Saturday, February 14, 2009

DOMINGO DE SEXAGÉSIMA

15 DE FEBRERO DE 2009

Queridos Hermanos:

Todos tenemos la oportunidad de escuchar, sí tal vez, los mismos sermones, leer los mismos evangelios, etc. Sin embargo como consecuencia de esto, muchos ni siquiera son tocados por estos y sólo una minoría realmente cambia su forma de vida. En evangelio de este día nos da algunos indicios del porque de estos efectos y resultados diferentes.

En este evangelio vemos los diferentes tipos de tierra, (personas), sobre la que cae, la semilla, es decir la palabra de Dios. Cristo nos explica porque Su palabra tuvo diferentes efectos sobre las diferentes personas que lo escuchaban. Esta es una de las razones por las cuales debemos procurar ser la tierra fértil, en la que la palabra de Cristo no sólo produzca raíces en nosotros y crezca sino que produzca frutos abundantes.

¿Qué es lo que debemos hacer para obtener este precioso don? El primer requisito es que verdaderamente lo deseemos. Esto es un acto de la voluntad. Este deseo es inútil si sólo está en la mitad de nuestro corazón o es un simple capricho. El deseo que debemos tener debe ser fuerte y duradero. Si no tenemos este deseo desde un principio, las consecuencias, no seguirán.

No podemos darnos a nosotros mismos lo que no poseemos. Por lo tanto, lo primero que debemos hacer es, pedir al Espíritu Santo esta gracia. Este mismo deseo es un don Divino. Dios es fiel y nos da siempre las primeras gracias necesarias, el resto depende de nosotros. ¿Aceptaremos esta gracia? ¿Aceptaremos este deseo por El y Su Palabra? Muchos fallan en esta empresa, porque sienten que la primer devoción que Dios les ha dado, como si fuera de ellos o por ellos adquirida, y no la cuidan ni cultivan, entrando en una actitud de complacencia. Con esta actitud no ven la necesidad de acudir a Dios para obtener más gracias.

Su vanidad que ha atribuido los movimientos de la gracia de Dios en sus almas, como si fueran hechas por sí mismos, los lleva a la ilusión que van por buen camino, muy a pesar de lo que les este dictando su conciencia.

Por lo tanto debemos ser cuidadosos con la forma que respondemos a las primeras gracias que Dios manda a nuestra alma. Debemos reconocer y guardar como tesoro todos los dones Divinos, aún el que nos parezca más insignificante. Pidamos a Dios esta gracia.

Sin embargo, no es necesario con el puro deseo, como si este fuera el cumplimiento total. Este deseo es sólo el principio. Si el deseo es verdadero, inicia por usar todos los medios a su alcance para lograr el objeto de este. El campesino que desea una gran cosecha debe trabajar arduamente y no permanecer sentado alimentando este deseo. Si se la pasa sentado y en reposo, entonces podemos concluir que no es verdad que desea lo que nos dice es el objeto de su deseo. Lo mismo sucede con nuestra alma. No nos es suficiente sentarnos y decir “desearía ser bueno o deseo ser santo”.

El decir esto sin hacer nada, es infantil y tonto.

Una vez que Dios nos ha dado la gracia de desear y hacer oraciones para pedir mayores gracias, espera que usemos lo que ya nos ha dado. El obtener más y mayores gracias depende en gran medida de la cooperación que hagamos, de y con las gracias que ya hemos recibido.

Si queremos que la palabra de Dios produzca grandes maravillas en nuestra alma.
Lo primero que debemos hacer es prepararla para que Dios siembre en nosotros para que esta produzca frutos.

Entremos en nuestro corazón, mente y alma y empecemos a sacar todas las piedras, maleza y basura que en esta encontremos y que está obstruyendo la semilla que habrá de producir buenos frutos en nosotros. Debemos examinar nuestras conciencias y limpiarla profundamente con el sacramento de la penitencia.

Una vez perdonados nuestros pecados hagamos penitencia y hagamos la reparación de nuestras culpas. Aún esto lo debemos considerar como el comienzo.

Debemos cultivar el campo de nuestra alma y preparar la tierra para recibir la palabra de Dios, no sólo escucharla sino más bien para producir frutos en nuestras vidas. Debemos fortalecer nuestra alma con el cultivo y el fertilizante obtenido a través de la lectura de buenos libros, buenos deseos pensamientos sublimes etc.

Siendo cuidadosos de no llenar nuestro corazón, mente y alma con el veneno que destruye la palabra de Dios, como las actividades sin Dios, en la música, entretenimiento, amistades etc.

Y mientras la palabra de Dios hace raíces y empieza a crecer en nosotros, aún en estas condiciones no debemos sentarnos a descansar. Debemos estar vigilantes y en alerta constante, más que antes, para mantener a los enemigos de nuestra alma alejados de esta y que no siembren yerba y la destruyan. Debemos cortar todo mal que veamos crecer en nosotros, tal y como lo hace el campesino al cuidado de su siembra.

Debemos estar siempre vigilantes y en oración y cuando menos lo esperemos la palabra de Dios estará ya fuerte y grande en nosotros que aún en el tiempo de nuestra muerte, veremos las maravillas de Dios en nuestras vidas llenandolas de abundante placer eterno.

Así sea.