Saturday, July 5, 2008

DOMINGO OCTAVO DESPUES DE PENTECOSTES

6 JULIO DE 2008

Queridos Hermanos:

Todos somos administradores. Todo lo que es, pertenece a Dios. Es el creador y ha puesto todas las cosas de este mundo en nuestras manos para que las usemos y demos con ello gran honor y gloria a Su nombre, luego entonces todo lo que tenemos y todo lo que somos le pertenecen a Él. Le pertenecemos a El de igual forma que todo lo que existe. El día del Juicio debemos dar cuentas de esta administración de bienes a nosotros encomendada.

Que escena tan escalofriante será para quienes han hecho mal uso de las cosas de Dios; y para quienes se han apropiado para uso personal las cosas de Él. Nosotros mismos no nos pertenecemos. Hablando de manera estricta, no tenemos más derechos que los que Dios nos ha otorgado y estos vienen acompañados de una gran responsabilidad.
¿Qué tenemos que no hemos recibido? ¿Poder?, ¿Salud?, ¿Riquezas?, ¿Belleza?, ¿Inteligencia?, ¿Sabiduría? ¿Entendimiento? Ninguna de estas cosas nos las podemos dar a nosotros mismos. Todas vienen de Dios.
Que desdicha para aquel hombre que piensa que puede hacer lo que le plazca con los dones de Dios. El día de la rendición de cuentas ha de llegar, y la cólera del juez será muy temeraria y dolorosa.
El deplorable “hombre rico” que se le ha dado (o robado) muchas cosas de esta vida tendrá que rendir cuentas de cada una de ellas. Por cada centavo que pase por sus manos. ¿Ha usado todo esto para el honor y gloria de Dios? O ¿ha usado cada uno de estos dones y beneficios para ofenderlo? ¿Se ha atribuido todos estos bienes a sí mismo como si fuera dios y no tuviera que rendirle cuentas a ninguno? Las tentaciones son mayores para quienes tienen una gran cantidad de bienes materiales en este mundo.
Los bienes materiales de este mundo que fueron creados para acercarnos más a Dios frecuentemente se convierten en obstáculos a este fin, porque en el uso y goce de estos bienes se nos olvida Dios. Los atribuimos como algo personal o se los agradecemos a falsos ídolos, empezando a dar honor y gloria a las cosas materiales en lugar de Dios mismo.
Que desdicha del hombre rico! Es mucho más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que un rico entre en el Cielo!
Las Palabras del Bienaventurado Giles de Asís vienen a la mente: “Quien tiene la porción más pequeña de este mundo tiene la mejor parte y quien tiene la mayor porción posee la peor”
Nuestra naturaleza caída por el pecado convierte estas palabras en una realidad. Quienes han recibido mucho piensan que son grandes porque tienen mucho y abuzan y humillan a sus demás compañeros que recibieron menos. Cuando deben ser los primeros en reconocer que todo les ha sido dado por Dios y que ha ellos se les han encomendado para el mayor honor y gloria de Dios y para ayudar a quienes están en necesidad y tienen menos.
Las limosnas ofrecidas por el hombre rico al pobre ofrecen gracias abundantes para ambos. Cuando damos por el honor y gloria de Dios, no sólo es glorificado Dios y nuestro prójimo liberado de algunos de sus sufrimientos, sino que además de eso nuestra alma es elevada a una posición mejor. Y si nosotros somos quienes recibimos la limosna o caridad, con humildad, reconociendo nuestra dependencia de la misericordia de otros, lo cual es un reflejo de la misericordia de Dios, y si aceptamos nuestra situación en esta vida con paciencia y resignación a la voluntad de Dios nuestras almas también son purificadas y acercadas mas a Dios. Quienes son testigos de tales actos de caridad son edificados y motivados para hacer cosas similares abundando la gracia entre ellos por este acto aparentemente insignificante.
De esta manera vemos que las riquezas no son el obstáculo para nuestra felicidad eterna, sino más bien nuestro apego desordenado a ellas.
Debemos aprender que el uso desinteresado de los dones de Dios nos ayudará a que usemos los beneficios de este mundo, como si no los usáramos. No porque sean sin valor o sin uso (todo lo que Dios ha hecho es bueno), sino porque el amor de estas cosas se convierte en un obstáculo para el amor que debemos dar a Dios.
Como buenos administradores debemos reconocer las bondades y valor de todas las cosas que Dios nos ha puesto para nuestro cuidado y debemos de igual manera no abuzar, desperdiciar o destruirlos. Al mismo tiempo no debemos sobreestimar su valor y beneficios y empecemos a servirles; privando a Dios de lo que le pertenece.
Hagamos oraciones para que seamos y busquemos cumplir fielmente nuestra administración de los bienes de Dios. Jamás olvidemos que estas cosas pertenecen a Dios y que las debemos usar para Su honor y gloria; para la ayuda y auxilio de nuestro prójimo y finalmente, para nuestra salvación eterna. Así sea.
Paz y bien