Saturday, August 9, 2008

SAN LORENZO, DIACONO Y MARTIR

10 DE AGOSTO DE 2008

San Lorenzo diácono del Papa Sixto II fue martirizado el 10 de agosto de año 258.

Fue arrestado por el prefecto de la ciudad y se le exigió entregara las propiedades de la Iglesia a el encomendadas. Su única respuesta fue señalar a un grupo de pobres que se encontraba cerca: “Ellos son el verdadero tesoro de la Iglesia. Convierten las limosnas en tesoro imperesedero para nosotros”. Fue sentenciado a morir en una parrilla ardiendo.


San Lorenzo ofreció su martirio por el amor de Dios, de la misma manera que Jesucristo ofreció Su vida por amor a nosotros. El evangelio de este día, muestra a Jesucristo explicando Su muerte. Así como es necesario al grano de trigo caer sobre la tierra y morir antes de poder producir fruto, lo mismo debe ser con Jesucristo. El, debe morir antes de que la Iglesia pueda producir los frutos de la conversión de las naciones.

Es una gran verdad el que en la muerte de Jesucristo encontramos la vida.


En el Sacrificio de la Misa recordamos la muerte de Jesucristo. El crucifijo se encuentra colocado en lo alto del altar para constantemente y profundamente imprimir en nosotros la verdad sobre la muerte de Jesucristo en la cruz y sobre el Altar, en la Santa Misa. El pan y el vino al momento de la transubstanciación se convierten en Cristo. Cristo vive en la Sagrada Eucaristia, Cuerpo y Alma. El concilio de Trento define: “Si alguno negare que en el Sacramento de la santisima Eucaristia estan contenidos, verdaderamente, realmente y substancialmente el Cuerpo y sangre junto con el Alma y Divinidad de Jesucristo, y consecuentemente Cristo completo... que sea anatema.” (S. XII Can. I).

El Sacrificio de la Misa se completa cuando recibimos a Cristo en la Santa Eucaristia, en la Comunión. Cuando el pan o el vino han sufrido alguna alteración Cristo deja de estar en ellos. Por lo tanto su presencia fisica permanece con nosotros en la Santa Comunión hasta que la apariencia del pan y vino se disuelven.

La Misa centra nuestra atención en el sacrificio de Cristo en la cruz de igual manera sobre el altar. Cristo vivo viene hacia nuestro altar para sacrificarse El mismo, por nosotros en una renovación del sacrificio del calvario. Es uno y el mismo sacrificio ofrecido, solamente que en nuestro altar es sin derramamiento de sangre.

Fue necesario que Cristo muriera por nuestros pecados. Es necesario que este sacrificio sea continuamente renovado hasta el fin de los tiempos en la Santa Misa. Es en este sacrificio que recibimos la vida. Esto no es todo, no es suficiente que Cristo haya muerto por nosotros; que haya pagado el precio de nuestra redención con Su propia vida. Espera que lo amemos con un amor que nos disponga a estar preparados, con el deseo y capacidad de aceptar el martirio como lo hizo san Lorenzo. Solo con tal amor y sacrificio de nuestra parte seremos entonces, merecedores de la salvación. Cristo nos ha redimido sin nuestra cooperación, sin embargo, no nos salvará a menos que hagamos lo que El nos ha ordenado hacer. El principal mandamiento es amarlo con todo nuestro ser; con un amor preferencial que es capaz de sacrificar todo, nuestras propias vidas, por Su amor.

Cuando estamos envueltos en tal amor, no existe ningun sacrificio tan grande; no existe ningun temor, ni siquiera a la muerte. Por el contrario, la muerte se convierte en una gran amiga que nos abre la puerta de la eternidad.

Cristo de manera voluntaria dió Su vida por nosotros; San Lorenzo hizo lo mismo por el amor de Dios. A nosotros se nos pide, como cristianos ser seguidores de Cristo, como lo hicieron los santos del Cielo, cuando estuvieron en el mundo.


Hagamos nuestra, la oración de san Francisco, por la paz, y busquemos desarrollar ese amor por Dios sin ningún temor en el logro de nuestra felicidad eterna, para poder hacer sus palabras las nuestras propias sin miedo a la muerte: “Es muriendo como nacemos a la luz eterna.”


ASI SEA.