3 DE MAYO DE 2009
Queridos Hermanos:
Este domingo celebramos, el día en que Santa Elena, madre de Constantino, encontró la verdadera Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, en el año de 326.
El introito de la Misa de Hoy señala el tono apropiado para nosotros, esta tomado del libro de los Gálatas 6,14: “Nosotros debemos gloriarnos en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, en quien esta nuestra salud, vida y resurrección, y por el cual somos salvos y libres”
La epístola de este día nos habla de Jesucristo humillándose a sí mismo en obediencia hasta la muerte en la cruz. En el Evangelio nuestro Señor compara Su crucifixión a la serpiente que Moisés levantó en el desierto y que causó que todo aquel que la viera sanara. De la misma manera todo aquel que mira a la cruz de Jesucristo y creen en El no morirá, sino que tendrá vida eterna.
La cruz que era un instrumento de tortura, ignominia y vergüenza se ha convertido ahora, en un símbolo de victoria, honor y gloria.
La crucifixión fue diseñada para causar la muerte de una manera dolorosa y vergonzosa que cualquier persona pudiera imaginar. Esta es la muerte que Nuestro Señor escogió soportar por nuestra salvación. Sacrificó su cuerpo inocente por los tormentos que nosotros debemos sufrir.
En esta total humillación y degradación de Si mismo, ganó para nosotros el perdón de nuestros pecados, nos abrió las puertas del Cielo, e hizo posible que fuéramos recibidos como verdaderos hijos de Dios.
Nuestro orgullo tontamente disfrazado nos hace buscar la gloria de las cosas mundanas: placer, poder y riquezas. Aunque nuestro intelecto nos señale claramente que estas cosas son vacías y vanidosas y que nunca nos darán paz ni felicidad. Son realmente una vergüenza en la que nos gloriamos como verdaderos tontos.
Sin embargo, lo que parece vergonzoso ante los ojos del mundo (humildad, sufrimiento, cruz y muerte) es lo que nos da la paz ante los ojos de Dios y amerita la gloria y felicidad eterna en el Cielo.
Nuestra fuerza y felicidad descansa en nuestra propia debilidad, cuando sabemos y vemos lo que debemos hacer y no lo hacemos nos encontramos con nuestra debilidad. En la aceptación humilde y conocimiento de esta debilidad nos damos cuenta de lo que somos y no, capaces de hacer. Por lo tanto buscamos ayuda si es que queremos tener existo en lo que hacemos. Y si cooperamos con la gracia de Dios, sabremos que sólo Él puede ayudarnos, porque el resto del mundo se encuentra en la misma situación en la que estamos nosotros.
Es por lo tanto, por nuestras debilidades que acudimos a nuestro señor y son estas las causas de nuestra gloria. Y lo que pensamos que es nuestra fortaleza es realmente nuestra debilidad. Lo que creemos es nuestra fortaleza nos hace confiar en nosotros mismos y llenarnos de vanidad y orgullo causando con esto nuestra derrota. Mientras más confiemos en Dios, más seguros estaremos.
Por lo tanto cuando se nos manden cruces para imitar a nuestro Señor Jesucristo no debemos rechazarlas, sino que debemos abrazarlas con verdadero amor, porque estos son los instrumentos que nos unirán más a Jesucristo. Estas nos harán humildes y conducirán en pensamiento y oración a Él que es el único que puede salvarnos. En Jesucristo debemos regocijarnos y gloriarnos.
Conociendo nuestra propia debilidad y la fortaleza que se nos da a través de aceptar nuestras cruces nos llevan al punto de amar verdaderamente estas. Así como la cruz de Jesucristo nos trajo libertad del pecado, muerte y nos dio la vida eterna, de la misma manera nuestras propias cruces nos dan un panorama claro y verdadero (humilde) de nuestras debilidades y nos lleva a confiar sólo en Jesucristo, trayéndonos alegría. De esta manera podemos alegrarnos verdaderamente en nuestra debilidad porque de esta manera encontramos la fuerza en Jesucristo.
La docilidad y humildad de Cristo fueron los instrumentos que Él usó para vencer al pecado y la muerte. La debilidad ante los ojos del mundo es una verdadera fuerza en las manos de Dios. Aprendamos de Cristo y Su cruz. No tengamos miedo recibirlas, más bien amémoslas y veamos en estas una verdadera causa de nuestra alegría.
Así sea.