Saturday, May 21, 2011

DOMINGO 4to. DESPUÉS DE PASCUA

22 DE MAYO DE 2011

Queridos Hermanos:

Un gran dolor ha llenado el corazón de los apóstoles porque Jesucristo les avisa que tiene que regresar a Su Padre al Cielo.

Nuestras vidas frecuentemente, también son llenas de dolor, cuando en realidad debemos llenarnos de alegría.

Los apóstoles debieron haberse alegado por Jesús, sin embargo la tristeza los envolvió, por la pérdida que percibían. Jesucristo les señala su error. Deben, ante todo, estar alegres por Él y por su alegría en el Cielo con Su Padre, y no ser tan egoístas y pensar sólo en la perdida. En segundo lugar deben estar alegres ya que Jesucristo no los estaba abandonando sino prometiéndoles que enviaría al Espíritu Santo.

Frecuentemente, en nuestras propias vidas, percibimos el éxito y felicidad de los demás como sufrimiento y dolor para nosotros mismos. Este egoísmo frecuentemente se desarrolla en envidia por el bien de los demás, incluso llega a ocasionarnos celos y odio por lo que han recibido algún bien. Este es un grave pecado y motivo por el que debemos estar tristes.

Verdadero amor por nuestro prójimo exige que nos alegremos por los bienes que recibe. Y si somos fieles en el cumplimiento del mandamiento de Jesucristo que dice que amemos incluso a nuestros propios enemigos, debemos alegraros aún por los beneficios que estos reciben.

Frecuentemente, el bien que otros reciben, personalmente no nos custa nada o muy poco, por lo tanto debe ser más fácil estar contentos por los demás, más aún si reciben algún bien a cuesta nuestra, debemos alegrarnos. El sufrimiento que le ocasionamos a Jesucristo por nuestros pecados no engendraron odio en Su corazón, por nosotros (la causa de Su Dolor), más bien por el contrario, nos amó lo suficiente para encontrar gozo en las gracias que recibimos por Su sufrimiento.

Esto no es algo fácil de lograr. Requiere un gran esfuerzo de cooperar con la gracia de Dios. Nuestra naturaleza caída, automáticamente se revela ante el mismo pensamiento de esta caridad sobrenatural por quienes nos odian o persiguen. Este sin embargo, el camino y meta que Jesucristo ha puesto frente a nosotros. Es una meta de perfección.

Jesucristo quiere que seamos perfectos porque nuestro Padre Celestial es perfecto.

Jesucristo nos pide una profunda humildad para que no pensemos ni siquiera que somos merecedores de los muchos beneficios que hemos recibido, mucho menos causa, de los beneficios que han recibido los demás.

Después de haber hecho todo bien, debemos decir que somos siervos no productivos porque hemos hecho sólo lo que teníamos que hacer. En otra ocasión Jesucristo nos dice aprendan de mi que soy dócil y humilde de corazón.

La tristeza que nos ocasiona la buena fortuna de los demás, es frecuentemente suficiente para robarles parte de la felicidad que Dios planeó darles. En haciendo esto, nuestra naturaleza caída encuentra una perversa satisfacción, cuando en realidad el que sale lastimado de todo estos somos sólo nosotros, por haber ofendido a Dios y hemos merecido para nosotros mismos un gran dolor y un gran sufrimiento.

Frecuentemente este dolor es ignorado por quienes envidiamos o estamos celosos, por lo tanto es claro y obvio que quien sale lastimado de estos sentimientos somos sólo nosotros mismos.

En nuestra búsqueda por la perfección debemos aprender a regocijarnos siempre.

Debemos encontrar alegría en todo lo que Dios hace o permite. SI Dios decide darle alegría a otro por ser débil y necesita este apoyo, debemos alegrarnos, si Dios decide probarnos con un poco de dolor o sufrimiento, también esto debe ser razón para alegrarnos. Los motivos de Dios deben ser siempre los mismos para nosotros tanto en el sufrimiento y dolor como en el gozo y alegría. El siempre desea nuestro bien eterno. Por lo tanto, todo lo que sucede en nuestro peregrinar por este mundo es con la intención de acercarnos más y más a Él. (Nuestro objetivo final). Si cooperamos con Él, en todas estas cosas, de igual manera seguiremos a Jesucristo a estar con Nuestro Padre Celestial.

Así sea.