Saturday, July 31, 2010

DOMINGO DECIMO DESPUÉS DE PENTECOSTES

1 AGOSTO DE 2010

Queridos Hermanos:

El hombre humilde fue justificado mientras que el orgulloso no lo fue. La gracia de Dios, es la que siempre inicia el proceso hacia el perdón. Sin la gracia inicial que Dios nos da, no seriamos capaces de reconocer la miserable situación de nuestra alma y la necesidad por cambiar.

Todo pecador que ha experimentado los remordimientos de su conciencia seguidos del arrepentimiento por sus actos pecaminosos, ha experimentado la gracia de Dios.

Lamentablemente muchas personas se imaginan que este remordimiento viene de ellos mismos, no reconocen que es un don de Dios al pensar que todavía les queda algo de bueno en sí mismos, ni aún después de reconocer que, están en pecado mortal. Es decir que su alma está muerta.

Esta vanidad se convierte en un obstáculo para el perdón, puede llevarlos hacer penitencia, sin embargo no son, lo suficientemente humildes, como deberían serlo.

En nuestras confesiones debemos procurar la perfecta contrición, motivada por el amor a Dios. Sin embargo, la contrición perfecta no es tan común como debería serlo. Muchos se engañan al creer que la poseen cuando están muy lejos de esta. Tales personas se asemejan mucho a los fariseos de los que nos habla el evangelio de hoy. Mientras que veían con desprecio a los demás hombres, se imaginaban ser ellos quienes tenían el verdadero amor por Dios. Cuando se dan cuenta de algunos de los pecados que han cometido, se imaginan que el dolor que sienten por estos en su conciencia, se basa en el gran amor que sienten por Dios, en lugar de verlo como una gracia especial inmerecida que es enviada por Dios.

La contrición imperfecta por otro lado, es el mínimo requisito indispensable para el sacramento de la confesión, es decir cuando estamos arrepentidos por temor al castigo que nuestros pecados nos acarrean. Esta es igualmente una gracia inmerecida que Dios nos manda.

Mientras que busquemos con mayor perfección la verdadera contrición de nuestros pecados, debemos al mismo tiempo, cuidarnos de no caer en la vanidad y el orgullo.

Debemos tener cuidado de no caer en el gran vicio de la presunción que nos señala que nuestra contrición es motivada por el gran amor que sentimos por Dios y empecemos a creer ser alguien de valor, cuando en realidad no somos nada.

Las gracias y bendiciones de Dios, vienen a nosotros sin ningún mérito de parte nuestra. Recibimos la gracia de la fe, creeos lo que Dios nos ha revelado por que El nos lo ha revelado. No podemos encontrar o merecer esta gracia. Viene a nosotros como un regalo de Dios que o bien lo aceptamos, lo rechazamos o cooperamos con ella. Dios nos ha dado todo lo que necesitamos para, de manera reciproca cooperar con Su gracia.

La gracia de la esperanza nos llena del deseo de que Dios continúe siendo generoso con nosotros, nos perdone y nos de todo lo que necesitamos para recibir y cooperar con Su gracia para un día obtener la recompensa de la gracia de la felicidad eterna en el Cielo.

La gracia del amor es una de las mayores virtudes, ya que ésta continúa por toda la eternidad. Esta es de igual manera sin mérito de nuestra parte, nos es dada para que una vez que cooperemos con esta se incremente y fortalezca en nuestra alma. Dios nos da la gracia primera y si nosotros cooperamos con ésta, nos enviara una segunda y si cooperamos con esta, nos va a mandar más y más hasta llegar al grado máximo del amor que nos una con El en el Cielo.

Este proceso es frecuentemente comparado con la elaboración de una cadena; Dios nos da el primer eslabón y, al cooperar nosotros, unimos el segundo y así sucesivamente hasta llegar al Cielo.

Este proceso es igualmente obstaculizado por nuestra vanidad y orgullo. Una vez que olvidamos que toda gracia viene de Dios y, empezamos a creer que viene de nosotros mismos, que son méritos nuestros, interrumpimos con esto, la cadena de gracias.

El fariseo del que nos habla el evangelio de hoy creyó que, el mérito era de él sólo y no encaminado por la gracia de Dios, convirtiéndose de esta manera en ladrón y mentiroso. Trata de robar el crédito y honor que le pertenece sólo a Dios y, miente al pensar que todo se debe a mérito propio.

El publicano que lo único que veía y reconocía como suyo, era el pecado, aseguraba que cualquier cosa buena en el no era propia sino de la obra de la mano de Dios. Esta humildad (honestidad y verdad) es lo que le mereció la misericordia y la justificación de Dios.

Aprendamos de esta parábola que, cualquier cosa buena que haya en nosotros, es un don de Dios y todo mal que nos acompaña merito nuestro. En esta actitud humilde golpeemos nuestro pecho como el publicano, rogando la misericordia de Dios, para ser dignos y merecedores de recibir el siguiente eslabón en esta cadena de gracias.

Así sea

Saturday, July 24, 2010

FESTIVIDAD DE SANTO SANTIAGO APOSTOL

25 DE JULIO DE 2010

Queridos Hermanos.

El día de hoy celebramos la festividad de santo Santiago apóstol, hijo de Zebedeo, hermano de san Juan Evangelista.

Es la madre de estos que nos dice el Evangelio de hoy, acudio a Jesús, con sus dos hijos pidiéndole que: “estos dos hijos míos tengan su asiento en tu reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Todo parece indicar que, tal vez estos hijos mandaron a la madre hacer esta petición a Jesucristo, ya que la respuesta fue dirigida a ellos. Les pregunta si pueden seguirlo en Su sufrimiento y agrega que, El no puede darles ese lugar que está reservado para quienes Su Padre tenga designado.
En la epístola de hoy, san Pablo hace una descripción de los sufrimientos por los que ha de pasar un apóstol de Jesucristo. La vida de un apóstol es el que sigue de cerca e imita sus sufrimientos y su cruz. Los apóstoles son “condenados a muerte”, “necios, por amor de Cristo”.

Un digno seguidor de Cristo va a ser odiado por el mundo, será acusado de estar loco, como acusaron a Jesucristo N.S. la recompensa en morir por Jesucristo como El lo hizo por nosotros.

No existe mayor amor que morir voluntariamente por amor a Dios. Santo Santiago murió en Jerusalén, el año 42 o 43, decapitado en tiempo de Herodes Agripa.

Santo Santiago, junto con su hermano San Juan y San Pedro fueron los tres discípulos que se encontraban con Jesucristo al momento de la Transfiguración. Tal vez esta fue la razón que inspiro dicha santa ambición de ocupar los primeros lugares. Sin embargo sabemos que, esto fue para fortalecerlos en la fe y prepararlos para resistir los ataques en su contra que vendrían posteriormente.

La petición de estos dos hermanos, en cierta manera perturba a los demás apóstoles, por lo cual Nuestro Señor Jesucristo hace énfasis en la necesidad de la humildad. El mayor en el reino de los cielos debe hacerse el último. Vemos claramente como hombres orgullosos y ambiciosos son transformados en humildes y espirituales.
En esta ambición espiritual por humildad, vemos ahora competir a los apóstoles, buscan el último de los lugares en este mundo para alcanzar los primeros lugares en el cielo. Con la fuerza del espíritu Santo ahora en ellos no tuvieron ningún temor a los poderes de este mundo, sufrimientos o cruces que encontrarían en su camino, ni temor a la muerte misma. Por el contrario, con gran júbilo y esperanza, buscaban los mayores sufrimientos para poder imitar a Jesucristo N. S en Sus sufrimientos.

El martirio deja de ser castigo para convertirse en recompensa.

La muerte ya no es un enemigo sino un gran aliado.

La cruz de Jesucristo que se presentaba para la mayoría de las personas de este mundo como algo irracional y como un gran obstáculo en el camino, se transformo en los apóstoles en una gran bendición y escalera al Cielo.

La cruz es ahora donde se fundamenta y construye nuestra vida espiritual. Es el punto de inicio o llave para poder merecer nuestra recompensa eterna. Todo ser humano debe cargar su cruz, pero solo el hombre espiritual la lleva con honor para encontrar la vida eterna.

La persona mundana que rechaza y se resiste a cargar con su cruz diariamente, no se libera de esta y encuentra cruces mucho mayores y más abundantes que lo llevaran sin lugar a dudas al Infierno.

No importa si nos encontramos sumergidos en el pecado o libre de este, no hay forma de escapar a nuestra Cruz. Evidentemente quien ha ofendido a Dios debe cargar su cruz con la penitencia para reparar el daño ocasionado por el pecado. Mientras no aceptemos nuestras cruces todos y cada día, no encontraremos jamás descanso en nuestra alma.

Cuando aceptamos nuestras cruces, la justicia se hace presente en nuestra alma y nos hacemos merecedores de las bendiciones que Jesucristo ganó para nosotros. A menos que nos coloquemos a los pies de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, con nuestras propias cruces, la misericordia y gracia de Dios jamás caerá sobre nosotros. Vemos a nuestra Santísima madre a los pies de la cruz de nuestro señor y Salvador Jesucristo. ¿Cómo es posible, que fuera necesario también para ella cargar Su cruz y estar a los pies de Su Hijo? Nuestra santísima madre sin pecado alguno, ni siquiera el pecado original, encontró benéfico cargar con su cruz de dolor y sufrimiento, haciéndolo de manera voluntaria y llena de amor.

Para poder merecer la gracia de Dios, debemos unirnos a Él –luego entonces, el ser más perfecto – la Santísima Virgen María, vio la necesidad de imitar y seguir a su Hijo.

La única esperanza nuestra es seguir amorosamente a Nuestro Señor Jesucristo con nuestras propias cruces. El único camino al cielo pasa directamente por el Calvario.
Santo Santiago, los apóstoles y todos los santos a través de toda la historia hicieron suyas las palabras de amonestación de nuestro Señor Jesucristo, ser humildes y buscar los lugares más humildes en esta vida para merecer los mejores en el cielo.

Lamentablemente la mayoría de la gente de nuestros días busca evitar a toda costa y huyen de la humildad y de los lugares menos importantes de este mundo. ¿Qué les espera en la eternidad? Si los últimos serán los primeros; lógicamente los que buscan los mejores lugares en este mundo recibirán los últimos en el cielo. En caso de lograr llegar a este.

La belleza, gloria y alegría del cielo es real y digna de ser deseada con todo nuestro ser, lo cual se obtiene únicamente con acciones y obras de verdadera fe. Sería tonto pensar que seremos recompensados sin hacer algo al respecto.

Santo Santiago y su hermano desearon un lugar especial como algo que no requería de algún mérito; sin embargo nuestro señor Jesucristo mostró a ellos y a nosotros que hay un precio que pagar, si queremos recibir las bendiciones del cielo. Los lugares principales del cielo, están reservados para quienes se hacen uno en Nuestro Señor Jesucristo.

Ambos apóstoles, santo Santiago y san Juan siguieron a nuestro señor Jesucristo en su sufrimiento y muerte. Por lo que se encuentran ahora habitando el Cielo.

La santísima virgen María, inocente igual que su Hijo, sufrió y cargo con su dolor por amor, tal y como lo hizo su hijo, luego entonces al imitarlo obtuvo el lugar principal al lado de este, como lo han hecho los apóstoles y santos que ahora se encuentran en el cielo. Todos ellos ocupan un lugar privilegiado al lado de Jesucristo tal y como lo hicieron en los sufrimientos, mientras se encontraban en este mundo.

Es bueno desear el cielo, sin embargo, en necesario que no quede únicamente en una buena intención, sino que se convierta en una meta que debemos alcanzar, cargando diariamente con nuestra cruz y acercándonos cada vez más a nuestro señor Jesucristo, en cada palabra, pensamiento y acción. Especialmente en cada cruz cargada de humillaciones y sufrimientos.

Así sea

Saturday, July 17, 2010

DOMINGO OCTAVO DESPUES DE PENTECOSTES

18 DE JULIO DE 2010

Queridos hermanos:

Empecemos por comprender que de una manera u otra, todos somos servidumbre y deudores. Esta es una verdad que muy pocos aceptan o reconocen. Me he dado cuenta que la gran mayoría de las personas se encuentran tan involucrados en lo que llaman libertad, que no ven las cadenas que los mantienen sujetos.

Sin importar que tan popular, poderosos o ricos seamos, todos sin excepción somos, solo empleados, ningún hombre independiente es absolutamente libre. Solo Dios puede decir que es libre al no estar sujeto o restringido por algo o alguien. Aun después de escoger tomar nuestra naturaleza humana y la esclavitud que nos acompaña.

Dios nuestro señor tomo nuestra naturaleza son todos con todos los sufrimientos y penas que esta merece, al revelarse contra Dios. Las penas de nuestros pecados han sido sufridas por el más inocente de todos los seres Jesucristo señor nuestro. Se hizo prisionero para que nosotros fuéramos libres. Aunque es Dios, vino a este mundo como hombre, no como hombre libre sino como esclavo, para cumplir la voluntad de Su Padre Celestial. Este es nuestro llamado, hacer la voluntad de nuestro Padre celestial y no la nuestra.

No podemos hacer nada sobre nuestra posición de sirvientes, sin embargo, si somos libres de escoger a quien servir. Es en esta decisión que muchos son engañados. Creen la mentira que les dice que es mejor reinar en el infierno que servir en el cielo. Pobres tontos, como pueden pensar que van a “reinar” en el infierno. Sin embargo ese es el resultado de su vida llena de orgullo y vanidad que los mantiene ciegos.

Los demonios están contentos al hacerles creer tal cosa, por lo menos mientras están sujetos y encaminados al infierno. Los que no son suficientemente tontos para públicamente servir a los demonios, son usualmente atrapados con gran facilidad, por sus pasiones y lujuria, engañándose a sí mismos de no ser satanistas. De esta manera son igualmente satisfechos los demonios con este tipo de esclavitud como los demás, se ha dicho incluso que esta es la forma que mas prefieren.

Esto hace mejores esclavos ya que sirven al mal con total consentimiento. A los demonios no les interesa bajo que falacia se encuentran sus esclavos, siempre y cuando les permanezcan fieles. Si estos creen ser sus propios maestros, no has problema siempre y cuando hagan las obras del infierno y hagan externo todo su mal. Puesto de otra manera, más sencilla, mientras uno, no sirve a Dios está haciendo las obras del demonio.

Al no poder liberarnos de ser servidumbre, nos incumbe tomar la sabia decisión; a quien vamos a servir, a Dios o al demonio. Las demás opciones tales como, nuestras pasiones, lo mundano, etc. Son solo ilusiones y formas de servir al demonio.

Los demonios nos ofrecen una felicidad aquí y ahora para otorgarnos una miseria y sufrimiento por toda la eternidad en el infierno. Dios nos promete la felicidad eterna en el cielo, si estamos dispuestos a tomar nuestra cruz y sufrimientos ahora mismo, por amor y voluntariamente. La conclusión es sencilla: sufrimiento temporal o eterno, felicidad eterna o la ilusión temporal de esta.

Como todo sirviente o administrados de los bienes a nosotros encomendados, debemos eventualmente rendir cuentas a nuestro señor. Quienes han escogido al demonio pagaran con el sufrimiento eterno en el infierno, mientras más fiel haya sido su servicio, más miserable será su recompensa. Mientras que por otro lado quienes hayan decidido servir a Dios nuestro señor, encontraran la gloria eterna, a mayor fidelidad mayor felicidad.

Evidentemente solo hay un amo, al cual servimos o rechazamos.

Así como no somos dueños de nosotros mismos y nuestras pasiones son solo marionetas del demonio, lo mismo sucede con los demonios, impostores que nos llevaran únicamente a una mayor rebeldía y destrucción en contra del verdadero y único amo nuestro.

Todo lo que existe, somos y tenemos pertenece a Dios nuestro señor. Los demonios solo pretender serlo. Al final Dios los va a poner, a los demonios y sus seguidores, en el lugar que les corresponde y se renovara la faz de la tierra.

De tal manera, es a este amo, Dios, a quien debemos rendirle cuentas claras, de nuestras obras, sin importar a quien creemos estar sirviendo. Todo lo que somos y tenemos se nos ha dado por El y se lo debemos regresar el día del Juicio.
Por ahora se nos advierte, de igual forma como sucedió con el mayordomo del que nos habla el evangelio. De la misma manera que este, hemos derrochado los dones que hasta ahora nos ha dado nuestro amo. El día del juicio el tiempo de laborar se habrá terminado, “cavar no puedo” se habrá terminado también la oportunidad de suplicar, “y mendigar me da vergüenza”.

Ahora es el tiempo de aprender a ser prudentes, no imitemos las obras del demonio, debemos preparar nuestra salvación. Al conocer cuál será la sentencia en nuestro juicio debemos entender que es ahora, el tiempo para pedir misericordia de nuestras acciones, es ahora el tiempo en el que debemos hacer penitencia y tal vez lo más importante, es ahora tiempo de hacer caridad. No después ni al momento de nuestro juicio. Es aquí y ahora que debemos lograr todo esto.

Al dar limosna tomamos, todo lo que Dios nos ha dado y los distribuimos entre quienes más lo necesitan. Esto es lo que el mayordomo hizo, según nos lo relata en evangelio de este día. Al reducir la deuda de quienes le dejo encargado su amo, es bueno ya que “toma” lo que Dios le ha enviado para ser distribuido y ayudarnos los unos a los otros.

El bien que hagamos a los demás, será el testimonio a nuestro favor el día de nuestro juicio. De esta manera haremos amistad con los bienes pasajeros de este mundo y los liberamos para que hagan lo que Dios tuvo en mente al momento de crearlos, mientras que al mismo tiempo aseguramos para nosotros el descanso eterno.

Al hacer lo que nuestro amo nos pide, nos daremos cuenta que no somos servidumbre sino hijos de Dios al amarlo y servirlo como a nuestro padre; ya que los sirvientes obedecen con rechazo y de mala gana.

Este es nuestro llamado, para esto hemos sido creados, debemos dejar de ser sirvientes rebeldes y traidores y convertirnos en verdaderos hijos de Dios nuestro señor.

Así sea.

Saturday, July 10, 2010

DOMINGO SEPTIMO DESPUES DE PENTECOSTES

11 DE JULIO DE 2010

Queridos Hermanos:

La paga del pecado es la muerte; mas la gracia de Dios es vida eterna, en nuestro Señor (Rom. 6: 19;23).

En estas palabras de san Pablo vemos cual será el fruto final que producirá nuestra alma. Por lo tanto, armadOs con esto en mente, podemos conocernos los unos a los otros, como lo señala Nuestro Señor Jesucristo. “Por sus frutos los conoceréis”. (Mat. 7, 15-21).

San Pablo nos previene de nosotros mismos, para que obtengamos el pago de la gracia en lugar del pago por el pecado. Nuestro Señor Jesucristo nos previene de aquellos que han de venir a hacernos daño.

El evangelio de hoy empieza previniéndonos de los ataques de los falsos profetas que se presentan vestidos de ovejas, pero por dentro son voraces lobos.

Para que podamos producir Buenos frutos y merecer el pago de la gracia, no solo debemos cuidarnos y alejarnos del pecado, sino que debemos cuidarnos de quienes bajo la apariencia de ser buenas personas, nos arrastraran de regreso a los pecados que hemos abandonado.

Parece lo suficientemente difícil cuidarnos de nosotros mismos y mantener nuestra voluntad alineada, sin embargo, permanecer constantemente en guardia contra de los falsos profetas, es a simple vista una carga imposible de llevar.

Seria mas fácil si todos estos se presentaran como realmente son: Lobos voraces, basados en la muerte y la destrucción; pero son hipócritas que se presentan como pequeños corderos, simples, honestos y Buenos.

Todo esto significa que debemos fijarnos mucho más que la simple apariencia. Que debemos examinar sus frutos, para poder realmente conocerlos y evitar el mal y buscar el bien. Este mundo está repleto de personas que muestran, únicamente, una Hermosa fotografía de sí mismos. Existen también, quienes nos muestran todo lo bueno que Dios nos ha dado en este mundo, presentando a todas las personas como buenas, ven lo bueno de todas las religiones y buscan lo que une a todos los hombres más que las cosas que nos separan. Todo esto parece algo bueno, pero solo superficialmente.

Cuando vemos más allá de la simple apariencia y vemos los frutos de esta práctica, vemos una realidad fotográfica muy horrenda. Al descartar lo que separa una religión de la otra, debemos indiscutiblemente descartar una o más verdades que Cristo nos ha dejado y al hacer tal cosa obviamente, pecamos y merecemos el pago por este. Debemos recordar también, que el indiferentismo a la doctrina de Jesucristo es detestable por El mismo, nos lo dice claramente: “preferiría que fueran fríos o calientes”.

Este principio de la indiferencia, hermoso a simple vista, es realmente horrible, lo debemos juzgar por los frutos que produce y debemos estar alerta y en guardia en contra de este, por toda la falsedad que acarrea consigo.

Sin embargo, este no es el único principio falso que promueve la Nueva Iglesia (novus ordo), luego entonces no es el único del que debemos permanecer en alerta.

Los “tradicionalistas” también se presentan como mansos corderos. Muchos de estos promueven la idea de que lo único que importa es la Santa Misa en Latín; esto también suena bien, ya que la Misa es esencial para la verdadera fe y nuestra salvación. Sin embargo en su auto inducida miopía, se han vuelto indiferentes a muchas otras doctrinas y leyes, prácticas y verdadero orden que debe existir y preservarse para que pueda existir la Iglesia.

El simple hecho de que una persona pueda leer y-o cantar las oraciones de la santa Misa en latín, de una manera perfecta y Hermosa, predicar incluso, el sermón más inspirador y maravilloso, no lo hace esto, sacerdote valido. Más aun si es sacerdote valido y hace todas estas cosas, pero no tiene facultades legitimas, para hacer esto, de parte de un Obispo verdadero, o si está sujeto a una o mas herejías, debe ser etiquetado, sin lugar a dudas, como falso profeta y luego entonces ser evitado.

El fruto de los “tradicionalistas” es una verdadera anarquía, hay una unidad aparente, respecto a la Misa, pero su profundidad está a flor de piel. Los tradicionalistas son cabezas siguiendo sus propias direcciones, separando aquello que quizá han evitado los falsos profetas del Novus Ordo, solo para caer con los falsos profetas de la tradición.

Tengamos cuidado sobre todo de nosotros mismos, como nos lo dice San Pablo, al señalar que el pago del pecado no es el mismo al pago recibido por la gracia. Pero más aun, no olvidemos escuchar las palabras preventivas de nuestro señor Jesucristo, en contra de los falsos profetas.

Debemos pertenecer a la Iglesia de Jesucristo para salvarnos. Para hacer esto debemos poder separar la verdad de la mentira. La verdad puede que no tenga todo el esplendor y majestuosidad del error, pero produce y tiene frutos que el error no puede producir.

La Iglesia de Jesucristo fue fundada con base en los humildes pecadores, mismos que fueron orillados de manera forzada a adorar a Dios en las catacumbas, sin embargo, y muy a pesar de estas humillaciones mundanas, fueron ellos y solo estos que merecieron el pago de la gracia de Dios. Esta gracia no puede ser recibida fuera de la Iglesia católica.

Es solo por medio de los verdaderos obispos que hablan en nombre de Jesucristo y que mantienen todas las verdades y prácticas de la Iglesia por El fundada que, encontramos un verdadero cordero bajo la piel de oveja y el fruto de la vida eterna.

Así sea

Saturday, July 3, 2010

DOMINGO SEXTO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

4 DE JULIO DE 2010

Queridos Hermanos:

Consideremos, el día de hoy, la virtud de la templanza.

El evangelio de este día nos relata la forma en que se alimentó a una gran multitud. El alimento fue pan y pescado simplemente, no se habla de ninguna bebida. Con tal comida tan simple y común, parecería seguro decir que, en ningún momento se sobrepasaron en saciar esta necesidad.

Los peligros para nosotros hoy día es sin duda, ser indulgentes con la virtud de la templanza, y como podemos entender los daños que esto ocasiona son más severos aún. Frecuentemente tenemos una gran cantidad de comida y bebida incluso variada para que nos estimule a alimentarnos más de lo requerido. Además de estas sustancias utilizadas sin ningún control o templanza se debe incluir, el fumar, el alcohol, drogas tanto legales como ilegales. Etc. Nos hemos convertido en una sociedad tan insegura que debemos tener siempre algo, en nuestra boca. Veamos a nuestro alrededor para darnos cuenta de esta realidad y como la mayoría de la gente, tiene de manera constantemente en la boca, un cigarrillo, botella, bote de alguna bebida dulce, alcohol, goma de mascar etc.

Frecuentemente el vicio se convierte en adicción o algo compulsivo, por lo que muchos comen y beben sin ninguna necesidad, o pensar en las consecuencias de lo que hacen. De esta manera mucha gente cae más bajo que un animal bruto que, no consume, más de lo que necesita.

De hecho, miserables creaturas que somos hemos inventado formas para continuar mimando a nuestro apetito aún cuando nuestro cuerpo nos dice que ha tenido suficiente. ¿Cuántos tipos de ayuda digestiva están disponibles para controlar lo incomodo que ocasiona el descontrol alimenticio? ¿Cuántos hay que siguen el método Epicuro, de vomitar todo lo que pueden para poder seguir comiendo o bebiendo?

Lo horrible de este vicio, sin embargo, es sólo el comienzo del tren de destrucción y maldad que trae a nuestras vidas. Aparte de la destrucción de nuestra vida y salud, hay una destrucción espiritual que es aún más dañina.

Cuando estamos constantemente llenos, no estamos disponibles a trabajar con toda nuestra capacidad. Por el contrario el no uso de la templanza nos lleva a otros vicios como la envidia, impureza, lujuria etc.

San Pablo nos recuerda que así como murió Cristo debemos morir nosotros, por nuestro bautismo. Hemos renunciado al pecado y hemos voluntariamente muerto de igual forma a todos los placeres que nuestro cuerpo y el mundo promueven.

Es decir, esta muerte significa que, debemos diariamente crucificar esta carne nuestra, una y otra vez, al grado de poder decir verdaderamente que hemos muerto para el mundo y nuestro cuerpo, para poder resucitar gloriosamente con Cristo.

Al tener en cuenta lo que nuestra santa Madre, la Iglesia católica establece, en los dos tiempos de penitencia (adviento y cuaresma) en la que enfatizan la necesidad de la templanza en todo lo que hacemos, podemos decir que al hacer y cumplir este precepto, mantenemos la llave en nuestras manos, del control de nosotros mismos, el mundo y el demonio. El ayuno fue empleado por Nuestro Señor Jesucristo en varias ocasiones, para nuestra formación. Tengamos siempre en mente que algunos demonios, no pueden ser expulsados de nuestra alma con la sola oración, sino que se requiere de la unión de la oración y el ayuno.

De igual manera tenemos una gran cantidad de ejemplos de prácticas austeras, que nos han dejado muchos santos (realmente austeros, comparados con el libertinaje actual)

San Agustín, quien después de su conversión frecuentemente ayunaba, constantemente decía tener temor de sobrepasarse en las cosas mundanas. En la actualidad, nuestro comportamiento y todo a nuestro alrededor parece indicar que hemos hecho una religión de la alimentación, haciendo un dios a nuestros estomago. (O tal vez a nuestro paladar y lengua).

Ahora bien, si no podemos negarle nada a nuestro estomago, podemos decir únicamente que, somos incapaces de negar a nuestro cuerpo cualquier otro placer. El alcohólico y el que no tiene templanza pierdo todo control de su voluntad, destruyendo tanto su cuerpo como su alma. Sus cuerpos rebeldes que se encuentran sobrecargados con la comida y la bebida parecen encontrar placer en la impureza, juegos, adornos, galas y entretenimiento y no encuentra ningún placer en el trabajo y mucho menos en las cosas espirituales.

Es lógico pensar que muchos de los males que nos aquejas como sociedad son el resultado del desenfreno, que debilita y enferma nuestro ser.

Pero mucho más delicados son los males espirituales que nos aquejan. Muchos dicen no tener libertad de decidir. No tienen voluntad de decidir, de hacer oración sin distraerse, o frenar sus pasiones o deseos ilícitos. Sabemos que la oración ayuda mucho y que es más efectiva cuando va acompañada de alguna penitencia, y que tal vez, la penitencia más efectiva que está en nuestras manos es la del ayuno libremente aceptado.

Si aprendemos a ayunar por el amor de Dios, encontraremos una gran habilidad y fuerza para practicar la virtud y evitar el vicio. Muriendo poco a poco a nosotros mismos crecemos y vivimos más, fortalecidos en Jesucristo Nuestro Señor.

Así sea