Saturday, June 25, 2011

DOMINGO 2do. DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

26 JUNIO DE 2011

Queridos Hermanos:

“Quien no ama, permanece en la muerte” (1 San Juan 3:14)

Existen muchas personas que creen amar cuando en realidad no lo hacen. Amor propio no es verdadero amor. Si alguien realmente se ama buscará sólo aquello que es para su beneficio eterno y luchara constantemente en contra de este distorsionado amor propio.

El amor propio está lleno de vanidad y orgullo por lo tanto le falta la gracia de Dios. En esto vemos que el amor propio no es el amigo de uno mismo sino su peor enemigo. El amor propio intimida al verdadero amor y se convierte en un enemigo eterno para nosotros.

Somos testigos en el Evangelio del día de hoy, como una persona trata de justificar el no haber asistido a la cena. Todos y cada uno de ellos, llenos del amor propio, buscan una justificación por no asistir a donde debieron hacerlo. Su amor propio y voluntad desordenada se vuelven obstáculos a su eventual felicidad y tranquilidad.

Asumen que siguiendo su amor propio encontraran la felicidad, pero al final, se les niega probar siquiera, de la Cena.

Después de consentir a nuestra voluntad, somos abandonados y frustrados. Los goces que nos proporciona el amor propio resultan ser ilusiones decepcionantes. Usualmente descubrimos esto, sólo cuando hemos sido rechazados de la cena. Es en este momento, demasiado tarde para regresar o intentar asistir a la gran cena. Ya no hay marcha atrás. La gracia que hayamos rechazado ya no regresará nunca.

En la misericordia de Dios puede que nos mande otra, pero la que hemos rechazado se pierde totalmente.

En lugar de acumular tesoros para el cielo hemos frecuentemente perdido y desperdiciado tiempo valioso al rechazar la gracia de Dios, tal como rechazó la invitación la persona de que nos habla el evangelio de hoy.

Hemos decidido preferir el placer y goce pasajero del amor propio en la vanidad y el orgullo en lugar de recibir verdaderamente las cosas buenas que nos ofrece Dios. Tan frecuente como estas gracias y oportunidades (invitaciones) son rechazadas por nosotros es más probable que no recibamos ya ninguna otra.

Eventualmente, quienes han rechazado todas las gracias destinadas para ellos ya no recibirán ninguna más al ya no quedar ninguna para esto. Serán eliminados para siempre, de la entrada a la cena celestial.

Por otro lado, quienes aceptan y reciben con gratitud la invitación a esta cena, serán invitados no a cualquier cena pequeña, sino que serán recibidos a la Gran Cena. Llenos de delicias sin fin, por su cooperación con la gracia que Dios les ha dado. No sólo incrementarán la gracia actual sino que se les sumarán otras más. Dios los invita constantemente hasta darles la bienvenida, algún día, en la fiesta eterna del cielo.

Los que han rechazado estas invitaciones lo perderán todo eternamente. Les sucederá como lo señala san Juan, en líneas superiores: “quien no ama habita en la muerte”.

Estas pobres almas habiendo escogido seguir su desordenado amor propio en toda su vida, rechazando una y otra vez la invitación de Dios a Su gran cena, no encontraran más que desilusión y frustración en esta vida, pero peor aún, no conocerán ningún tipo de felicidad al apartarse completamente del cielo.

Morirá la segunda muerte y sufrirán toda la eternidad, por su error. Se odiarán constantemente y por toda la eternidad al ver que tan fácil hubiera sido aceptar y corresponder a la invitación.

Muchas veces la invitación es rechazada y el mensajero siente un gran dolor y rechazo, como si fuera él, a quien han rechazado. Aunque e mensajero es constantemente criticado y acusado, Nuestro Señor nos dice que no es el mensajero el que es rechazado, sino quien lo ha mandado (Dios) quien es realmente al que rechazan. Muchos condenan a la Iglesia y sus ministros más no entienden que al hacer esto no están rechazando a estos sino a Dios que los ha mandado. Por lo tanto, al darnos cuenta del rechazo constante de nuestro prójimo por nuestros buenos deseos e intenciones, no lo debemos tomar como un insulto personal.

No somos nosotros los que hemos sido rechazados, sino Dios N. S. el deseo de Dios para sus siervos es que regresen una y otra vez a seguir invitando a los demás hasta que Su casa se llene.

Busquemos y hagamos oración por quienes Dios nos ha enviado para invitarlos a Su Reino, pero si nos damos cuenta que rechazan esta invitación y prefieren permanecer en la muerte en lugar de vivir, busquemos a otros que sean más cooperativos con la gracia de Dios. No lancemos perlas entre los cerdos o invitar a la cena quienes han escogido la muerte y no pueden comer.

Así sea

Saturday, June 18, 2011

FESTIVIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

19 DE JUNIO DE 2011

Queridos Hermanos:

Jesucristo Nuestro Señor ha dado a Sus discípulos la garantía de permanecer con ellos para siempre –aún hasta la consumación de los tiempos. Al celebrar la festividad de la Santísima Trinidad, se nos recuerdan muchas cosas relativas a Dios.

Sabemos que son Tres Personas en un solo Dios; y como nos lo dice san Pablo, que los juicios de Dios son incomprensibles por nosotros y Sus caminos inescrutables. Pero más que esto, consideremos su Omnipresencia.

Jamás podemos escaparnos de la presencia de Dios. Hay quienes dices que la presencia de Dios es como el aire alrededor nuestro. Más que todo esto, encontramos la presencia de Dios dentro de nosotros y a nuestro alrededor. Dios está con nosotros todo el tiempo.

Para la persona virtuosa esto es algo muy reconfortante al pensar que Dios es testigo de todo lo que hace, todo lo que piensa y dice. Para el individuo malévolo esto es una cosa muy temerosa al recordar que Dios es testigo de sus crímenes y maldad.

Más allá de todo esto, debemos entender que la presencia de Dios es necesaria para nuestra existencia misma. Se ha señalado ya con anterioridad que si Dios dejara un instante de pensar en nosotros en ese mismo instante dejaríamos de existir.

Existimos constantemente en Dios. Vivimos, no sólo en su presencia, sino que por El y en El únicamente.

Cuando pecamos debemos entender que no sólo hemos olvidado a Dios y Su presencia, sino que lo hemos forzado, por así decirlo, a participar por lo menos por Su voluntad permisiva, en nuestra maldad. Dios es no sólo un testigo silencioso ante nuestros pensamientos malignos, palabras y acciones, es por así decirlo, forzado a participar en nuestras acciones pecaminosas, porque, por Su existencia en la criatura que nosotros abusamos.

Todo lo que Dios ha hecho es bueno, santo y complaciente para El. Se le ha dado al hombre la capacidad de usar todo esto en contra de Dios. El hombre ha tomado las cosas buenas y las ha hecho malas. Debido a que Dios está presente en todas las cosas, el hombre en su pecado esta directamente atacando y abusando de Dios. El abuso no es únicamente en contra de Su creación, sino que se está oponiendo a Él, porque lo encontramos en todo lo creado.

La manera en que entendemos, los dones de Dios para nosotros, frecuentemente ha llevado al hombre a confundir a Sus criaturas con Él mismo, poniendo a la creatura en el lugar de Dios. La idolatría es el entendimiento pervertido o equivocado de la realidad.

Todo el mundo a nuestro alrededor es sagrado y santo en el sentido de que, ha sido creado y viene de la mano de Dios y están contenidas en Él, sin embargo, estas cosas no son Dios.

En su belleza y adaptación para lo que fueron creadas, vemos la perfección de Dios. Vemos a Dios en Sus obras, sin embargo, debemos entender que es Su obra y no que es Él, aunque permanezca en esta.

Nosotros también somos Su obra, somos Su creación. Vive en nosotros de una manera más intima que el resto de la creación. Aunque no somos dioses, nos encontramos a un nivel superior al resto de la creación puramente material. Este mundo material fue hecho sólo para nosotros.

Así como debemos respetar y no abusar de este mundo material, que Dios nos ha dado y permanece en este, debemos tener un mayor sentido de respeto y sagrado uso de nuestro propio cuerpo y el de nuestro prójimo. No somos objetos materiales que deben ser estudiados ese l plano únicamente material. Tenemos un alma inmortal y somos templos del Espíritu Santo.

Nuestro cuerpo no es realmente nuestro, como tampoco lo son nuestros hijos. Los niños o son otra cosa que una masa de células y tejidos. Son la creación de Dios y son Sus templos, son sagrados y merecen respeto, dignidad y honor, como en todas las etapas de su vida. No tenemos ningún derecho de arrastrar lo sagrado a nivel de lo profano. No somos libres de considerar al hombre al mismo nivel de los demás animales. No somos libres de manipularlos a nuestro antojo y placer.

Al contemplar el misterio de Dios y la Trinidad, no fallemos en contemplar Su vida y presencia dentro y en todo lo que hacemos. Arrepintámonos de haberlo ofendido.

Supliquemos Su misericordia por todos los que lo han ofendido al abusar sus cuerpos o el de los demás. Somos miembros de Cristo- vivientes: “Recuerden que Yo estaré con ustedes, hasta la consumación de los siglos”. (San Mateo: 28:20)

ASÍ SEA

Saturday, June 11, 2011

DOMINGO DE PENTECOSTÉS

12 DE JUNIO DE 2011


Queridos Hermanos:

“Si alguno me amare, guardara mis palabras, y mi Padre le amara, y vendremos a él y en el pondremos nuestro asiento”

El día de hoy celebramos la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Las palabras de Jesucristo fueron cumplidas en quienes lo amaron.

Amaron a Jesucristo y guardaron Su palabra por lo que Dios, el Espíritu Santo, vino a ellos y habitó entre estos. Se convirtieron en templos de Dios

Nosotros también hemos sido invitados a recibir el Espíritu Santo. Dios desea venir y habitar en nosotros. Jesucristo nos ha dado la prueba para saber si somos amados por Dios. Si amamos a Dios, Dios nos amará. Y si Dios nos ama vivirá en nosotros.

Pero ¿cómo podremos saber si realmente amamos a Dios, o si lo amamos correctamente?

Jesucristo nos da la respuesta: “Si me amas guardaras Mi Palabra”, si guardamos la palabra de Dios, amaremos a Dios y El habitará en nosotros.

Jesucristo nos ha dado también el sacramento por medio del cual da Su gracia a quienes lo reciben de manera adecuada (sin poner ningún obstáculo en el camino de la gracia de Dios). En el sacramento de la confirmación recibimos el Espíritu Santo a través del obispo. Este Sacramento nos trae El Espíritu Santo y todos Sus dones, y a través de este sacramento somos hechos soldados de Cristo. Estamos realmente preparados para la guerra espiritual.

Somos desde este momento soldados preparados para la guerra con toda la ayuda necesaria. Sin embargo muchos han abandonado su lugar o se han entregado por completo al enemigo.

¿Cómo es posible que no usen los medios que Dios les ha dado?

¿Cómo habremos de protegernos para no caer en tal situación?, o

¿Cómo podremos regresar a ese estado una vez que lo hayamos perdido?

La respuesta a todas estas interrogantes es “amor”; es este amor que coloca la armadura sobre nosotros y las armas en nuestras manos, es amor que nos mueve a luchar la guerra espiritual de manera valiente. Es el amor que nos mueve a cuidar la palabra de Dios. Es el Espíritu Santo que recibimos en la Confirmación que, es conocido como el Dios del Amor.

El Espíritu Santo viviendo en nosotros es ambos, el don y la recompensa. Es un gran don que hemos recibido sin merecerlo y para acercarnos más a Él mientras que es al mismo tiempo la recompensa por nuestra cooperación con Él.

Una vez que empezamos a amar nuestros ojos se abren.

Dios es Amor y al amarlo empezamos a conocerlo. Al conocerlo lo servimos. Al servirlo y conocerlo lo amamos.

Un simple examen de conciencia nos es suficiente para darnos cuenta si hemos guardado la Palabra de Dios. Al mismo tiempo nos va a indicar que tan profundo es este amor por Él.

Nuestro objetivo ahora y siempre es lograr amar a Dios cada vez más. Mientras más grande sea nuestro amor por Dios más cerca de nosotros estará en nosotros. Mientras más íntimamente estemos con Él en este mundo más será nuestra unión con Él en el Cielo.

Busquemos siempre amar la Palabra de Dios. Debemos compartir la palabra de Dios más que cualquier otra cosa. En este estado de amor no encontraremos difícil cumplir los Mandamientos. En cada aspecto de nuestra vida encontraremos una palabra relevante en las Sagradas Escrituras, para ayudarnos.

Mientras nos apoyemos en la palabra de Dios creceremos en el amor de Dios. De esta manera el Espíritu Santo, el Dios del Amor, vendrá a nosotros y, vivirá en nosotros la Trinidad. Seremos templos de Dios, pero mucho más importante, nos encontraremos en Dios. Estaremos sumergidos en la presencia de Dios en lugar de que Dios este circunscrito en nosotros.

Así sea.

Saturday, June 4, 2011

DOMINGO DESPUÉS DE LA ASCENCIÓN

5 DE JUNIO DE 2011

Queridos Hermanos:

San Pedro, nos dice el día de hoy que debemos tener “caridad mutua y constante” Jesucristo Nuestro Señor nos dice en el Evangelio de hoy que “llegara la hora en la que quien os quite la vida y piense que está sirviendo a Dios” con estos dos pensamientos en mente, consideremos nuestra propia vida y actitudes hacia los demás.

¿Con que frecuencia existen desavenencias entre los católicos por cosas tan pequeñas, vanas e insignificantes, convirtiéndolas el demonio en grandes argumentos y en algunas ocasiones motivo de gran disgusto y odio hacia los demás?

El mandamiento de Cristo, de amarnos los unos a los otros y aún, amar a nuestros enemigos y nos persiguen, parece haber caído en oídos sordos.

Nuestro esfuerzo por “ganar” o parecer en lo “correcto” ante los ojos de los hombres frecuentemente elimina el mandamiento primordial, tener caridad. Se nos olvida que el primer mandamiento y el más importante, es amar a Dios con todo nuestro ser y con un amor preferencial y el segundo mandamiento es amar a nuestro prójimo como nos amamos a nosotros mismos. Se nos olvida que la caridad cubre una multitud de pecados.

Frecuentemente escuchamos a las personas que rehúsan enfrentar discusiones sobre religión o política. Consideran que están haciendo algo noble o grande al evitar una mirada justa en busca de la verdad y la justicia, son más bien cobardes que se esconden tras el velo de una falsa caridad.

Por el otro lado, contamos con personas que quieren discutir y acosar a los demás con sus discusiones sólo para ser percibidos como quienes tienen algún tipo de “conocimiento”

La virtud esta siempre en el centro, (evitando cualquier extremo), debemos estar siempre y en todo momento disponibles y dispuestos para iluminar a los demás con la verdad, sin embargo, no debe ser nuestra propia “verdad” sino de Dios, la que llevemos e inculquemos en los demás.

Tener la certeza que estamos verdaderamente en lo correcto, es lo que muchos pierden de vista ya que se les ha presentado una imagen muy reducida y no la voltearan a ver.

Su orgullo esta inflamado y se lanzan a tratar de “enseñar” al mundo.

La humildad nos dicta que debemos reconocer que en la mayoría de estas ocasiones estamos muy limitados en nuestro entender y conocer, por lo que debemos estar prestos a escuchar la opinión de los demás.

En la política donde debemos poner nuestra esperanza y confiar en un político que con frecuencia (casi siempre) esta guiado por cuestiones mundanas y no motivos religiosos, debemos estar en guardia. En cuestiones religiosas debemos siempre buscar a la autoridad de la Iglesia: en las escrituras y en la tradición, confiando en la autoridad legítima que Dios ha puesto sobre nosotros.

Es siempre más saludable desconfiar de nosotros antes de hacerlo con los demás. Para luego entonces, con gran cuidado, estudio y observación objetiva, iluminada por la gracia de Dios en toda humildad y verdad podamos formar opiniones correctas y caritativamente aceptar o rechazar la opinión de los demás (buscando siempre la verdad objetiva).

Nos enteramos que, con frecuencia, los santos tenían opiniones diferentes incluso opuestas sobre algunos puntos, sin embargo sabemos que lograron llegar a la santidad por tratar estos asuntos con gran caridad. Jamás pusieron en tela de juicio la doctrina y principios ya declarados como tales, por la Iglesia, más bien buscaron estar abiertos en toda caridad con sus oponentes (correctos o equivocados).

Muchos de estos santos sufrieron el martirio como lo había dicho nuestro Señor. Iban a la muerte no con amenazas ni mentiras, sino en toda humildad y caridad, con frecuencia orando por quienes se les oponían. Amaron a sus enemigos y a quienes los perseguían.

Imitémoslos cuando somos acosados y están en contra nuestra, nuestros prójimos.

Hagámonos a un lado, cuando sea necesario y por buscar la paz y la concordia (jamás al grado de negar nuestra fe) buscando siempre imitar a nuestro Señor Jesucristo, quien es dócil y humilde corazón. Busquemos tener un corazón siempre movido por la caridad y con esto cubrir una multitud de pecados.

No tengamos ningún temor a la muerte ni aún a los que la buscan pensando que agradan a Dios.

Más bien busquemos estar unidos con Cristo, en el Cielo. Con esta manera de pensar nuestros enemigos se convierten en grandes bienhechores nuestros. Nos dan la oportunidad de ver a Dios y si no nos llevan hasta este punto, por lo menos nos dan la oportunidad de practicar las virtudes que Cristo desea apliquemos en nuestra vida.

De cualquier manera nos hacen un gran bien y se han ganado nuestra gratitud y amor.

De esta manera, estamos naturalmente inclinados a amarlos y ofrecerles nuestro perdón y pedir a Dios que haga lo mismo: “perdona nuestra deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”

Así sea