con júbilo el Aleluya.

Cristo ha pagado el precio por nuestros pecados, nos ha redimido sin nuestra ayuda y no podrá salvarnos sin nuestra cooperación. No es suficiente decir que Cristo ha pagado el precio por nosotros. Debemos, no sólo aceptar Sus Dones sino que debemos ponerlos en buen uso. Es decir que debemos emplear estos dones para nuestra propia salvación.

Nosotros también estamos destinados a resucitar de entre los muertos al final de los tiempos. Nuestro cuerpo y alma se reunirán nuevamente y serán juzgados para pasar toda la eternidad en el Cielo o en el Infierno según sea el uso que hayamos hecho de estos dones de la Redención que Jesucristo nos ha dado.

No es suficiente decir que creemos, como muchos erróneamente lo predican, porque la fe sin obras en una fe muerta. (Ni siquiera es fe). Tampoco es suficiente decir que amamos a Dios, porque nuestro amor es medido por nuestras acciones. “Si me amas cumplirás mi palabra”. Tampoco es suficiente esperar presuntuosamente la misericordia de Dios. La verdadera esperanza en la misericordia de Dios, exige como prerrequisito una fe verdadera, amor a Dios y una verdadera contrición de nuestros pecados.

Debemos entender de manera adecuada este gran acto de amor que Dios nos ha dado, si queremos recibir cualquier beneficio. Dios no nos ama de manera “incondicional”, ni “nos acepta tal y como somos”. La doctrina de Jesucristo es de cambio y transformación. Nos ha dejado parábola, tras parábola para instruirnos en la necesidad de cambio en nosotros mismos. Ha perdonado muchos pecadores y enviado con la orden de “ve en paz y no peques más”.

Cualquier alegría que sea negligente en nuestras obligaciones y ocupaciones es una falsa alegría o celebración. Sería infantil pensar que no debemos cambiar. Sólo podemos alegrarnos en la resurrección de nuestro Señor, “al cambiar al hombre viejo y ponernos al hombre nuevo”. Debemos renunciar, debemos renunciar a nuestra vida pecaminosa y vivir como nuevas creaturas en Cristo Nuestro Señor. Debemos tomar nuestra cruz diariamente con Cristo y seguirlo. Debemos estar preparados a sufrir en este mundo con Él para que podamos resucitar con El. Si no lo hacemos, Su resurrección se convierte en una condena para nosotros y nos llenará de temor el día de nuestro juicio y será la causa de nuestra eterna condenación y miseria en el infierno.

No podemos realmente alegrarnos en Su resurrección a menos que unamos nuestra resurrección con El. No podemos resucitar con El amenos que muramos con El. No podemos morir con El a menos que suframos con El. No podemos morir o sufrir con El a menos que vivamos con El. Vivir con El significa que muramos a nosotros mismos y al mundo. Cristo nos dice que no vino a este mundo a hacer su voluntad sino la voluntad de su Padre en el Cielo. Vino en obediencia y fue obediente hasta la muerte en la Cruz.

Para poder realmente alegrarnos el día de hoy como es debido, debemos decir como san Pablo: “Ya no soy yo, es Cristo que vive en mi” es decir que debemos buscar ser perfectos como el nos lo ha dicho: “porque nuestro Padre celestial es perfecto”. Debemos eliminar nuestra vida pecaminosa y colocarnos en perfecta conformidad y obediencia a Dios. Debemos ser capaces de decir con Cristo, que estamos en este mundo no para hacer nuestra voluntad sino la voluntad nuestro Padre celestial. Debemos ser obedientes hasta la muerte.

Debemos creer todo lo que El nos ha enseñado. Esperemos en todo lo que Jesucristo nos ha prometido, amémoslo como El nos ha amado, completamente con todo lo que somos y tenemos. Y que esta fe, esperanza y caridad sean manifiestas en nuestra vida diaria.

Con cada obra buena, con cada acto de verdadera obediencia, con cada acto de verdadero arrepentimiento, con cada sufrimiento y cruz, con cada acto de verdadero amor, nos unimos más y más a Jesucristo Nuestro Señor. Mientras más vivamos en conformidad con El, mas vivirá en nosotros y nosotros en El, de esta manera Su victoria es nuestra también. De esta manera podemos verdaderamente regocijarnos en la victoria de Jesucristo sobre la muerte, porque es una victoria también nuestra.

Así sea.